Saúl Franco, el médico que ha diagnosticado los dolores que dejó la guerra

El comisionado de la Verdad de 77 años lleva más de cuatro décadas investigando sobre la relación entre la violencia y la salud. Comenzó por su historia: es víctima de las Farc, del Eln, de los paramilitares y del Estado

Tomado de: www.elespectador.com

Por:  Periodista Valentina Parada Lugo
Columnista de El Espectador

(Artículo publicado originalmente el 24 de junio de 2022)

Saúl Franco dice con firmeza que en Colombia la guerra ha dejado cicatrices profundas que están infectadas. Cicatrices que no han cerrado ni sanado y que, por el contrario, en muchos casos se han abierto más. Y que duelen. Duelen profundamente por lo que han vivido las víctimas de secuestro, de tortura, de violencia sexual, de reclutamiento forzado, de homicidios y tantos horrores más. Cicatrices que “están botando pus”, pero al mismo tiempo que no han sido más grandes que la capacidad humana para sobreponerse a la tragedia.

Su lenguaje, casi siempre, es así de sencillo, a pesar de que sus dos profesiones parecieran ser incompatibles: la filosofía y la medicina. Siempre que habla intenta explicar su radiografía sobre el país al que lleva medio siglo examinando e intentando diagnosticar como médico de la Universidad de Antioquia y con los tres años de filosofía que alcanzó a estudiar. Saúl Franco, de 77 años, es uno de los comisionados de la Verdad que desde 2018 intentan conocer las múltiples verdades sobre la guerra de más de medio siglo y casi 10 millones de víctimas. Como él dice, es uno de los “veteranos”. Era contemporáneo con Alfredo Molano, uno de sus grandes amigos y con quien trabajó en esta institución los primeros meses antes de que falleciera en octubre de 2019.

Su legado no es menor. El 28 de junio de este mes, la Comisión entregará al país un informe final en el que contará qué fue lo que pasó en la guerra. Hablarán sobre los horrores cometidos por las guerrillas, los paramilitares, los agentes del Estado, pero sobre todo sobre la capacidad de las víctimas para resistir en medio de ese escenario. De hecho, uno de los aportes de Franco al informe final será precisamente en el capítulo de Impactos, afrontamientos y resistencias, que se llamará Sufrir la guerra y rehacer la vida, en el que explicará las repercusiones en salud mental y física, sobre el entorno, la democracia y la naturaleza del conflicto armado en Colombia.

Esa mezcla entre el dolor y el valor, según Saúl, ha sido lo que más lo ha marcado de su trabajo en la Comisión de la Verdad. “Ha habido, entre muchos, dos momentos específicos que me han conmovido mucho y ambos han sido con víctimas. El primero fue cuando vino el papá de Dimar Torres (excombatiente asesinado por el Ejército en abril de 2019). A él le habían asesinado su hijo, pero hablaba con una tranquilidad y una claridad tan grande sobre seguir adelante. Son lecciones de humanidad del más alto nivel. Su abrazo me conmovió. Y lo segundo fue una reunión con mujeres buscadoras de desaparecidos. Me reuní con ellas en Saravena. Ver esa tenacidad a pesar de sus dolores y escuchar cómo hablan de sus hijos desaparecidos hace 25 años, como si hubiera ocurrido ayer, me estremeció”.

Saúl es un médico social que ha dedicado más de la mitad de su vida a intentar entender y explicar “las bases racionales y la comprensión de los por qué de las enfermedades, los por qué de la vida, los por qué de los dolores”. Él sabe de qué habla porque también ha vivido la guerra en carne propia. En 1985, la guerrilla del Eln le asesinó a un primo-hermano. Era un abogado que defendía el sector empresarial y “lo asesinaron el ultimo día de abril para que lo enterráramos el 1 de mayo, que era justamente el Día del Trabajo. El Eln nos dejó una banderita sobre su cuerpo dándonos ese mensaje”, cuenta con una lucidez propia de quien ha trascendido ese dolor.

Apenas tres años después de eso, cuando Saúl era profesor de medicina de la Universidad de Antioquia en la época en las que la medicina social era apenas una ventana que comenzaba a abrirse en el país, salió del país exiliado luego de que su nombre apareciera en una lista de grupos paramilitares. En esa misma lista aparecían los nombres de Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur, también médicos salubristas, quienes fueron asesinados en el segundo semestre de 1987, al igual que Pedro Luis Valencia, Luis Fernando Vélez y otros 11 profesores y estudiantes de la Universidad de Antioquia. “Fueron los paramilitares en alianza con organismos de seguridad del Estado, eso cada vez ha quedado más claro, contra el pensamiento crítico, el pensamiento progresista y los defensores de derechos humanos”, como él lo explica.

Tuvo que irse a vivir a Brasil ese año y, asegura con certeza, que el exilio cambió el rumbo de su vida. “La vida no habla por palabras, habla por señas”. Fue en ese país que se dio cuenta que su vocación era investigar sobre la relación entre la guerra y la salud y ayudó a fundar el Centro Latinoamericano de Estudios de Violencia y Salud, un referente académico sobre estudios en esta materia. Sin embargo, en 1991, cuando retornó a Colombia, su regreso no estuvo acompañado de buenas noticias.

Poco después de volver, las Farc intentaron secuestrar a un tío suyo en una finca en Antioquia. “Él nos había dicho que no se iba dejar secuestrar y que, si se lo llevaban por las malas, no diéramos un peso. Cuando la guerrilla llegó a su finca lo arrastraron, pero él no se quiso dejar llevar, entonces le pegaron un tiro por la espalda”. Lo narra despacio, con los recuerdos en carne viva en su mente. Cuenta que cuando llegaron hasta ese predio lo encontraron en el piso y con un cigarrillo en la boca que tenía cuando le dispararon. Ha sido víctima de todos los actores del conflicto armado.

Saúl es fiel creyente de que las personas tienen una misión en el mundo y no duda que la suya es, precisamente, lo que viene haciendo hace más de 35 años. Por eso su preocupación por estudiar las repercusiones en la vida y la salud en medio de contextos de violencia lo llevó hasta la Organización Panamericana de la Salud, en Washington. “Creo que las instituciones de salud se debían preocupar por ver el tema de la violencia como un problema de salud pública. No solamente ver a las personas como heridas por una bala, a las mujeres como víctimas de violencia sexual, solo desde sus afectaciones físicas, sino lograr racionalizar la violencia”.

Producto de su trabajo y el de otros médicos y epidemiólogos que contribuyeron, la Organización Mundial de la Salud, a finales de la década de los 90, emitió un informe sobre violencia y salud en el mundo. Luego, en la Universidad Nacional de Colombia, fue cofundador del Doctorado en Salud Pública, y allí conformó un grupo de investigación en este tema. Llevaba 40 años en el mundo de la academia, desde la investigación social intentando escudriñar y diagnosticar las enfermedades silenciosas que ha padecido un país que ha vivido en guerra más de medio siglo.

Una de sus más grandes preocupaciones es la salud mental de los colombianos. “No estamos locos, pero no tenemos las condiciones básicas de felicidad, de tranquilidad”. La guerra, menciona, rompe la confianza entre la gente y acaba con el tejido social que se gesta en las comunidades. Saúl dice que, como médico, le sorprende que en Colombia la tasa de suicidios no sea mayor, aún con las atrocidades que ha vivido el país. “Nuestras tasas de suicidio son sorprendentemente bajas en comparación a otros países”. Y dice que tiene una teoría cruda para explicarlo: “En este país la gente no alcanza a suicidarse porque la matan antes”. Como si hubiese más disposición de apuntar el gatillo contra el otro, que contra sí mismos.

Han pasado más de cuatro décadas en las que Saúl ha escuchado cientos de historias sobre la inhumanidad de la guerra, pero dice que la esperanza por construir y tener un país distinto sigue intacta. Cuando, en 2016, se firmó el Acuerdo de Paz con la exguerrilla de las Farc él fue uno de sus firmes defensores. No se imaginó nunca que haría parte de la implementación de lo pactado en La Habana y mucho menos que su jubilación tendría que aplazarse años más porque, justo cuando ya quería descansar, en 2017, más de 13 organizaciones nacionales e internacionales lo postularon a él para ser comisionado. Una de ellas, por ejemplo, fueron las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, con quienes también había trabajado.

Y aceptó el llamado. Dice que ha sido la experiencia profesional y de vida más exigente, más retadora y gratificante que ha tenido, aunque le ha implicado dejar de pasar tiempo con su familia, dejar de jugar con sus nietos, dejar de hablar con sus hijos y dejar de compartir tiempo con su esposa. De hecho, dice que eso es lo que intentará recuperar a partir del 1 de septiembre a las 8 de la mañana, cuando su paso por la Comisión de la Verdad haya terminado. No es para menos, lleva casi 40 años de vida frenética intentando entender el conflicto en Colombia. Aunque los últimos tres años han sido los más intensos y en los que más ha aprendido, pero dice su prioridad ahora será disfrutar su familia y sus amigos.

Saúl dice que las canas y la experiencia lo han ayudado a superar varios miedos, entre esos el miedo a la muerte, que es apenas el más natural y fundamental entre los seres humanos. Lo superó el año pasado cuando tuvo Covid-19 y luego de que ese virus casi le arrebatara la vida. Allí se dio cuenta que sí hay una vida después de la vida. Y no se refiere a lo religioso o al cielo y el infierno, sino a ese espacio inmaterial de la energía en el universo, que no ha podido explicar ni siquiera la ciencia, pero que existe y que él experimentó y vio.

Ya no le teme a morir, pero sí le tiene miedo a que el legado de la Comisión de la Verdad no sea lo suficientemente fuerte como para estremecer un país que pareciera estar anestesiado al dolor del conflicto y del otro. Espera que el próximo 28 de junio sea un día histórico y que Colombia entienda que la guerra no es el camino y no debe costar más vidas. “Me da miedo que el país no dimensione la magnitud de lo que ha sido el conflicto armado y que sigamos anestesiados, que nada nos conmueva después del informe”. Una anestesia que, a veces, no pasa y a la que médicamente no le encuentra otra explicación distinta a que los colombianos se han tenido que acostumbrar a vivir en guerra, muchas veces, para poder sobrevivir. Una anestesia que ha tenido en coma al país por 50 años y de la que quiere que Colombia despierte.

 

Tomado de: www.elespectador.com

 

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