Al oído de la ministra Corcho y del ministro Gaviria

Tomado de: www.elespectador.com

Por: Guillermo Rivera Flórez (foto)
Abogado, docente universitario
Ex congresista, ex ministro del Interior

Esta columna es una propuesta para la ministra Carolina Corcho y su colega Alejandro Gaviria. Les propongo la construcción de un ambicioso programa para abordar un problema que merece atención oportuna. Me refiero al deterioro de la salud mental, que está golpeando a un número cada vez mayor de jóvenes y amenaza con convertirse en un problema de salud pública.

Aunque en teoría ya salimos de la pandemia del COVID-19, sus consecuencias están presentes. Todavía no se han terminado de superar los traumas derivados de la desaparición de seres queridos, del encierro, de la soledad y de las dudas sobre el futuro sanitario y económico. La reactivación, que pareció despegar este año, hoy se ve ensombrecida por la inseguridad urbana, la inflación y los vientos de recesión que soplan por todo el mundo. Y como si esto fuera poco, las amenazas rusas de usar armas nucleares nos obligan a pensar que podemos estar ad portas de una guerra mundial. Los jóvenes son conscientes de esta realidad y sienten que están viviendo en medio de la incertidumbre.

Según la Encuesta de Pulso Social del DANE de junio de 2021, la salud mental de la población de 10 a 24 años fue la más afectada durante la pandemia.

Si cada lector hace un ejercicio de memoria sobre las conversaciones que ha sostenido con familiares y amigos desde la llegada de la pandemia, descubrirá que son cada vez mayores las noticias sobre jóvenes que padecen depresión o ansiedad. Es un asunto que está cada vez más cerca de cada uno de nosotros. En las zonas rurales en las que la señal del internet era deficiente, muchos jóvenes desertaron del sistema escolar cuando se impuso la virtualidad y hoy sus vidas están expuestas a todo tipo de riesgos.

Saber que se padece un problema de salud mental no es un asunto tan fácil como saber que se padece un problema respiratorio. Muchos padres de familia cuyos hijos lo sufren asumen una posición negacionista, debido al estigma y al tabú que persiste sobre este tipo de patologías. Miles no buscan ayuda, porque sienten vergüenza o no saben que se puede hacer. Según la citada encuesta, solo el 1 % de las personas indagadas consultaron a un psicólogo.

Es necesario construir una conciencia colectiva acerca de las enfermedades de salud mental, la posibilidad de pedir ayuda y las maneras de conseguirla. Hay que propiciar un levantamiento de manos de todos los jóvenes que en silencio padecen estas afectaciones. Es urgente identificarlos, oírlos, guiarlos y ayudarlos.

Un esfuerzo en esa dirección solo puede ser liderado por el Gobierno nacional y un programa de esa naturaleza no requiere una gran reforma legal. Podría ser diseñado y puesto en marcha mediante un rápido consenso entre el Gobierno, los actores del sistema de salud y las secretarías territoriales de Educación.

Atender integralmente la salud mental de los jóvenes podría ser, en la práctica, un aterrizaje de la política del amor de la que ha venido hablando el presidente Gustavo Petro desde su campaña.

 

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