Falleció Jaime Jaramillo Escobar, el más grande poeta colombiano de las últimas épocas

Obituario

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico asmedista Guillermo Henao Cortés (foto)
Ginecoobstetra, poeta

El viernes 10 de septiembre 2021, murió en Medellín el más grande poeta colombiano de las últimas épocas, Jaime Jaramillo Escobar.  De un paro cardíaco, a los 89 años (Pueblo Rico, 25 de mayo 1932).

Su velorio fue en la Biblioteca Pública Piloto, desde el mismo vienes a las 7 pm.

Martha y yo asistimos al final de la mañana del sábado, hacia las 11 am, una hora antes de que los empleados de la funeraria se llevaran el féretro para la iglesia de San Ignacio.

En esa hora había pocas personas, unas 30, todas desconocidas por mí. Familiares, su sobrino, encargado de los trámites funerarios, algunos amigos y discípulos.

Tres personas salieron al micrófono y expresaron sentidas palabras sobre el maestro.

No había poetas ni escritores conocidos por mí (aunque no pertenezco a ningún grupo literario) a través de las noticias. Ninguno. Tal vez fueron durante la noche o temprano en la mañana.

De joven conocí al poeta, primera y última vez, mucho antes de que fuera famoso y hubiera escrito sus magníficos libros. Fue en el Liceo Departamental de Andes. En Momento Médico de Asmedas, boletín número 374 del 13 de agosto 2021, relato lo allí vivido por mí.

En el velorio, Martha tomó estas fotos:

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Ahora encuentro comentarios sobre su muerte y su biografía en El Colombiano, en El Espectador y en El Tiempo.

Transcribo algunos aspectos:

1) Tomado de El Colombiano:

Gonzalo Arango, el fundador del Nadaísmo, dijo en un famoso perfil que le escribió en 1966 llamado El poeta X-504: un artista con placa de carro: “De X-504 se dice que es el mejor poeta de nuestra generación nadaísta (con perdón de los otros mejores).

Su amigo, el poeta Eduardo Escobar, explicó a este diario hace algunos años que era difícil hablar de él “porque es el tipo más raro del mundo. Es un hombre de una decencia y una pulcritud en el trato y una delicadeza, que no parece de este mundo. Gonzalo Arango lo llamaba monstruo, y decía que era el único nadaísta que trabajaba”.

Jaime fue un hombre que trabajó toda la vida. Tuvo una agencia de publicidad, fue técnico de computadores cuando los computadores eran gigantes, y hasta inspector de policía, aunque él mismo anotó que en ese entonces no tenía nada que ver con la policía, sino que los inspectores trabajaban en los corregimientos, en una oficina que era como una alcaldía, pero no del todo.

Siempre escribió poesía y dio conferencias, hacía lecturas y el año pasado nos contó que su taller literario, el tradicional de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, lo estaba dictando por WhatsApp.

Fue un icono de las letras nacionales y un maestro de la poesía desde la Biblioteca Pública Piloto.

2) Tomado de El Espectador:

“Una triste noticia: acaba de morir el gran poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar, el famoso X-504. Tenía 89 años. Autor, entre otros importantes libros de poesía, de ‘Los poemas de la ofensa’, uno de los mejores en América Latina. El poeta, uno de los cofundadores del Nadaísmo en 1958, falleció en Medellín de un ataque cardíaco”, escribe el poeta del Caribe colombiano Joaquín Mattos Omar.

La noticia del fallecimiento del poeta nadaísta, quien tenía 89 años, fue confirmada por el Taller de poesía que dirigió en la Biblioteca Pública Piloto y por su sobrino Gabriel J Henao.

En un texto publicado en 2018 para este periódico, Daniel Ferreira escribió: “Jaime Jaramillo Escobar es el gran poeta vivo que queda de las generaciones emblemáticas de la literatura colombiana. Militante del nadaísmo en su juventud, pasó a la vida civil con la discreción de un gato li hua. Los últimos veinte años los ha dedicado a su infatigable labor de pedagogo mordaz. En la biblioteca Piloto de Medellín dicta un taller donde la prueba más drástica consiste en decirle a gente menos atenta que se dedique a otro asunto, menos literario, pero igual de espirituoso: el alcohol, el amor, la maternidad”.

“La época del Nadaísmo y la de ahora son muy diferentes, por eso causó tanto impacto porque estaba contra todas las normas que en ese tiempo se practicaban y aún sigue teniendo una imagen revoltosa, no revolucionaria, porque la revolución se asocia más con política y nosotros solo éramos jóvenes aficionados a la lectura de los mejores escritores”, contó Jaramillo durante una tertulia llamada “Libros, autores y voces”, organizada por la Universidad Javeriana.

Durante la misma charla, el docente Tarsicio Valencia, egresado de la carrera de estudios literarios, opinó sobre Jaramillo: “La obra del poeta Jaime Jaramillo Escobar es grande, es un poeta mayor de Antioquia, tiene una originalidad que consiste en la utilización de un lenguaje muy bien cuidado que hace referencia a las costumbres nuestras, pero eso no quiere decir que sea lenguaje costumbrista, sino un lenguaje cuidado gramaticalmente. Tenerlo con nosotros nos motiva a renovar nuestro lenguaje poético”.

3) Entrevista tomada de El Tiempo. He resaltado algunas partes:

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Con gran pesar, el mundo de la poesía colombiana recibió la noticia del fallecimiento del escritor nadaísta Jaime Jaramillo Escobar, a los 89 años, mejor conocido como X-504, en su residencia de Medellín.

La noticia la confirmaron familiares suyos y el taller de poesía que dirigió en la Biblioteca Pública Piloto por más de 30 años.

Jaime Jaramillo Escobar (Pueblorrico, 25 de mayo de 1932) fue cofundador, junto con el poeta fallecido Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Elmo Valencia, Jotamario Arbeláez y otros escritores, del Nadaísmo, movimiento de índole contestataria que cambió la percepción de la literatura y el arte colombianos a mediados de los años 60.

Siempre con ese humor sarcástico a flor de piel, Jaramillo se autodenominó el poeta X-504, que aludía a una placa de carro. Su obra se caracterizó por la ironía, el sarcasmo, los juegos paródicos del lenguaje popular, la irreverencia y el tono sentencioso con el que satirizaba la sociedad, sus costumbres y sus instituciones.

Alguna vez el poeta Elkin Restrepo escribió que “a los poetas como que los leen más cuando se mueren que cuando están vivos”, frase a la que se le puede replicar con una cita de Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.

En esta conversación, una de las últimas que le dio a EL TIEMPO hace unos años, Jaramillo demuestra que en este oficio no es él quien importa, son sus poemas o, mejor, aquellos que fueron y han sido capaces de adquirir vida propia.

¿Ha pensado en si lo leerán cuando muera?

Una vez publicado no vuelvo a meterme con eso, ya no es mío. Soy muy libre.

Yo no vivo pendiente de ser un poeta, ni de ser escritor, ni nada. Tengo el taller de poesía (Biblioteca Pública Piloto) porque se ha formado y yo puedo decir algunas cosas sobre literatura, pero el taller no lo hago yo, se hace entre todos.

Me sorprende que algunos poemas, casi todos los que he escrito, hayan sobrevivido hasta ahora. Pero yo no me voy a quedar toda la vida pendiente de un poema que escribí hace más de 20 años, eso es una estupidez.

Aquí en Medellín había una poeta que tenía un secretario para que leyera todos los días en revistas y periódicos a ver si ella figuraba, y si sí, entonces que lo recortara para pegarlo en un álbum.

¿Quién?

Ah, no te voy a decir porque todavía está viva. Es una vanidad en principio femenina y, segundo, que da risa.

¿Y lo juzga o le es indiferente?

Lo que hagan los demás me es indiferente, cada uno tiene su forma de ser. Es que si el poema tiene capacidad de andar solo, que vaya hasta donde pueda…

–Perdón, por la mañana me cogió una alergia, creo que fue alergia a la poesía–. (Ríe).

¿Nunca le ha pasado?

No sé, de pronto sí.

Me preocupa hacer lo que hago porque es lo que me gusta y a veces puedo. Y si se publica, pues muy bien, y si no, pues me da lo mismo.

Me interesa tratar de escribir bien porque eso es un vicio que adquirí de niño: escribir. Mi padre era maestro de escuela y en la escuela tenían una buena biblioteca; era un pueblo pequeño y nadie la consultaba, únicamente yo, en Altamira, Antioquia.

¿Era más famoso X504 que Jaime Jaramillo Escobar?

En ese tiempo apareció alguien en El Espectador que firmaba como X505 y luego apareció X506, y todavía existe un X505, pero diferente, es el perrito del Teatro Matacandelas que Cristóbal Peláez lo bautizó Jaime Jaramillo Escobar X505.

Cuando se publicó el primer libro, que lo hizo Tercer Mundo, Los poemas de la ofensa (1968), yo ya le quise poner Jaime Jaramillo Escobar y el editor me dijo que no, que debíamos conservar el pseudónimo porque mucha gente sabía quién era X504, y nadie, quién era Jaime Jaramillo Escobar.

Pero no he buscado publicidad, eso me parece muy tonto. De pronto una entrevista –uno tiene que aclarar–.

Lo único que me interesa es estar con mis libros, los que tenga, leer lo que alcance; si me provoca escribir algo, lo escribo, pero lo hago sin ningún interés de nada. Si se publica me interesa, pero es siempre para mí lo secundario; lo importante es hacerlo, por el resto no me preocupo.

Cuando uno publica un poema ya no es de uno, es del público. Y el público puede hacer con él lo que quiera, a mi modo de ver.

¿Por qué reveló su nombre si es de los que piensa que si alguien escribe y llega a publicar algunas cosas, lo importante es lo que escribe y no el autor?

Por cuestiones prácticas, más que todo. Porque llega un momento en el que uno tiene que ser responsable de lo que escribe… No tiene ningún misterio. Además, porque es la costumbre y es una universal: siempre hay alguien que si dice cosas para un público, pues, responde por lo que dijo, bien sea para sostenerlo, para explicarlo, para retractarse.

¿Entonces es algo así como lo que escribió José Emilio Pacheco?

Sí. Si alguien escribe, lo importante es lo que escribe, no el autor.

Se publica un poema o un texto; si sirve, alguien lo verá. Pero el que debe viajar es el poema, no quien lo escribe. A no ser que uno salga y se encuentre con Miguel de Cervantes Saavedra en persona. En ese caso sí sería un acontecimiento.

¿Pero sí admira a autores?

Uno admira a los escritores que dejaron una obra importante y en ella siguen presentes. Eso es todo. No es más.

Hacer afirmaciones es muy complicado porque puede que no perduren, pueden ser cosas de momento. Cada quien tiene sus opiniones y ve todo a su manera.

Hay cosas que se dicen desprevenidamente y por alguna razón quedan en la memoria de alguien y después aparecen.

Claro que cuando es un gran autor, pues, entonces uno quiere tener su obra y un retrato. Eso es natural.

¿Qué poetas admira, por ejemplo?

No admiro poetas, admiro poemas.

Pero los de la antigüedad eran mejores que los de ahora. Hindúes, chinos, griegos… Los pueblos que tienen una gran literatura. Porque ellos eran artistas o historiadores.

Ahora hay una cantidad de gente que quiere escribir y no sabe nada, escriben y publican boberías, pero hacen una ‘lagartería’ y una serie de manejos para figurar, porque ellos creen que si figuran esa es la gloria.

Pobrecitos, no se dan cuenta de que lo que importa es el texto escrito, no la persona. Si publica una bobada, bobada se queda. Si el texto es malo, es malo, y entre más lo exhiba, peor queda.

¿Con los antiguos no pasaba eso?

No eran comerciantes de la literatura, eran sabios. Nadie sabe si Homero existió o no existió o quién fue o quiénes fueron. Parece que esos fueron los homéridas.

Ahora son comerciantes de la literatura, hacen un esfuercito para escribir alguna cosa e inmediatamente le quieren hacer más publicidad a eso. Los libros no producen dinero, ni antes ni ahora. A algunas personas sí, me refiero a grandes novelistas que tienen una gran obra: García Márquez, por ejemplo, o José María Vargas Vila, que llegó a ser un hombre muy rico y conocido en el mundo.

Pero los antiguos no eran comerciantes, eran maestros porque esa sabiduría que ellos tenían, y que expusieron en sus obras, todavía existe. En cambio ahora hay gente que escribe y que si sale en un periódico y una revista hoy, mañana nadie se acuerda.

Por eso me parece que los antiguos son más importantes y después de ellos vienen los grandes de la época clásica y moderna. Y ahora también hay buenos escritores, claro está.

Eran maestros que enseñaban lo que sabían y todavía seguimos estudiando en ellos, o sea que no era literatura propiamente, era pensamiento.

Hábleme de un poema que ame

No sé, eso es según el clima, el estado de humor, tantas cosas. Un día nos gusta uno, al otro día no nos gusta. Los poemas son así, inasibles. Admiro a algunos poetas solo por esa costumbre de que todavía haya quienes hacen poesía.

Si sus poemas perdurarán 100 años, no lo sabremos, lo sabrán quienes vivan entonces. Eso le queda a la posteridad; dejará perder algunas cosas, reservará otras, pero si uno escribe pensando en si lo van a leer luego de 100 años, creo que no podría escribir.

¿Está escribiendo algún libro ahora?

Estoy preparando dos libros, uno de cuentos y uno de poemas, porque ya están contratados con un editor de Bogotá. Pero no he tenido mucho tiempo, porque en realidad escribir requiere de mucho tiempo.

Llega un momento en el que uno acepta que a algunas personas les pueden interesar cosas que uno escribió o escribe. Entonces lo hace, pues, de la misma manera que uno puede ir a jugar un partido de fútbol o a un baile o a hacer cualquier otra cosa.

No considero que eso sea algo excepcional. Eso no tiene trascendencia, pero me gusta hacerlo, sí, y por qué, porque sí. No tiene otra explicación.

Es una costumbre ponerle cierto misterio a las cosas. Pero cuando uno ve exactamente por qué es, y cómo es, se da cuenta de que eso no tiene ningún misterio.

Como en su poesía…

Sí, yo creo.

Hay que desmitificar muchas cosas.

Yo lo estoy desmitificando a usted, no sabía que era un hombre tan sonriente.

Uno debe ser cortés y delicado con las personas. Sería maleducado no serlo. No hay ninguna razón para no ser sencillo.

Sé que hay quienes se endiosan, pero eso es ridículo. Uno es un trabajador. No es más. Eso no es porque lo haya pensado o decidido, yo siempre he sido así. Pero es que todos somos iguales y todos están haciendo lo que tienen que hacer.

Para qué se va a poner uno a decir que es poeta, no. El primer libro que se publicó fue porque el nadaísmo hizo un concursito y yo participé y entonces yo lo había ganado y se publicó en Bogotá.

De ahí en adelante es porque los han pedido, pero yo no he hecho la gestión porque sé que hay otros escritores mejores que tienen todo el derecho de buscar.

No tengo pretensiones de ser poeta, es que eso es una tontería, ridículo, cursi; si hay en la historia verdaderos y grandes poetas que todos admiramos, cómo va a venir uno a decir “es que yo soy poeta, pues, ¡qué ridiculez!”.

(Ríe).

Pero tiene un número considerable de obras publicadas…

Les ha interesado publicarlas, pero yo nunca creo que esté terminado nada, ni un poema.

Te pongo un ejemplo: hay un poemita que se ha hecho conocido que habla de las frutas y porque aparece una negra muy sensual: ‘Alheña y Azúmbar’. Alguien se me acercó y me dijo «vea, usted no puso en el poema el mamoncillo», y yo le dije, ah pues, se me pasó, pero póngalo. Y me dijo «pero yo solo no lo sé poner», entonces le dije:

Encontrémonos, miramos el poema y entre los dos acordamos dónde ponemos el mamoncillo y cuando lo volvamos a publicar sale la fruta que usted quiere.

Ya el poema no es mío, es de los dos. Ya el poema es del pueblo. Porque el poema no se puede apartar de lo popular, el origen de la poesía es popular; si se aleja, yo creo que ya no es poesía.

La poesía antigua es la más popular que se ha hecho; eran los rapsodas que andaban cantando con una vihuela e iban por los caminos.

Y para terminar, con los vivos es mejor no meterse, y con los muertos… bueno, es que los muertos no protestan.

Un poema: Coplas de la muerte

La Muerte me coge el pie,
yo la cojo del cabello;
si se queda con mi pie,
me quedo con su cabeza.

La Muerte me coge un brazo,
yo la agarro con el otro;
cuando amanezca estaremos
dando vueltas en redondo.

Si la Muerte entra a mi alcoba,
me arrojo por la ventana;
y si sale y me persigue
corro al río y me echo al agua.

Si me encuentro con la Muerte
¡qué susto le voy a dar!
Le diré que en la otra esquina
me acaban de asesinar.

Manuela Saldarriaga H.
Para EL TIEMPO
Medellín

 

A continuación, otro poema de Jaime Jaramillo Escobar, uno de los más grandes poemas escritos en Colombia (Guillermo Henao Cortés):

PROBLEMAS DE LA ESTÉTICA CONTEMPORÁNEA

La magnitud de la humanidad pesa sobre cada uno de nosotros, y sentimos profundamente a los antípodas pateando sobre nuestro corazón.

De modo que no es extraño que andemos como unos cristos abofeteados en busca de una cruz para apoyarnos.

Habiendo subido a lo alto de una colina una noche, ante mí se extendía la ciudad como una piel de tigre.

Y en el licor de las copas cintilaban las lucecillas de tres almas.

La última era la mía, alma siempre sobrante y solitaria.

Por el aire volaban dentelladas y entonces apareció el Diablo y me dijo: –»Te lo daría todo si postrado me adoraras”.

Ser el dueño del mundo es lo mismo que no tener nada, pues el error existe en todo y siempre nos engañan.

Mis jeans y mi chaqueta no se pueden cambiar por un edificio de cinco pisos ni por un puesto en las oficinas del Gobierno.

Prefiero andar derrotado por los alrededores de talleres de mecánica y cobertizos de carros.

Allí todos tratan de poner en sus vidas las mejores cosas que pueden, y así recogen una flor, una novia y un espejo.

Este esfuerzo colectivo me enternece y de pronto, sin darme cuenta, le sonrío a la gente como un perro.

Una mañana andaba un hombre desnudo por las calles de la ciudad.

La policía lo metió a la cárcel pocas horas después, como a todo hombre que intenta ser feliz.

Porque todo lo que no está dentro de la Ley está fuera de ella.

Y dentro de la Ley no puede haber un hombre desnudo porque la Ley es hecha por los representantes de los propietarios de las fábricas de tejidos.

Como tampoco puede haber un hombre con hambre, porque el hambre del pobre es resbalosa.

A la puerta de un pequeño restaurante donde entré un día se paró un hombre hirsuto que después de mirar se fue diciendo:

–»¿Conque comiendo, eh? ¡Me alegro, me alegro!»

Y su risa cayó sobre la sopa como una araña negra.

El fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo sabe hacer poemas, ¿qué comerá?

Si una pregunta no tiene respuesta lo mejor es cambiar de pregunta y de problema.

Para eso hay petulantes que nos dicen:

–“¡Dedícate a la estética!”.

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X-504

Por: Juan Manuel Roca

Acaba de morir Jaime Jaramillo Escobar. El mismo día lo hizo el incansable columnista, caricaturista, ensayista, novelista, cuentista disruptivo en todos esos campos, Antonio Caballero. No puedo dejar de sentirme como el viejo enterrador de la comarca o como un lamentable escritor de obituarios en lista de espera. Pero cómo no volver a expresar afecto por quienes nos han acompañado desde la escritura en un territorio que por terquedad seguimos llamando país.

X-504 Y SU ENTERRADOR: JAIME JARAMILLO ESCOBAR (Pueblo Rico, Antioquia, 1932)

Sin lugar a duda, el libro del poeta nadaísta que más aprecio y al que debo grandes momentos de lectura y entusiasmo, es “Los poemas de la ofensa”, que X-504 publicó en 1968 y que leí en 1970 en una pequeña casa que tuvo el poeta Óscar Hernández en Necoclí, en la vereda Cañaflechal.
Fue un buen lugar para abrir ese libro y sentir que estaba escrito en el mismo clima solar y frutal, febril y húmedo: su libro se hizo parte del entorno en el que lo leí una y más veces, ola tras ola y viento tras viento.

Decir que X-504 es el más notable de los poetas nadaístas y decir al mismo tiempo que ese libro es el más relevante del poeta antioqueño, es reforzar, aunque no sea necesario, lo que es casi una cerrera unanimidad entre los poetas y lectores de poesía en el país.

Creo que al momento de su aparición difícilmente había otro libro en América Latina de tan alto rango estético, de sus amplias calidades y registros. No se parece a nada ni a nadie, así haya influencias detectables, algunas filias que en su caso son variadas y rigurosas: Blake y Whitman, entre otras.

“Los poemas de la ofensa” había obtenido el “Primer Premio de Poesía Nadaísta” en 1967 y con ese volumen inquietante y nuevo en estos territorios le da una vuelta de tuerca a la poesía colombiana, incluida en esto la de sus propios compañeros de grupo.

Si “el sueño de la razón produce monstruos”, según lo afirmado por Goya, este libro un tanto goyesco desenmascara pronto de manera racional el delirio, el insomnio, las riesgosas zonas de peligro en las que se mueve.

