La revolución demanda de un sujeto político capaz de realizarla

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(Editorial del periódico El Colectivo #92, diciembre de 2023)

Muchos andan por este tiempo arrepentidos de haber votado por Petro, y dicen, sin que nadie les pregunte, que botaron su voto. Seguramente tienen razón; no porque, en su función de presidente, Petro los haya defraudado, sino porque su voto estuvo perdido desde el principio en la medida en que este no representó nunca un compromiso personal y concreto con un programa de gobierno orientado a cambiar prácticas y estructuras históricas que han sido perversas para la sociedad colombiana. Una de esas prácticas es, precisamente, la de botar, cuando no vender, el voto. Por eso en las últimas elecciones la estrategia fue un voto castigo que puso en manos de los clanes políticos y mafiosos (que ya no se diferencian) las administraciones regionales, lo que los medios leen como el preámbulo que anuncia la retoma de la presidencia por parte de esta derecha en los próximos comicios.

Muchas y muchos colombianos hemos reducido nuestra dimensión de sujetos políticos a nuestra participación electoral, entregándole a un personaje, no a un proyecto político, una especie de cheque en blanco para que haga por nosotros lo que nosotros mismos no podemos o queremos hacer. La mayoría, sin embargo, ni siquiera en esos momentos se comporta como sujetos políticos, pues acuden a las urnas animados por una recompensa nimia e inmediata o lo hacen como un acto de costumbre, desprovisto de intencionalidad política. Su actitud se justifica con el dicho de que “ningún gobierno me va a dar nada” y por eso da lo mismo quien gobierne. Igual piensan aquellos y aquellas que ni siquiera votan, no como una opción política sino por pura pereza o indiferencia.

La decisión sobre el rumbo que debe tomar la sociedad, los valores que debe defender, las formas de vida que debe promover y el tipo de ser humano que debe ayudar a construir no las toma un individuo, por brillante y aguerrido que sea. Pero sobre todo su realización necesita el concurso de todos y todas, la participación permanente de los individuos organizados y la discusión diaria para su actualización y mejoramiento. Dicho en otras palabras: es el pueblo quien decide cómo quiere vivir y trabaja activamente para que dicho ideal pueda realizarse en la práctica.

El pueblo, sin embargo, es una entidad abstracta si no se comprende en su determinación histórica. En nuestra sociedad el pueblo no es un sujeto colectivo, sino el escenario de la lucha de clases, que da cuenta de una sociedad desgarrada en sus propios antagonismos. En nuestro país la élite política y económica, que controla el aparato productivo y, además, las instituciones políticas, religiosas y educativas, ha decido, para su beneficio, pero con el concurso consciente o inconsciente de buena parte del pueblo, que el país se enrute por la senda del neoliberalismo, la expresión contemporánea y más brutal del capitalismo; y moviliza todas sus herramientas, legales e ilegales, para destruir cualquier alternativa que se le oponga.

Eso es precisamente lo que está pasando con el proyecto del presidente Petro y del Pacto Histórico. Resulta iluso creer que el presidente y su equipo de gobierno solos podrán realizar las transformaciones estructurales que Colombia necesita, enfrentando a una élite rapaz, que a lo largo de nuestra historia republicana ha recurrido a todas las formas del crimen no solo para amasar riqueza, sino para destruir cualquier manifestación organizativa que ponga en cuestión su poderío. Y resulta como mínimo irresponsable descargar tamaña misión en una sola persona o en un grupo de personas y luego cobrarles porque no dan la talla: nadie podría darla.

Los medios masivos de comunicación, al servicio de los poderosos, han hecho su trabajo. Todo el tiempo están mostrando un gobierno enredado en los escándalos que ellos mismos fabrican, que no ha sabido establecer un diálogo fluido y eficaz con el Congreso y con los partidos políticos, que no tiene claras las reformas que propone y que por tanto se contradice permanentemente; en fin, que da señales de autocracia e incapacidad de escucha. El balance, por supuesto, es el de un gobierno fracasado ya en su primer año y que no muestra capacidad de sobreponerse al fracaso. Es la narrativa que oculta el torpedeo permanente de las propuestas de reforma por parte de los partidos políticos tradicionales en el Congreso, el saboteo de estos partidos desde el mismo interior del gobierno, y una encerrona por parte de los poderes económicos que no están dispuesto a ceder un ápice para construir una sociedad menos desigual: Colombia es su feudo y no están dispuestos a compartirlo con nadie, menos con los pobres y los más vulnerables, cuya vulnerabilidad y pobreza no es otra cosa que el resultado de las políticas inhumanas impuestas por ellos a sangre y fuego.

Y muchos de los que dicen haber botado su voto compraron este discurso, se pegaron de él porque les resulta cómodo y así no tienen que asumir sus responsabilidades individuales y colectivas en el probable fracaso de una de las pocas oportunidades de cambio real que se ha presentado en Colombia en mucho tiempo y que posiblemente no se vuelva a presentar en muchas décadas.

No asumirnos como sujetos políticos tiene sus ventajas: tampoco tenemos que asumir, o eso creemos, las responsabilidades de las acciones de los gobernantes en quienes depositamos la responsabilidad absoluta del destino que tome el país. Pero si las reformas sociales fracasan en el Congreso no será solo el fracaso del gobierno de Petro o de la bancada de gobierno en el Congreso que no fueron capaces de sacarlas adelante y los afectados seremos todos, no solo Petro y sus correligionarios: será el fracaso de los sectores populares que no fuimos capaces de asumirnos como sujetos políticos y de una izquierda que no fue capaz con el reto de, abandonando el sectarismo y el personalismo, construir unidad y articulación en torno a un proyecto de cambio que demandaba su participación no solo para implementarlo sino para diseñarlo y mejorarlo. Por eso terminamos dependiendo de que los partidos tradicionales, bajo amenazas y chantajes, aprueben, o no, unas propuestas de reforma mutiladas o deformadas.

Eso quiere decir que las reformas que el gobierno Petro pretende tramitar en el Congreso demandan unas transformaciones subjetivas en los sectores populares y en las organizaciones de izquierda, que no pueden ni deben ser tarea del gobierno, sino justamente de estas organizaciones: la constitución de un sujeto político en el interior del pueblo, capaz de diseñar e implementar un proyecto realmente revolucionario, que sin descartar las reformas en el Congreso las trascienda, que trabaje por transformar las condiciones de vida en los territorios, en la casa, en la familia, en la escuela y en todos los escenarios de la vida social y, también, por supuesto, en la misma conciencia de los individuos. Ese es un proyecto que no puede reducir el horizonte de realización a las próximas elecciones presidenciales, pero tampoco puede darse el lujo de despreciarlo. La revolución deberíamos hoy entenderla como la transformación radical de la vida, de las estructuras materiales, las prácticas sociales y las formas de conciencia desde todos los escenarios pensables.

Tomado de: Periódico El Colectivo, edición #92, de diciembre de 2023

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