Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Asmedista Roberto López Campo (foto)
Neumólogo – Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
Carmelina tan solo contaba ocho años de edad, cuando su padre murió en un accidente mientras que laboraba como obrero constructor en una población del Oriente antioqueño. Era la segunda hija de Emilia, concebida con su esposo, ya fallecido. El hermano, mayor que ella, ya cursaba el bachillerato en el Instituto Pascual Bravo, de la ciudad de Medellín, a la cual habían llegado huyendo de los vándalos que azotaban varias poblaciones de esa región del Departamento de Antioquia.
Gracias al empeño de su madre, quien trabajaba en un Supermercado de la ciudad, la niña cursaba su segundo año elemental en una escuela pública, situada a pocas cuadras de la residencia, en el Barrio Robledo, al occidente de la ciudad.
A pesar de las dificultades propias de un hogar, donde el padre está ausente, los hijos de Emilia solían responder, con méritos, los esfuerzos de la madre. Juan Luís, el hijo mayor, solía trabajar los fines de semana en una tienda del barrio, entregando los artículos y productos alimenticios a los habitantes cercanos a la misma. El poco dinero obtenido lo empleaba en el pago de los pasajes para transportarse y adquirir algunos elementos necesarios para realizar las prácticas en los talleres del Instituto.
Habían pasado poco más de seis años de la muerte de su esposo cuando Emilia conoció a Alejandro, un hombre mayor, entre los cuales se inició una relación amistosa que, meses después, con el previo consentimiento de sus hijos, los llevó a convertirse en pareja y a vivir juntos en el barrio Los Alcázares, al occidente de la ciudad.
Alejandro, quien poseía algunos bienes y negociaba en la Plaza Mayoritaria con productos del campo, les facilitó, a Emilia y sus hijos, mejores condiciones de vida y se mostró interesado por el estudio de los muchachos. Las condiciones económicas mejoraron notoriamente y Emilia y sus hijos disfrutaban de un mejor bienestar, en tanto que las relaciones de los jóvenes con el compañero de Emilia eran de mutuo respeto.
Ya Carmelina había alcanzado los quince años de edad y cursaba su tercer año de bachillerato. Juan Luis, su hermano, cumplido el pensum del bachillerato, había iniciado sus estudios de Ingeniería en la Universidad Pontificia Bolivariana. Pero pasado un tiempo, aquel hombre, que se había mostrado cordial y respetuoso con los hijos de Emilia, comenzó a comportarse hostil y autoritario, deteriorando así las buenas relaciones con los hijos de Emilia. Una tarde, en ausencia de Emilia, luego de mostrarse cariñoso con la joven, intentó sentarla en sus piernas, acto que, molesta, Carmelina rechazó y que más tarde puso en conocimiento de la madre. Al parecer, ésta, no le dio suficiente importancia al asunto, y prometió hablar con su marido sobre tal actitud.
A partir de ese suceso, tanto Carmelina, como Juan Luis, quien se enteró del abuso proferido por su padrastro, se mostraron un tanto esquivos en las relaciones con Alejandro.
Pocos meses más tarde, cuando las relaciones entre los hijos de Emilia y su marido habían mejorado, un desafortunado acontecimiento vino a alterar la tranquilidad de esa familia.
Una tarde de noviembre, mientras que Emilia permanecía en el Supermercado y Juan Luis había salido de casa en compañía de unos amigos, Carmelina permanecía sola en casa, estudiando unos temas que, como tarea le habían dejado sus profesores. Sorpresivamente, Alejandro, bajo los efectos del licor, ingresó a la casa. Se dirigió hacia donde, sentada frente a un escritorio, permanecía Carmelina y, tomando bruscamente su cabeza, intentó besarla en la boca. Sorprendida, ante la actitud del padrastro, le asestó una cachetada y, poniéndose de pies, lo empujó con fuerza, provocando su caída y que se golpeara la cabeza, de cuya frente empezó a manar un hilo de sangre.
Anonadada, ante la actitud del padrastro, permaneció sentada frente al escritorio, pero Alejandro, incorporándose, la tomó del pelo, y, con la furia de un loco, desgarró la blusa que cubría el dorso de la joven. Temerosa, ante la posibilidad de que siguiera golpeándola o pretendiera abusar de ella, corrió hacia la cocina, se armó de un filoso cuchillo, y cuando el energúmeno padrastro, que había seguido tras ella, intentó abrazarla, ella hundió el arma, en dos ocasiones, en su abdomen.
Pero aquél bruto, irracional y lleno de odio, la tomó por las trenzas que lucía la joven arrastrándola hacía él. Fue entonces cuando Carmelina, temiendo lo peor, le hundió el cuchillo en el costado izquierdo del tórax. Llevándose las manos al tórax, Carmelina lo vio caer, dando gritos de dolor.
Temerosa de que se levantara y siguiera golpeándola, se dirigió hacia la puerta de salida del apartamento y buscó refugio en un apartamento vecino, donde llorando y salpicada de sangre, contó a los vecinos lo sucedido.
—Doña Elvira, por favor llame a mi mamá para que venga. Este es su teléfono, le dijo, entregándole el teléfono móvil.
—Llamen a un servicio de ambulancia, para que lleve a ese señor a una clínica, antes de que se muera. Lo dijo, tomando su cara entre sus manos, bañada en llanto. La señora Elvira y su esposo trataban de consolarla, mientras que le ofrecían una bebida refrescante.
Rodrigo, uno de los hijos de la señora Elvira, que estaba presente, se dirigió, rápidamente, al apartamiento de la familia de Carmelina, situado un piso más alto, para auxiliar al herido. En un charco de sangre, tendido sobre el suelo, permanecía Alejandro, presionando con su mano el costado izquierdo del tórax. Se quejaba, mientras que profería palabras, de grueso calibre, contra la joven.
La ambulancia solicitada, no demoró en llegar. Una joven enfermera y dos camilleros, portando una camilla, ascendieron presurosos al segundo piso, donde estaba situado el apartamento. Le inyectaron un calmante, limpiaron las regiones cubiertas por la sangre, lo acostaron en la camilla y con sumo cuidado descendieron las escalas hasta introducirlo en la ambulancia que rápidamente partió hacia una clínica de la ciudad.
Poco después llegó la madre de Carmelina. Precipitadamente ingresó al apartamento del primer piso donde aún permanecía su hija, auxiliada por la señora Elvira y su esposo. Ceñidas en un abrazo, permanecieron madre e hija durante unos instantes, derramando algunas lágrimas.
—¡Te hizo daño Alejandro? Fue lo primero que le preguntó.
—Afortunadamente, yo no se lo permití. Sorpresivamente llegó. Mientras que yo realizaba una tarea, bruscamente me tomó por la cabeza e intentó besarme en la boca. Lo empujé con fuerza y debido a su estado de alicoramiento se fue de bruces y se golpeó la cabeza. Cuando se levantó, intentó abrazarme y rasgó mi blusa, como tú puedes verlo. Utilizando palabras soeces, me dio un fuerte golpe en el pecho. Como pude, lo aparté de mí y corrí hacia la cocina, pero él siguió tras de mí. Temí que fuera a hacerme daño. Fue entonces cuando me armé con un cuchillo. Él se lanzó contra mí y jalándome por las trenzas, me abrazó con fuerza, repitiendo expresiones soeces. Angustiada como estaba, hundí el cuchillo en su abdomen en dos ocasiones. Me asestó un puñetazo en la cara e intentó abrazarme. Sin pensarlo, volví a herirlo con el cuchillo en la parte lateral izquierda del tórax. Cuando lo vi caer al suelo, aproveché para huir y venir a refugiarme donde doña Elvira.
—Lamento mamá lo sucedido. Pero yo no podía permitir que Alejandro abusara de mí. Estoy dispuesta a asumir las consecuencias de mi proceder.
—Ella llegó muy angustiada, le dijo la señora Elvira. — Me pidió que la llamara por el teléfono; también, que solicitara una ambulancia, para que llevaran a Alejandro a alguna clínica. Temía que fuera a morir. Así lo hizo mi esposo. Hace poco se lo llevaron al Hospital Pablo Tobón.
Tres semanas permaneció Alejandro en el Hospital, luego de ser sometido a varias intervenciones quirúrgicas. Un abogado de oficio, alegando la legítima defensa, evitó la detención, en una cárcel, de Carmelina.
Las relaciones de Emilia con Alejandro se terminaron; y ella, con fortaleza y decisión, continuó trabajando para facilitarle el estudio a sus hijos.
Con la ayuda de un tío, Juan Luis logró alcanzar el título de Ingeniero Mecánico y Carmelina terminar su bachillerato. Entusiasmada con el estudio,
logró ingresar a la Universidad de Antioquia, en donde se recibió de Abogada.
Hoy ejerce en una empresa de la ciudad de Envigado, en donde está radicada con su madre.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Roberto, cómo estás? Mucho tiempo sin saber de ti. Este cuento es de una claridad grande para aleccionarnos con este problema de la violencia intrafamiliar.
Dr López, me encantó su pequeño cuento. Es una muestra de la violencia y abuso que ocurre a diario en las familias colombianas. Tiene un buen final y eso es bueno. Tiene un lenguaje sencillo, coherente, agradable que lo agarra a uno de principio a fin. Gracias por estar ahí doctor, aportando con su vasta experiencia y su humanidad a este mundo tan convulsionado que a veces no se le ve solución..