Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: médico asmedista Roberto López Campo (foto)
Neumólogo, tisiólogo
Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
Mycobacterium tuberculosis ha estado presente en el ser humano desde tiempos remotos. Fragmentos de columna vertebral de momias egipcias, que datan de 2400 años a. C., evidenciaron signos de destrucción por causa de la tuberculosis.
El término “tisis” (del latín phtisis, y este del griego= consumir), aparece por primera vez en la literatura griega, de allí el apelativo con el cual se le conoció por mucho tiempo, como “consunción”. Alrededor del 460 a. C., Hipócrates identificó la tisis como la enfermedad más extendida de su tiempo e hizo notar que era casi siempre mortal.
Descripciones anatómicas y patológicas de la enfermedad comienzan a aparecer en el siglo XVII. En su “Ópera Médica”, de 1679, Silvius fue el primero en identificar los tubérculos, como un “consistente” y característico cambio en el pulmón y en otras áreas de los pacientes consuntivos (enflaquecidos). También describe la progresión de los abscesos y de las cavidades.
Manget describió las características patológicas de la tuberculosis miliar en 1702. Las primeras referencias del desarrollo de la infección aparecen en la literatura italiana en el siglo XVII.
Un edicto publicado por la República of Lucca (región de la Toscana), en 1692, establece que: “De ahora en adelante, los objetos que hayan pertenecido a un enfermo consuntivo, no deberán estar expuestos a otras personas. Los nombres de los fallecidos deberán ser informados a las autoridades y los parientes deberán tomar las medidas necesarias para la desinfección”. En 1720, el médico inglés Benjamín Marten fue el primero en opinar, en su publicación “A new theoric of comption”, que la tuberculosis podría ser causada por “unas sorprendentes diminutas criaturas vivientes, las cuales, una vez que han invadido el cuerpo, podrían generar las lesiones y los síntomas de la enfermedad”. Sostiene, además, que: “Puede ser, por eso, que aquellas personas que conviven habitualmente, comen y beben, o quienes conversan muy cercanos, expuestos al aliento, suelen contagiarse de la enfermedad”.
“Yo supongo que, una ligera conversación con el paciente consuntivo no es suficiente para infectarse”.
Para principios del siglo XVIII, los escritos del doctor Marten tuvieron una gran relevancia en el campo de la epidemiología. En contraste con estos conocimientos a cerca de la etiología de la “consunción”, que permitieron prevenir y disminuir la cadena de contagio, aparecieron otros informes en rápida sucesión.
En 1865, el médico militar francés Jean Antoine Villemin demostró que la consunción podía transmitirse de los humanos al ganado y de estos a los conejos. Con base en tal evidencia, postuló que un microorganismo podría ser la cusa de la enfermedad.
Así, con esta concepción, Villemin daba fin el viejo concepto de la generación espontánea como origen de la enfermedad.
En 1882, Roberto Koch descubrió la técnica de la colaboración que le permitió identificar el Microbacterium Tuberculosis. El descubrimiento de Koch facilitó el diagnóstico de la enfermedad. La aceptación de muchos médicos a tal descubrimiento fue modesta y tuvo algunos contradictores.
El mejoramiento de las condiciones sociales y sanitarias, la administración de una mejor nutrición y el reposo durante varios meses, contribuyeron para lograr mejorar la resistencia de los individuos a la infección.
Se fundaron sanatorios a lo largo de toda Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica, los cuales prestaban una doble función: aislar al enfermo, la fuente de infección, de sus convivientes y de la población en general, mientras que el descanso prolongado por varios meses y una mejor dieta alimenticia contribuían al restablecimiento del paciente.
Las anteriores medidas fueron reforzadas por la observación del italiano Forlanini, con la técnica del colapso pulmonar, por aplicación del neumotórax (introducción de aire en la cavidad pleural) y otros métodos que buscaban reducir el volumen pulmonar (neumoperitoneo, toracoplastia, introducción de bolas de ping pong, junto con una dieta alimenticia apropiada y un mejor control médico adecuado, favorecieron el proceso de curación).
Un significativo avance hizo su aparición en 1895, cuando Wilhem Konrad Rontgen descubrió la radiación que lleva su nombre. El descubrimiento de los Rayos X, tal como los denominara Rontgen, facilitó a los médicos el descubrimiento, más temprano, de las lesiones pulmonares, así como el seguimiento evolutivo de las mismas.
Otro importante acontecimiento fue el que hiciera el bacteriólogo francés Albert Calmette, quien, junto con Camille Guérin, veterinario y microbiólogo, inventó la vacuna antituberculosa (BCG). Ellos utilizaron un medio de cultivo específico para disminuir la virulencia del Mycobacterium bovino, creando las bases para la elaboración de la vacuna B.C.G., cuyo empleo sigue vigente hasta el presente.
En medio de la Segunda Guerra Mundial (1939—1945), apareció la quimioterapia para las enfermedades infecciosas, utilizando las sulfonamidas y la Penicilina, que permitieron salvar muchas vidas. Pero estas moléculas fueron ineficaces para el bacilo de Koch, poseedor de otras características.
Con el descubrimiento de la Estreptomicina, en el año 1943, a partir del Estreptomyces griseus, se logró en animales la inhibición del Mycobacterium Tuberculosis, con relativa baja toxicidad. El 24 de noviembrede1944, el antibiótico fue suministrado, por primera vez, a un paciente tuberculoso en estado crítico. El resultado fue impresionante: su enfermedad, ya avanzada, se detuvo, la bacteria desapareció del esputo y el paciente tuvo una rápida recuperación. Sin embargo, este medicamento –Estretomicina-, presentaba efectos colaterales, especialmente en el oído interno (hipoacusia, inestabilidad para la marcha), pero el hecho era que podía atacar y vencer al Mycobacterium y detener la enfermedad.
Una rápida sucesión de medicamentos antituberculosos fueron apareciendo en los siguientes años, lo cual fue de suma importancia, porque con el tratamiento a base de una sola droga (monoterapia), las mutantes resistentes comenzaron a aparecer a los pocos meses de iniciada su administración. Esto condujo a los médicos a utilizar dos o tres medicamentos, simultáneamente.
A la Estreptomicina le siguieron: el Ácido para-aminosalicílico (PAS), en el año de 1949; la Isoniacida (Hidracida del ácido isonicotinico), 1952; la Pirazinamida, 1954; la Cicloserina, en 1955; el Ethambutol, en 1962 y la Rifampicina, en 1963, como agentes antituberculosos.
Los aminoglucósidos, tales como la Amikacina y las nuevas quinolonas (Ofloxacina y Ciproflozacina), empleadas solamente en situaciones de resistencia a los medicamentos tradicionales, hicieron su aparición años después. Las combinaciones de un antibiótico betalactámico con un inhibidor de las betalactamasas aumentó la efectividad del tratamiento, pero los nuevos medicamentos, incluyendo los macrólidos, no tuvieron buenos resultados ni buen respaldo clínico.
Dos propiedades de las drogas antituberculosas, son importantes:
1. La actividad.
2. Su capacidad para evitar el desarrollo de resistencia, entre las cuales las más efectivas son: la Isoniacida, la Rifampicina y el Ethambutol.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia