Cinco viñetas en la vida del coronel Demócrito Lanzas

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico asmedista Emilio Alberto Restrepo Baena, ginecoobstetra (foto)
Escritor Integrante Taller de Escritores ASMEDAS Antioquia

 

De las crónicas oficiales -I-

Cuando la naturaleza se ensañó inmisericorde con la población de Armero y una erupción del volcán la sepultó en forma definitiva bajo sus capas de lodo y lava, nuestro presidente, el general Demócrito Lanzas, dirigió personalmente las ceremonias que declararon borrado del mapa el pueblo y camposanto la inmensa llanura de color café que sirvió de descanso eterno a las veinticinco mil víctimas de la hecatombe. Con su majestuosa figura y su rostro compungido por el dolor, su voz patriarcal repartió alientos y solidaridades a los sobrevivientes y a las autoridades militares, civiles y religiosas del municipio, las cuales, curiosamente, no fallecieron en la catástrofe.

Todos asistieron desencajados a tan magna ceremonia. Todos lloraban sus muertos, todos sepultaban sus recuerdos lamentando no poder hacer un ritual individual a sus seres queridos para devolvérselos a un creador cruel que tan poca piedad había mostrado con ellos.

Tal vez el más triste de todos, el más inconsolable, el que más lamentaba de corazón los inescrutables designios del destino, era el senador Valencia Faciolince, quien no se resignaba a la realidad de saber ya sin equívocos que sus quince mil votos electorales yacían sepultados bajo un suelo que ahora hacía polvo de la memoria todo aquello por lo cual siempre había luchado durante toda su vida.

De las crónicas oficiales -II –

Con su enorme panza al sol, plácido, tranquilo, sin remordimiento ni culpas, reposaba en su piscina nuestra excelencia, el general Demócrito Lanzas, leyendo el proscrito libro “Dichos y sabiduría popular” cuando encontró un refrán que rezaba: “Escupid para arriba y os caerá en la cara”.

Tentado por el desafío orientó su artillería bucal a las alturas y luego de dos atronadores estertores preparó el esputo que de proyectil le serviría. . . llenó de aire sus pulmones e hizo fuego. Elevóse el innombrable material en perfecta línea que ascendía, llegó a su punto de máximo impulso e inerte se doblegó a las fuerzas gravitacionales, empezando su descenso. Pero sucedió que una inoportuna ventisca- acaso incitada por la subversión- movilizó de su objetivo la improvisada y lábil munición y fue a dar sobre el terso cutis de la primera dama que yacía aledaña a nuestra gracia. Éste, dando muestras de una imperial ira, exclamó: -Qué sabiduría popular ni qué vainas; estos negros no sirven para nada. Lugarteniente, ¡Fusile otros quince!

 

Evocaciones

Hoy que vi un pajarito me puse nostálgico y recordando los tiempos de la dictadura del General Demócrito Lanzas, me dio por recordar al hijo menor del Cónsul Mr. Smith en un hecho que marcó nuestra infancia.

Una tarde calurosa, estando todos los niños reunidos, aquel angelical rubiecito decidió que su diversión favorita sería humillarnos y para tan loable propósito nos citó en el depósito de su padre, nos sentó alrededor suyo y con indescriptible deleite empezó a comer delante nuestro todas las frutas que su gula y que su estomaguito le permitieran.

Nosotros lo mirábamos en una suerte de asombro mezclado con ira y envidia, hasta que su cuerpo dijo ¡Basta! y le vimos caer al suelo, convulsionar en su diarrea monumental y contorsionarse en su vómito magnífico y, por último, como absortos en el éxtasis de un extraño rito, aplaudimos visiblemente emocionados cuando sucumbió ahogado en su propia mierda.

 

Derecho de pernada

La costumbre fue impuesta por el uso y el abuso. A través del tiempo, nadie osó nunca contradecir el derecho de pernada que el General Demócrito Lanzas había ejercido durante los últimos treinta años de su dominio en la República con todo el rigor y la puntualidad del que se sabe el poseedor de la vida, honra y bienes de los ciudadanos.

Una gran cantidad de las desposadas del país sucumbieron a su talante rijoso. En el tálamo dictatorial vieron deshojada su flor primera en un ramillete carmesí que manchaba no sólo las sábanas, sino el pundonor y el orgullo. Era la ley y, sin opción ni discusión, todos la aceptaron desde siempre con mansedumbre y resignación. Por eso no fue sorpresa cuando, sin convenirlo, natural y fluidamente, sin planearlo, al contraer segundas nupcias luego de una viudez no muy clara que envolvió en un manto de duda la muerte de la primera dama querida por todos, el viejo General Demócrito Lanzas se vio de súbito amordazado e impotente, contemplando, sin desatar palabra en un asombro que lo obnubilaba, cómo la horda de obreros y desempleados, decenas de machos sudorosos enceguecidos de pasión y de cólera contenida, cabalgaban uno tras otro el cuerpo de la joven doncella que había sido escogida por su señor para oficiar de nueva consorte.

 

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia