Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: médico asmedista Juan Fernando Uribe Duque (foto)
Escritor, poeta
Ha llegado el tiempo de la sanación. Al país lo están destruyendo hace doscientos años. Tanto su geografía como su composición étnica están en peligro pues las diferentes regiones se han subdesarrollado hacia un temible mundo de abandono y saqueo. El territorio ha sido víctima de atropellos ambientales inmisericordes, basta con sobrevolar la región del Bajo Cauca antioqueño para ser testigos de un mundo de destrucción ambiental vergonzoso, sin parangón en la historia de ningún país, solo comparado con las catástrofes ambientales en África durante la colonización e invasión europea en el siglo XIX.
En Colombia, además de la actividad minera de las multinacionales, sumada al abandono estatal de gran parte del territorio y al flagelo de la violencia paramilitar y guerrillera, el resultado ha sido más que desastroso con un índice de pobreza similar o peor al de las sociedades más atrasadas. La carencia de instituciones inclusivas, el ánimo extractivista, la falta de conocimiento y conciencia nacional, sumado a ello la corrupción, han fortalecido la dependencia externa y configurado una élite político industrial que entregó el país a los intereses de corporaciones cuyo único fin es explotar nuestros recursos con mano de obra barata sin generar el desarrollo que todos habrían esperado; en cada proyecto se albergaron unas expectativas que nunca se cumplieron y, en lugar de ello, todas las zonas donde se han localizado están sumidas en unas penurias espantosas; un ejemplo vivo es La Guajira, en donde se suponía que, con la actividad de la mina de carbón a cielo abierto más grande de Latinoamérica, el territorio progresaría y sus habitantes tendrían un nivel de vida al menos con un mínimo de dignidad; pero el resultado muestra lo contrario y, en casi cuarenta años de actividad minera, la desnutrición, la sed y la pobreza campean con unos índices aterradores: El Cerrejón acabó con los acuíferos y afluentes del río Ranchería, y a su lado, entre grandes camiones y lujosos campamentos, un territorio desierto y yermo sirve de hogar a una multitud de aborígenes Wayú en vías de extinción y que, de no mejorar sus condiciones, habrán de emigrar en busca de tierras fértiles cuando la sequía los acose y el cambio climático acabe por castigarlos en forma definitiva.
En otras zonas del país, como Buriticá en el occidente antioqueño, Segovia y Remedios en el noroeste, todo un territorio devastado por la minería del oro, el panorama no puede ser peor: calles convertidas en huecos donde el desespero del transeúnte o el vecino espera encontrar las pepitas que le brinden un poco de comida o le mitiguen la pobreza ante la falta de empleo. También en el sur de Córdoba, la mina de Cerromatoso -gran explotación de níquel- está acabando con el medio ambiente llenando de una polución venenosa el aire y contaminándo las aguas de los afluentes de los ríos San Jorge y Sinú.
La deforestación acelerada de la selva amazónica, que ya alcanzaba las 250.000 hectáreas cada año, para adecuarla a una agricultura de monocultivos de coca y palma africana o simplemente para abrir pastizales a la ganadería extensiva, era una amenaza a la vitalidad ecológica de la más grande fábrica de agua del mundo. Por fortuna, se está empezando a controlar.
De los 20 millones de hectáreas de tierra fértil en el país, sólo el 20% está representado en minifundios productivos con algún caracter democrático; el resto, el 80%, está en manos del 1% de la población, muchos de ellos narcoterratenientes improductivos con sus respectivos ejércitos particulares, fortaleciendo así el estado feudal anacrónico que caracteriza la historia actual de Colombia. La pretendida Reforma Agraria intentará llevar una solución práctica y consensuada.
Como muestra de su buena gestión, ante la Corte Constitucional el presidente Petro ha iniciado la labor de convencer a todo un país, a sus dirigentes y a su clase política -muchas veces corrupta e inculta-, de la necesidad de salvarnos y restituir el territorio, empezando por curar sus heridas hasta lograr un período de cicatrización social y ambiental efectivas de la mano de los demás países que ven en el nuestro un pilar de salvación para el posible desastre que la crisis climática trae y que, de no enfrentarlo, pondría a la especie humana a transitar sus últimos pasos sobre la Tierra.
Colombia está herida de gravedad pero aún no muere; todavía es tiempo de recuperarla y estabilizar uno a uno sus componentes aliándonos con inteligencia en un pacto de amor y trabajo. Se hace necesaria una labor gubernamental ardua y continua para emprender unidos, como lo plantea el actual Plan de Desarrollo, el camino hacia un futuro promisorio en donde todos los colombianos -y no unos pocos- tengamos una oportunidad de paz y progreso.
N.B : Mencionar el deterioro moral de los colombianos es echarle sal a una herida que, al parecer, ninguno se atreve a cauterizar. Alguien dice que se pueden acabar los narcotraficantes, los delincuentes -ladrones, secuestradores y criminales-, también los militares y políticos corruptos, los guerrilleros… pero al final quedaríamos los colombianos.
¿Qué nos pasó? ¿Qué hicieron de nosotros durante estos dos siglos? ¿Qué intento de nación se conformó? ¿Por qué muchos no quisieran ser colombianos?
He ahí otros interrogantes.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia