Primera parte
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
“El dolor en el presente se experimenta como ofensa. El dolor en el pasado se recuerda como enojo. El dolor en el futuro se percibe como ansiedad».
Deepak Chopra.
Por: Médico Hernando Restrepo Díaz (foto)
Asmedista
“Con la amargura de la enfermedad se conoce la dulzura de la salud”. Dicho Catalán.
Me escribe un viejo amigo y colega, con el cual soy además coetáneo y coterráneo. Esto me dice:
Amigo, espero te encuentres bien, en unión de los tuyos. Yo, como toda mi familia, y como mucha gente, y ante el advenimiento de las vacunas, comencé a pensar que esto ya había pasado, que ya retornaríamos a la ansiada normalidad. Si te pregonan por todos los medios de comunicación -apoyándose en conclusiones y recomendaciones de las entidades científicas-, que ellas, las esperadas vacunas, serían la panacea, pues la confianza te va invadiendo -por muy médico que seas, no puedes escapar al sentir como cualquier ciudadano-; así entonces, te haces vacunar, y listo! Aunque, debo aclarar que esas mismas publicaciones científicas recomendaban continuar, no obstante estar vacunados, con las medidas de precaución: el lavado frecuente de las manos, el buen uso de las mascarillas, evitar el contacto físico cercano -en especial las aglomeraciones-, ventilar adecuadamente las habitaciones, priorizar los espacios abiertos, así como observar precauciones al toser.
Y aquella falsa seguridad en que ya podíamos ir de regreso a la normalidad una vez vacunados, pues ciertamente fue reforzada por la evidente disminución a escala mundial de contagios y de muertes; pero, admitámoslo, nadie, absolutamente nadie, nos vendió la idea de que podíamos ya considerar que estábamos libres de este mortal virus. Los privilegiados con la vacunación completa, en una o en dos dosis, fuimos un buen porcentaje de personas a nivel mundial, pero muchas gentes que querían vacunarse no han logrado acceso a tales beneficios aunque, como sucede siempre, muchos otros disponían de las vacunas, pero no han querido someterse a ellas, por prejuicios diversos, respetables, pero no razonables del todo.
Pero, así somos y, entonces, olímpicamente, creímos muchos, observando la actitud asumida por parte de las autoridades, vale decir ¡de aquellos dirigentes que por su rango están llamados a saber que están hablando de algo tan grave, que incluso ya ha matado a muchos! y, es más, a ser muy cuidadosos con sus conceptos, los cuales obligatoriamente deben tener fundamento en lo científico. Ellos, entonces, autorizaban la apertura de escenarios deportivos, hoteles/moteles, teatros, centros comerciales, parques recreativos, bares/cantinas, restaurantes, etc. -aunque insistían en seguir las recomendaciones ya citadas-. Sin embargo, ellos mismos propiciaron las aglomeraciones, haciendo énfasis en que aprovechásemos los muy promocionados días sin IVA. Y, con todo esto, nos dijimos: pues ¡a la calle!
Y fue así como empezamos a tener cercanías con los nuestros en casa, a saludarnos y despedirnos con besos de amor y de los otros, los abrazos iban y venían; a recibir y hacer visitas, salíamos a tomar un café a algún centro comercial, y a vitrinear o loliar (como dicen las señoras). Incluso, asistíamos a reuniones y fiestas familiares. Y, por supuesto, mi amigo, sucedió lo que tenía que suceder:
Comenzamos a caer en casa con una “gripita” -como la siguen llamando muchos incautos-, con varios síntomas, aunque moderados al inicio, y envueltos en el bien llamado efecto dominó: del menor de los tres hijos, pasó a sus hermanos, luego a la madre y por último al suscrito -aun siendo quien menos salía de casa, pero a su vez el de mayor morbilidad-. Y así, vimos cómo se aliviaba el uno, pero pasándosela al siguiente, y así escalonadamente. Como era de esperarse, los muchachos no le paraban bolas al asunto y seguían en las calles, interactuando con muchas personas mientras desempeñaban sus respectivas ocupaciones; (¡y por supuesto, iban así llenando de más bichos la casa!); sin embargo, cosas de juventud, rápidamente alcanzaron a recuperarse casi totalmente de sus síntomas. La matrona, por su parte, logró recuperarse.
Comentábamos entre nosotros, con mucho asombro, cómo muchas personas -de las mismas a quienes se nos sigue denominando “seres racionales”-, no usaban las mascarillas o las llevaban de adorno (?); incluso, los veíamos portar mascarillas “último modelo” (¡Es increíble hasta dónde llega nuestro afán de negocio, en unos, y de exhibición en otros!). Pero, aun así, nos relacionamos con ellas, unas veces logramos sacarles el cuerpo, pero en otras no. Bien, ¿y el veterano…?, ¿yo?, pues, seguí muy enfermo y hube de ser recluido en la clínica (Casualmente en la misma en la que estuve a mediados del año pasado, el fatídico 2020). Recuerdas, mi amigo, ¿que en esa ocasión te dirigí mi primera misiva? Recuerdo que aquí, el personal que me atendió en ese entonces, con su dedicación y sapiencia, me logró sacar de semejante emergencia en la que me vi envuelto; ¡casi me voy de este mundo!
Los retos de la vida no están ahí para paralizarte, sino para ayudarte a descubrir quién eres.
Bernice Johnson Reagon.
¡Pero, no escarmentamos! Y heme aquí de nuevo, pues recaí y me estaba complicando, a causa de mis antiguos problemas de Hiperreactividad Bronquial. Pero, aquí vamos, me tienen, al igual que otros pendejos, quienes, como yo, también se tragaron el cuento de que ya esta pandemia era solo historia; nos tienen en una sala especial y en observación con aislamiento obligatorio a todos los nueve, porque nuestras pruebas resultaron positivas; -entre nosotros hay jóvenes, adultos y los menospreciados adultos mayores, ¡ya que durante esta pandemia, el Coronavirus nos ha demostrado hasta la saciedad que no respeta edades y que, excepto él, nadie más tiene corona!-. En justicia, debo destacar cómo la atención por parte de todo el personal de salud ha sido muy especial; me pongo a observarlos detenidamente y admiro su dedicación y esmero; desempeñar estas profesiones, ya sea la de enfermería o la de bacteriología, o la de medicina, no es nada fácil, –¡nunca lo ha sido!-. Definitivamente, la experiencia ha demostrado que estos menesteres asistenciales, ese arte de manejar personas, no está adecuado para ser desempeñado por cualquiera. Eso, vos y yo lo experimentamos durante muchos años de ejercicio profesional, con las muchas fatigas consecuentes.
Y este personal sanitario, como seres humanos que son, no puede disimular sus temores (¡ni tiene por qué hacerlo, no faltaba más!); al acercársenos para algún examen de laboratorio, o para suministrarnos alguna medicación, o para evaluarnos, debido a que somos pacientes contaminados y a la vez contaminantes. Tienen todo el derecho a pensar en ellos y en los suyos; el riesgo más grande que tienen encima muchos de estos abnegados profesionales de la salud -uno de tantos-, es el de no contar con las adecuadas medidas de protección para ejercer sus oficios, causa por la que han caído incapacitados y aislados muchos, y otros, lastimosamente inmolados al interior de esta pandemia.
Y, ¿quién les responde a ellos y a sus familias por estos perjuicios y por sus sacrificios?
Debo ahora, viejo amigo, suspender nuestro diálogo escrito. Es hora de mi Terapia Respiratoria, y para ella se me acerca una joven muy hermosa, rubia y cordial…
Esta historia continuará.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia