Sobre el diagnóstico de Kaczynski

Diagnosis

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

 

Por: Médico Jesús María Dapena Botero (foto)
Psiquiatra y psicoanalista

Las rarezas del ser humano hacen que los demás busquen darse respuestas y si no son conductas acordes con lo establecido, cuando no responden a los criterios estadísticos, que caben dentro de la curva de Gauss, la sociedad los ubica dentro de los criterios de lo normal y lo patológico, como nos lo enseñara Georges Canguilhem, ese maestro, filósofo y médico del Collège de France, epistemólogo e historiador de la ciencia, con su intencionalidad de comprender el mundo de la vida y de la normatividad de un Poder establecido.

Este riguroso profesor tendría gran influencia en Jacques Lacan, Michel Foucault, Louis Althusser, Deleuze y Guattari, tanto como en Jacques Derrida, pensadores de la segunda mitad del siglo XX, que tanto influyeran a estudiosos de nuestra generación, no sólo del saber psiquiátrico sino de otras disciplinas.

Una de las más importantes preguntas, que nos suscitaría el catedrático francés iría en torno de la normalidad en el saber médico.

El vitalismo de Canguilhem lo vuelve crítico frente al mecanicismo de los modelos técnicos y reduccionistas de la medicina contemporánea, en lo cual, parecería haber cierta coincidencia con las ideas de Unabomberg, así nunca se conocieran el uno y el otro.

Para el maestro franco, es muy válido tener consideración al medio patógeno, que rodea al enfermo, la relación de quiebres genéticos y patología, para lo cual habría que considerar la tesis de que el todo no es equivalente a la sumatoria de sus partes, con una crítica, a su vez, al reduccionismo fisicalista, que todo lo reduce a la física, que imperara como ideología entre los siglos XVIII y XIX.

Esa apuesta canguelhemiana se acerca a una mirada holística, para que apuntemos al todo de las cosas enteras, en su totalidad, en su conjunto, en toda su complejidad para poder apreciar interrelaciones, procesos y particularidades, aparentemente imperceptibles de entrada o cuando se escinde el objeto de la mirada, lo que nos lleva a un conocimiento sistémico, como Aristóteles lo dijo en su Metafísica, como una reflexión más allá del fisicalismo, ya que trasciende a la física misma.

Podemos darnos cuenta, mediante el juicio, que hay características en el todo, que no aparecen en las partes. Por ejemplo, si miramos el mundo, no veremos los átomos, ni sus partículas elementales, tampoco podemos ver las moléculas, a primera vista, aunque nos topemos con entes materiales, aire, agua, tierra, que si analizamos podemos ver que están constituidos por esos entes microscópicos, que no alcanzamos a ver, ni a oír, aunque, quizás sí podamos oler o sentir en nuestro organismo, sea en la piel u en otros órganos del cuerpo y encontrarnos entonces con conformaciones celulares, con órganelos en su interior, partes de las que podemos detectar su morfología, aunque ella no nos diga nada de su forma de funcionamiento, ni procesos, que ocurren en su interior, de donde podemos concluir que esa totalidad es distinta a la suma de esas partes, cuya sola existencia no basta para comprender como interactúan y se dan procesos en el interior de la materia viva.

Así la anatomía y la histología no nos dirán, en principio, nada sobre la bioquímica ni la fisiología y mucho menos en sistemas tan complejos como el sistema nervioso central, aunque podamos saber todo lo conocido en un momento dado, no nos explica de lo que ocurre entre un sujeto y otro, lo que, es más del orden de lo social y de lo trascendental, aunque para saber se precisa ir de uno a otro conocimiento, a su vez, interactuante.

De ese modo, no podrá hacerse una prevención de la tuberculosis, si no tenemos conocimiento de la microbiología, del bacilo de Koch, aunque el propio bicho no podrá explicarnos lo que pasa en el interior de cada tuberculoso, de lo que sí nos puede dar cuenta un escritor, el Thomas Mann de La montaña Mágica.

Ni tampoco nos aportarán nada las radiografías mismas, con las cavernas en los pulmones de los tísicos de los prejuicios, que hemos de saltar para logar una prevención lo mejor posible de dicha enfermedad; en fin, son consideraciones, que me permite pensar una epistemología como la de Canguilhem y ni que decir en el campo de la Salud Mental, que es a lo que pretendo llegar, porque por supuesto, un hombre tan raro como Theodor John Kaczynski, podría plantear.

El todo social, encartado con la anómala conducta de este matemático, necesitaba darse explicaciones y, para ello, ¿qué mejor que recurrir a los conocedores del alma humana?

La policía, el FBI, se veían obligados a echar mano de los psicólogos, los psiquiatras y los criminólogos, máxime cuando, si oímos a sus parientes nos podrían contar en la anamnesis que la madre había querido consultar a Bruno Bettelheim; pero, ¿ese hombre tan experto en el tema, lo miraría desde el punto de vista del autismo clásico de Leo Kanner o del de Lois Asperger? Si yo hubiera de responder me decantaría por el primero, porque Asperger estaría todavía guardado en los archivos de una biblioteca hasta que algún curioso necesitado, con alguna ilustración sobre el asunto, se animara a rescatar ese modelo clínico, más allá del hegemónico kanneriano, que se había impuesto en el mundo de la psiquiatría clásica; tal vez, Asperger resultara más benigno que el otro, que inculpaba a las madres-refrigerador, descritas en su libro de psiquiatría infantil.

Todo esto lo planteó desde mi formación, médica, psiquiátrica y psicoanalítica, que me reviste de cierta autoridad para hacerlo, desde el punto de vista teórico y clínico.

Pero, si hemos de remitirnos a las teorías de los psicoanalistas, me resulta muy interesante una declaración, que diera David, el hermano, en el momento de la detención del amenazante Unabomber, la cual la descubrí en mi pesquisa por conocer más sobre Kaczynski y me topara con una docu-serie de Netflix, sobre el consaguíneo personaje, una serie televisiva, titulada En palabras de Unabomber, dirigida por Mick Grogan, realizada en el 2020.

David fue riguroso con el imperativo kantiano, pese a que él entrara en conflicto si denunciaba a su hermano; pero, tomaría la decisión porque consideró que si lo encubría, era una forma egoísta de ser frente a la humanidad y que si lo hacía podría detener las acciones crueles de su hermano, quien estaría bajo el control después de tantos atentados criminales, cosa que Unabomber jamás le perdonaría ni a él, en primer lugar, su cuñada y hasta su propia madre.

Lo que más me gusta de esa serie es que se escucha de viva voz a los parientes, que pretenden dar una explicación a la conducta del reo.

David Kaczynski nos comunicaría un relato de su madre, quien adoraba a su hijo mayor, quien contara, que durante el primer año de vida, Unabomber tuvo que ser ingresado por una fiebre exantemática, en un hospital tradicional, con todos los vicios de las instituciones de aquel entonces, entre 1942-1943, cuando aún no se tenían en cuenta las valiosas investigaciones del gran psicoanalista René Spitz sobre la patología del primer año de vida de un niño, las cuales serían toda una luz para la comprensión de ciertas enfermedades; ese descubrimiento sptiziano resultaría ser un gran aporte para la humanidad.

La estancia hospitalaria del pequeño Teddy se dio entonces en una institución muy normativa y autoritaria, que consideraba que los padres eran un verdadero estorbo para las labores médicas, máxime si se trataba de bebés, por lo que en su protocolo era necesario tenerlos lo más lejos posible de la criatura en la sala hospitalaria; de donde era preciso restringir al máximo sus visitas, por ejemplo, a dos horas algunos días de la semana.

De esa manera, el bebé de los Kuczynski fue llevado al hospital, donde lo pusieron en una camita con barandas; allí, se quedaría el infante, para recibir la necesaria atención pediátrica, en una inmensa sala cuna, a lo mejor, atendido por un personal frío y distante, por aséptico e higiénico, que fuera el local, puesto que tales eran los parámetros de un rígido protocolo.

En pocos días, el infante empezaría a mostrarse irritable, apático y desvitalizado, signos de lo que años más tarde, el médico europeo, llamaría hospitalismo o depresión anaclíctica; era la moridera de la que hablaría en Medellín, por esos años, el profesor Gustavo González Ochoa, en el Hospital de San Vicente de Paúl; pero el pequeño Teddy se libraría de llegar a estadios tan profundos del síndrome, la muerte como destino final, al que irían parar muchos de los niños, como aquellos de los que nos advirtiera el sabio René Spitz.

La recuperación del impacto físico, ocasionado por el hospitalismo en el vástago de esa familia de ascendencia polaca, en apariencia, pasaría sin secuelas de experiencia traumática; aunque, yo considero que no fue tan inocua esa vivencia infantil, que debieron quedar en sus huella mnésicas como un primer ataque de la ciencia y la técnica hacia el bebé, deprivado del afecto de la madre o de otro ser querido.

Quizás podríamos atrevernos a pensar que ese trauma arcaico, registrado en su inconsciente, le ocasionaría un gran resentimiento al infans, que lo haría rabiar contra sus padres, supuestamente desconsiderados, en medio del llanto por el abandono, del que los culparía a ellos, en la medida que el infans no tiene un desarrollo subjetivo para poder hacer una crítica a la institución, la cual, desde una ideología, también inconsciente, obligaba a ese distanciamiento del niño de su madre y de sus seres queridos, considerados por el hospital como estorbosos.

De seguro, esa experiencia de soledad absoluta, produciría una suerte de terror sin nombre y en la fase de agotamiento producida por semejante angustia de separación, lo llevaría a retroflejar su rabia retroflejada sobre sí mismo, con la aparición de los fenómenos descritos por un clínico tan observador como era el propio Spitz.

Estamos entonces, ante una mala experiencia fundante para la subjetividad del físico y matemático gringo.

La madre, a su vez, estaba ofendida con tal rigor hospitalario, que la había hecho a un lado, me lleva a pensar, en rechazo a las indicaciones de Bettelheim de internar a su hijo en la Escuela Ortogenética, lo que hubiera reproducido ese trauma tan arcaico en la mente de su Teddy, lo que pienso que fue una buena intuición materna.

A pesar del bullying padecido en la primaria, del que ya parecía repuesto, en los años de High School; a su ingreso en la universidad pasaría a ser muchacho dicharachero y jovial, que hablaba hasta por los codos, aunque mantuviese cierta reserva, sobre todo en relación con las chicas deseadas, ante las cuales se veía incompetente para abordarlas, máxime con el miedo, que debía producirle la reaparición del rechazo escolar, el adolescente se iría marginando de nuevo, con una actitud arrogante, que lo hacía cada vez más, detestable para los condiscípulos, por lo que se iba adentrando en un círculo infernal del que no podía escapar, por lo que se veía obligado a su encierro en su mundo matemático.

No faltó alguna consulta psicológica, que no le asentaría bien, aunque menos mala, que en una consulta psiquiátrica ulterior, en la que desarrolló, una transferencia negativa tremenda hacia un terapeuta médico, que lo llevaría a manifestar a algunos amigos y parientes, que deseaba asesinar a ese galeno, por lo que sintió que lo más lógico, para no cometer el crimen, al que se veía impulsado, lo mejor sería no volver jamás a verlo.

Entonces, le comentaría a David, quien le admiraba como si Ted fuese su yo ideal, aunque el menor hiciera lecturas más serias y profundas; con cierta

despectiva ironía, el mayor le diría que no era necesario leer tanto, que un hombre, en verdad, inteligente se solaza mejor en ensoñaciones crueles, lo que nos sugiere alguna forma de sadismo, aunque el hombrecito parecía incapaz de matar una mosca.

Un día, el mayor hacía confidencias eróticas al más chico y le comentaría a su hermano de sus aventuras con una compañera de trabajo, con la que acababa de salir, mientras hacía gala de algunas dotes seductoras hasta llegar a besuqueos; pero, cuando la muchacha le expresó que prefería ser su amiga que su novia, Tedd montó en cólera y empezó a difamarla con notas que colgaba en las vidrieras del lugar de trabajo común a ambos, bastante insultantes y estuvo pensando en secuestrarla y destrozarla a pedazos, en fantasías, como si fuese todo un Jack, el destripador, que, sin embargo, nunca realizó.

Tal vez, no le quedaría otra opción que recurrir a la mano de Onán sobre sus propio cuerpo.

Sucedió entonces otro malhadado evento en la vida de Kuczynski al ser elegido, con otros alumnos destacados, para hacer parte de un experimento, cuya metodología era medir algunas funciones psicológicas y corporales, sin advertirles nada más.

De las anotaciones de John Murray en el experimento Mkultra, sólo sabemos que en el informe aparecía que era un joven con inestabilidad emocional, aunque ignoramos, si se hiciese algún diagnóstico de personalidad borderline o limítrofe.

Sin embargo, en 1998, cuando ya estaba apresado, una psiquiatra forense hablaba de que era un hombre con ideas obsesivas muy arraigadas, lo que no me resulta para nada un diagnóstico esclarecedor, en tanto, esta descripción me parece bastante peregrina, pues añade que su contenido está en torno a la maldad de los Estados Unidos de América, lo que puede ser una opinión, si se manifiestan como dudas, o delirios si son convicciones irrebatibles por la lógica, como si se tratase de un dogma, o un aserto que, en realidad, no pudiera ser comprobado; aunque la aseveración de que su misión sería destruirles, si me da para pensar en una idea delirante, que lo llevan a un paso al acto, como acción paranoide solitaria, de quien asume la posición de ir solo contra el mundo, aunque eso no da pie al diagnóstico de esquizofrenia, que le hace la psiquiatra Sally de Johnson.

No se describen con amplitud, las alucinaciones, que la legista dice que se dieron en el reo, para apoyar su hipótesis diagnóstica; yo argumentaría que no hay motivos suficientes para achacarle esta enfermedad.

Otros hablaban de una tendencia a la depresión, lo cual se me hace mucho más factible, dado los antecedentes de haber sufrido el síndrome de hospitalismo, referido por Spitz, por lo que podría explicarse parte de su fenomenología:

-Aburrimiento, compensado con conductas compulsivas.

-Frustración.

-Enojo.

-Agresividad y violencia.

Creo que hay tomar con pinzas el saber psiquiátrico práctico, en la medida que es bastante clara la discrepancia en diagnósticos hechos a un mismo sujeto por varios profesionales de las ciencias psi y, en particular, cuando

se trata de casos, que han de ser estudiados por psiquiatras forenses para determinar la responsabilidad y los grados de libertad de un criminal determinado y, sobre todo de un esquizofrénico, con el riesgo de que quedemos atónitos, enredados en medio de una confusión, semejante a la de la torre de Babel.

Además la esquizofrenia tenía en ese entonces la mala prensa de que los que la padecieran frecuentemente cometían actos homicidas, como sería el caso de Bates, tan divulgado con la exhibición de la película de Alfred Hitchcock, Psicosis (1960), cinta que tiene una pésima base psicopatológica, cuando se ha demostrado que los esquizos no tienen la frecuencia que sí tienen otros cuadros psicopatológicos, como serían las personalidades antisociales, narcisistas y las psicopatías.

Y sea cual sea, el diagnóstico que se le haga a este personaje, ello no desdice nada de la validez de su contenido, como si el loco no tuviera derecho a la palabra y no hubiera una parte de verdad en el delirio; son muchos los seres sensatos, que se identifican con las reflexiones del supuesto orate, dadas la actualidad y la vigencia de sus planteamientos contra el daño tecnológico, que la ciencia y la tecnología han hecho a la humanidad, como lo referido al cambio climático.

Unabomber se enojaría muchísimo cuando se pretendió declararlo loco, para poder corroborar el no ha lugar a una sanción judicial y poder eludir la imputación, de tal manera que se lo eximiera del juicio, condena y ejecución de la pena, que ameritara por sus actuaciones, lo cual puede ir más allá de una anosognosia, el no reconocerse como enfermo, por rechazar un rótulo diagnóstico, más que haya consciencia o no de la enfermedad, que los psicóticos, perversos y psicópatas casi nunca tienen, en tanto. piensan que ellos son así, como vimos en el caso de Nash, dado, que este criminal masivo como doña Aurora Rodríguez Caballeira, asesina de su hija, y Louis Althusser, Tedd hubiera preferido la cárcel, incluso la pena capital, al manicomio, a la condena a la locura, la cual aún sigue negando; puesto que considera que un rótulo de esa naturaleza desvirtuaría su mensaje, que puede considerarse veraz.

Por ello, ante las estrategias de sus defensores, tan indignantes para él, preferiría firmar un acuerdo de culpabilidad y ser condenado a cuatro condenas perpetuas, de tal manera, que en la sala de juicios, ni siquiera se pusiera en tela de juicio su cordura.

Desde la psiquiatría biológica, se supone que esta postura frente a la enfermedad es el fenómeno llamado anosognosia, reflejo de una disfunción cerebral, que padecía Unabomber, dada su condición esquizofrénica, un dato clínico compartido con la demencia por enfermedad de Alzheimer, que supondría una alteración del hemisferio cerebral derecho, una descripción, que no me resulta suficientemente bien documentada, aunque tal concepto se remita a la vuelta del siglo XX, con von Monakov y Babinski, que jamás me fuera enseñado como parte de la fenomenología de la esquizofrenia.

Es decir, tal fenómeno resulta indefinido y poco claro, en la medida que se considera una incapacidad de percibir una anomalía, un déficit, con lo que deshace el clásico de que un sujeto no tiene consciencia de su enfermedad, como se ha pensado que pasa, desde tiempo atrás, con las psicosis y las caracteropatías, para incluir estas entidades como producto de lesiones orgánicas, incomprobables de forma empírica, por afecciones de la substancia encefálica, sobre todo, si no existen hasta ahora, criterios diagnósticos específicos de dicho signo, por lo que aún hay que seguir de investigando muchísimo más sobre este tópico, desde una posible neurofisiología, pienso que tendría más que ver con conexiones sinápticas, sin que se hayan dado resultados concluyentes de la existencia o no de dicho signo.

Aún me siguen pareciendo más explicativas las reflexiones psicoanalíticas en torno a la negación, para evitar la percepción de estímulos displacenteros para el Yo, pensado como un mecanismo psicológico de defensa ante la angustia, por arcaico, que sea, generador de perceptos determinados, lo que parece lejos de tener un correlato anatomopatológico, así se alegue lo contrario por parte de psiquiatras biológicos puros.

Aunque hay un artículo, basado en imagenología, que muestra diferencias entre los que padecen anosognosia y los que no, de acuerdo con los criterios de Amador, que no dejan de resultar interesantes, con alteraciones en relación con problemas en la conectividad de áreas específicas del cerebro, que podrían inferirse de los hallazgos de neuropatólogos moscovitas, que encontraron una pobreza de células gliales, que terminan por ser escasas en el sistema de conectividad de la materia blanca del encéfalo, en quienes padecen el signo anosoagnósico, en los primeros estadios de la enfermedad con la que se asocia tal signo, sobre todo, en las oligodentritas de la parte inferior del lóbulo parietal.

Pero podría ser que Kaczynski lo que padeciera, como Althusser, fuera un gran temor a ser ingresado para siempre en un nosocomio, en el lugar del loco, máxime con la amarga experiencia, que había tenido con el experimento de John Murray.

Yo creo que se ha de tener en cuenta la biopsicopatografía, en la que, sin lugar a dudas, en el zócalo inconsciente estaría registrado este malhadado impasse con el creador del test de apercepción temática, con ese hombre, para nada, ligado a la ética del psicoanalista, por más autorizado, que estuviera, puesto que para nada pareciera ser ni un hombre simpático ni empático, un tipo incapaz de ponerse en la posición de si yo fuera usted o se pusiera en los calzones de su semejante, una suerte de policía más en el contexto del macartismo de la Guerra Fría, sin que pareciera emerger el vértice o punto de vista del psicoanalista, lo que no lo hacía un médico de fiar, inspirado en el colaboracionismo por parte de Carl Gustav Jung con los postulados de Adolf Hitler.

Yo me preguntaría, más bien, si estaremos de nuevo ante un caso como el de la Aimée de Lacan, como un caso de paranoia de autopunición, tema que el joven psiquiatra eligiera para su tesis de grado.

Marguerite, cómo, en realidad, se llamara esta asilada, atendida por el futuro psicoanalista, al ser encerrada por las consecuencias de su delirio, éste desaparecería, así tuviera sobre sus espaldas, el haberle cortado la cara a una actriz, a quien viviera, desde su ambivalencia, como objeto idealizado y perseguidor a la vez, como si el estar entre las rejas de una institución protectora contra la angustia le resultara tranquilizante al aplacar su necesidad de castigo y su masoquismo.

 

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

 

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