En el campo

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico asmedista Roberto López Campo (foto)
Neumólogo, Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia

Transcurría el mes de junio y el calor imperaba para la época.  El cielo amaneció radiante, de un azul claro, ligeramente cubierto por un velo blanco de nubes. No  había el menor indicio de lluvia. Se cumplían así, cerca de dos meses que no caía una gota de agua sobre la parcela y el suelo se mostraba reseco, con algunas  hendiduras.

Contemplé, con preocupación y algo de tristeza, cómo se habían marchitado las begonias y los tulipanes que adornaban el patio de la casa, que mi abuela había cuidado con mucho celo. También las acacias del frente de la casa se mostraban enjutas y despobladas de hojas.

Un coro de cigarras chirriaba, insistentemente, implorando unas cuantas gotas de agua al despejado firmamento, sin que se les cumplieran sus rogativas.

En el patio, sentada en una mecedora de mimbre, la abuela zurcía una vieja camisa del abuelo, que había sufrido un desgarro cuando trajinaba por el platanal. A pesar del verano tan prolongado, una tenue brisa, proveniente de las montañas cercanas, refrescaba el ambiente.

Contaría yo con siete u ocho años de edad, cuando mi madre, en compañía de mis hermanos, nos llevó a pasar las vacaciones de medio año a la finca de los abuelos. A pesar de la sequía, los árboles de mango cercanos a la casa se mostraban pletóricos de frutos amarillos y rojizos, que nosotros degustábamos con avidez.

Bandadas de pericos y otras especies de pájaros entonaban sus trinos, mientras que picoteaban los dulzones frutos.

Una pequeña jaula, elaborada por el abuelo, construida con finas varas de bambú, reforzadas con alambre, nos servía para atrapar algunos pájaros, que con sus alegres cantos matinales hacían más placenteras las mañanas en la parcela.

Un arroyuelo, que corría muy cercano, cuyas aguas habían mermado por causa del verano, nos servía para refrescarnos cuando el calor nos agobiaba.

Por las noches, sentados alrededor de una mesa, los mayores se deleitaban jugando cartas de la baraja española, en tanto que los niños lo hacíamos con un  parqués, mientras que escuchábamos las sentidas notas musicales de un viejo gramófono, marca RCA Víctor, en cuya tapa aparecía el perrito de la cabeza inclinada.

Por las mañanas, nos placía acercarnos al corral de las vacas para observar al viejo ordeñarlas y degustar la tibia leche que, en totumas, nos ofrecía el abuelo.

Adriano, un joven, sobrino de la abuela, nos ensillaba las bestias y nos servía de guía, cuando felices recorríamos la parcela por largo rato. Solíamos llegar hasta una colina cercana, desde la cual se divisaba un pequeño poblado, de casas blancas, descansando a la orilla de un río.

Nuestro retorno a casa lo hacíamos cuando ya el sol había ascendido en el firmamento y su fogaje nos hacía sudar intensamente. Sofocados, con los rostros enrojecidos, llegábamos a casa, en donde, sonriente, la abuela nos recibía con una limonada bien helada, que refrescaba nuestros cuerpos y saciaba nuestra sed.

Han pasado muchos años de esas vivencias, acontecidas durante mi niñez, mas sigo recordando satisfecho, y con mucho agradecimiento, los principios de  respeto, de solidaridad y de comportamiento que esos viejos me inculcaron durante mi niñez y mi adolescencia.

Medellín, 4 de agosto de 2022

 

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

 

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