Nuevos tiempos para un nuevo país

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Tomado de: Oficina de Comunicaicones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia


Por: médico asmedista Juan Fernando Uribe Duque (foto)
Escritor, poeta

En mi artículo anterior abogué para que una guerra civil no aparezca de nuevo en Colombia.  Al fin la coalición del gobierno con los partidos tradicionales ha terminado, y ahora es el M19 quien trata de gobernar el país.

Esta guerrilla fue un movimiento muy diferente a los anteriores formados a partir de la disputa por la tierra derivada de la violencia interpartidista y los desmanes contra los campesinos desde las primeras décadas del siglo pasado. El M19 se constituyó por intelectuales universitarios de clase media alta. En sus filas militaron profesionales y académicos, todos movidos por un ideal común: salvar a Colombia de la injusticia y el saqueo. Su accionar fue básicamente urbano, y su trabajo con las bases de estudiantes, vecinos y sindicatos. Líderes como Carlos Pizarro pretendieron la presidencia luego del indulto, y varios de ellos en compañía de Álvaro Gómez y otros personajes de la política tradicional, dieron cuerpo a la Constitución de 1.991 que ahora este gobierno encabezado por uno de sus militantes, pretende remozar y hacer de obligatorio cumplimiento.

El país navega a la deriva en los últimos cuarenta años agitado por corrientes sociales y económicas que lo han llevado a la violencia y a la descomposición. Con una política de mercado mal planificada y el deterioro de la industria nacional, el país fue entregado a los apetitos de las multinacionales y a la rapiña del sector financiero que se hicieron con los derechos ciudadanos convirtiéndolos en negocios particulares que no supieron administrar, pero sí exprimir hasta arruinar y estafar a millones de colombianos. Pensiones y salud se convirtieron en fortines de inescrupulosos, y sectores como la construcción se constituyeron en un escándalo a la par del surgimiento de una economía basada en el lavado de activos de un narcotráfico cada vez más poderoso y solapado.  El congreso fue madriguera de paramilitares y los gobiernos, más preocupados por proteger negociados, feriaron el bienestar de las masas populares llenándolas de dádivas y distractores para perpetuar una esclavitud basada en la pobreza y la falta de oportunidades.

Con esta irracionalidad, el colombiano medio se despersonalizó hasta el punto de querer pertenecer a otro país y cultivar un tipo de identificación más acorde con otra cultura: norteamericana la mayoría de las veces, española y últimamente portuguesa tras agotar otras posibilidades… todas, menos ser colombiano. La tierra fue acaparada, el campesino desplazado y los pueblos raizales e indígenas pasaron a ser reductos numerosos de indigentes descaracterizados y pobres. Toda la riqueza se concentró en pocas manos; se feriaron los recursos, se desforestó la selva y de no aparecer un freno desesperado, Colombia en el término de unas décadas sería un país no viable, fragmentado y expoliado, manejado por corruptos, delincuentes y guerreristas. Todos los estudios lo confirman, y la realidad como consenso, converge en el mismo diagnóstico.

Pero llegó el nuevo gobierno y con él la posibilidad de un PACTO entre las fuerzas para revivirlo y optar por la paz y el progreso.

Considerar la existencia de otro lenguaje diferente al de una sola clase social, es labor bien difícil. No es lo mismo una gripa en un barrio de clase alta que en una barriada popular. Las posibilidades de complicación son diferentes, el manejo es distinto. Igual pasa en Colombia. Entre los pobres la vida es más dura, desprotegida y trágica. Mientras el ciudadano de clase media sufre por un rayón en el carro, el trabajador lo hace por la carestía o el desempleo. Los barrios elegantes, pocos y bien cuidados, son seguros; las comunas, por el contrario, dan alaridos desesperados y su juventud apenas sobrevive en el rebusque o el delito.

Es la realidad que muchos quisieran desconocer, pero que un buen gobernante, justo y reflexivo, tiene el deber de enfrentar para generar oportunidades de redención social y progreso dentro de un mínimo de ética y dignidad.

La coalición se deshizo, como era de esperarse, pero las políticas sociales van a todo vapor; varios ministros han salido, y otros permanecen para compartir con los que llegan los viejos ideales de lucha. Esos amigos que fueron perseguidos y proscritos, ahora están al lado de su viejo compañero como producto de una faena electoral aún democrática. Las viejas ideas liberales, aquellas que sustentaron en Uribe Uribe, López Pumarejo o en Jorge Eliécer Gaitán, el sueño de un país para todos, próspero y feliz, están de nuevo en el debate forjando la posibilidad de una vida mejor para los colombianos.

Por eso, clamamos por la paz y la concordia, clamamos para que la tierra que le fue arrebatada al campesino le sea devuelta en un acto de amor por el país y no como motivo de expropiación y guerra. Clamamos para que una salud y una educación de buena calidad sean garantizadas por parte de un Estado protector, y no como dádivas de políticos y empresarios corruptos. Clamamos por la aparición de una conciencia nacional inclusiva y redentora.

De otro lado está la guerra y la hecatombe, como alguien, equívocamente, se refería a esta nueva posibilidad de paz y progreso.

 

Tomado de: Oficina de Comunicaicones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

 

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