Yo me llamo

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Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: médico asmedista Juan Fernando Uribe Duque (foto)
Escritor, poeta

Una de las críticas que más escuchamos con respecto a la restitución de tierras a los campesinos desplazados es ‘pero ¿sí tendrán con qué cultivarlas?’ Y otro comentario, de suyo simpático y representativo -pues nos enseña el ideario del grueso de la población adaptada al lenguaje de la precariedad producto de la ignorancia-, es referente al proyecto minero de Quebradona que acabaría con Jericó. Dicen: ‘¿No es mejor trasladar el pueblo para que puedan hacer la mina?’ Pues bien, estos comentarios demuestran toda la pobreza intelectual, la alienación y la falta de sensibilidad social hacia las comunidades que se encuentran en riesgo y que las corrientes políticas de renovación y cambio tienen presentes como protagonistas en la construcción de un nuevo país.

Ya esa Colombia fragmentada y anacrónica -tal vez no viable- vive un sopor que impide pensar, fluir y progresar. Es, en parte, lo que hemos denominado el Síndrome del Condominio, ese encierro protector en el que muchos medran y hace que vivan sólo preocupados por una cita médica o por la proximidad del programa de concurso o el noticiero.

En esa rutina temerosa y socorrida como bálsamo constante para la incertidumbre, una noche -antes de empezar un perverso distractor musical de imitadores- sorprendió a la audiencia una alocución presidencial.

– ¿Pero quién es éste? -me preguntaron- yo creía que era un guerrillero asesino… pero está diciendo cosas muy interesantes y muy graves…

Y sí, el presidente emergió de los televisores de miles de hogares colombianos, para abrir la herida y mostrarnos toda la podredumbre que nos alimenta a manera de postre maldito. Puro veneno para adobar la muerte de un país en donde aún creemos que los buenos son los que tienen a más de 20 millones de compatriotas aguantando hambre y en donde presurosos destacamentos de aristócratas y ricachones de siete suelas se roban el petróleo, el carbón, el oro, el café, el erario… y la tierra.

El presidente habló del genocidio y el desplazamiento ahora cuando la Justicia Especial para la Paz sindicó a un general de 120 asesinatos de jóvenes inocentes («Ustedes saben qué es lo que tienen qué hacer», decía el jefe mayor, y la soldadesca de inmediato salía a la cacería en veredas y barrios en busca de muchachos para asesinar y así ganarse el sobresueldo, la medalla o una prima extra). Y todo ello pasó en la tranquilidad de la «Seguridad Democrática». También en esos tiempos, después de las masacres del Salado y Mapareyó -tema central de la alocución presidencial -, aparecieron los compradores de «buena voluntad» para apropiarse de las tierras donde antes estaba la finquita, la parcela del campesino o el pequeño emprendimiento agrícola. Todo ello con la ayuda de notarios corruptos quienes expedían certificados de libertad y escrituras sobre los nuevos predios resultado de la alteración de linderos y cambios de la geografía doméstica que hicieron que el reclamante -muchos años después, de pronto sí frente al pelotón de fusilamiento- no reconociera el que fue su hogar, su cultivo y, en lugar de ello -como sucedió en tiempos de Laureano-, encontrara un trajín de tractores, ganado o cultivos de palma africana.

Fueron 6.600 hectáreas que Argos, la cementera, compró a la fundación «Crecer en Paz» -rimbombante nombre alegórico a un supuesto proceso de paz y desarrollo- pero no, es el disfraz con que ocultan la tragedia que dejó a miles de familias llorando su destino o engrosando los cordones de miseria en las ciudades y condenando a sus hijos -como escucharon sorprendidos los espectadores de «Yo me llamo- a la pobreza y muchas veces a la prostitución.

Duro fue el estrujón a lo más profundo del corazón de Colombia. Las 780 hectáreas restituidas a los campesinos de la vereda el Salado en el Carmen de Bolivar, mediante sentencia de los jueces, no es una simple donación de buena voluntad como lo quieren hacer ver los medios de comunicación; no, señores; es una obligación ante la ley por un robo tras la masacre de más de cien compatriotas. Pero, ¿si tendrán con qué cultivar esa tierra? me preguntan incrédulos como si el campesino fuera bruto, ignorante y perezoso o como si la tierra no les perteneciera.

Han de saber que el gobierno ha implementado todo un programa de asesoría y créditos blandos para que la tierra tenga la función social que le corresponde: ¡la producción de alimentos!

Todas las guerras en Colombia han sido causadas por la tenencia inequitativa de la tierra, y es ahora, más que nunca, cuando el desempleo ha disminuido, cuando el peso es la moneda más revaluada del mundo, los fertilizantes bajaron de precio y la producción interna de alimentos ha aumentado, que la alocución presidencial cae como bálsamo de confianza, confirmando su tesón e inteligencia.

Pueden armar todos los chismes del mundo, pueden sus cercanos hacer tropelías, bailar mapalé y darle gusto a busconas con dineros ajenos; pueden sus coopartidarios entrar en decadencia y rabiar, pero la historia honesta y coherente de este luchador social saca la cara por el país, y de la mano de quienes han estado decididos por mostrar la verdad de nuestra tragedia y una esperanza de redención, se conducirá al país por el camino de la equidad social, el desarrollo y la paz.

Este es el momento que esperábamos, y debemos seguir adelante apoyando al presidente con confianza y contundencia.

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

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