Hay en su poesía una cierta entonación bíblica aledaña a la de Walt Whitman pero sin su tono de predicador, aunque conserva esa mezcla de monje y de sátiro, de cuáquero y vagabundo.

Si en Álvaro Mutis y en Héctor Rojas Herazo hay cierta enunciación fastuosa y a veces severa y ritual del hombre, en X-504 hay un ingrediente nuevo, la ironía:

“El cuerpo se avolcana, se incendia, impone hermosura, y no queremos ser sólo cuerpo; pero yo aconsejo: hazte amigo del sepulturero” (“El cuerpo”).

Ese tema, el del cuerpo como asilo, como campo de rehenes, se da en varios poemas suyos de “Los poemas de la ofensa”. Pero son muchos los poetas que dialogan desde sus libros, como otros lo hacen desde sus ventanas.

De tal manera, hay una especie de conversación entre un poema de X-504, “Aviso a los moribundos” y “Responso por la muerte de un burócrata” de Héctor Rojas Herazo. Son dos poemas siameses que, en el caso del nadaísta está teñido de una ironía realmente hiriente y eficaz.

Sus poemas son también relatos. Un acento rebelde, el mismo que se ve fortalecido cuando los dioses paganos penetran el culto de los dioses vencedores, lo convierten en esta primera fase de su obra en una especie de monje sin religión o, mejor, en un sacerdote de una iglesia sin feligreses, como a veces lo es la poesía en el mundo contemporáneo.

“Los poemas de la ofensa” tienen varios registros dentro de una voz nítida, absolutamente reconocible en el coro de sus compañeros de aventura poética. “Mamá negra”, por ejemplo, es un poema que vuelve la mirada a una mujer del Chocó de abuela africana. La bella descripción de esta mujer natural y a la vez enigmática, le sirve al poeta para definir una forma de andar por el mundo: “de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo”. Pero también, en casi todos sus poemas estamos ante la inminencia de un peligro, como si el hombre, que es lobo hambriento para el hombre, viviera siempre al borde del abismo y en el reino del acoso.

Hay como una especie de correlato del miedo, en algo que nos remite a las viejas historias de la violencia escuchadas o vividas en la infancia: “cuando un desconocido se encuentra con otro desconocido, o lo mata o le pregunta algo”. (Proverbios de los charlatanes”).

Es como si el hombre en su caída, en su perdida angelidad se supiera “hijo de Eva y la serpiente”.

X-504, quizá más que Jaime Jaramillo Escobar, es decir, más que el poeta de otros libros posteriores como “Sombrero de ahogado” o “Poemas de tierra caliente”, en los que asume el papel de culebrero o de vendedor de específicos de manera consciente, parece recordar a cada tanto que no existe paraíso en el que no haya serpiente, pero también que el despojo y la desnudez nos redimen: “Podemos hace siempre el paraíso alrededor de nosotros donde quiera que nos encontremos. Para eso solo se requiere estar desnudos”.

Hay un litigio, un forcejeo entre el hombre y su sombra y una feroz desacralización del quehacer inútil del poeta, alguien que por momentos se siente haciendo agujeros en el agua, una auto-ofensa desde la ironía: “el fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo sabe hacer poemas, ¿qué comerá?”

Es una buena pregunta retórica que ya encierra en sí misma una respuesta. Quizá tenga que comer lo mismo que anuncia aquel legendario coronel que no tiene quien le escriba, en el final dolorosamente apoteósico de una gran novela de Gabriel García Márquez.

La visión del mundo que tiene X-504 en “Los poemas de la ofensa”, un poeta que no es que tenga muy buena opinión de la humanidad, es la del hombre aterrado de sí mismo, de quien siente su extrañamiento, del que se sabe huésped de paso en su cuerpo.

Jaime Jaramillo eligió su seudónimo, que parece una licencia de avioneta, como si X-504 invitara a sus exequias, para señalar con la letra X a una suerte de nadie, de un hombre cualquiera. 504 son, ha dicho alguna vez, los tres dígitos con los que se inicia su cédula de identidad. Como Bartleby, el personaje de Melville o como Wakefield, el personaje de Hawthorne, el poeta buscó su ningunidad, su enmascarado anonimato.

Su amigo de siempre. Gonzalo Arango, le auguró cuando volvió a firmar con su nombre de pila, que le sería “difícil deshacerse del fantasma que ocultaba su verdadera realidad, tan real que es otro misterio”. Creo que se equivocó a medias el llamado profeta del nadaísmo, el poeta solo duplicó su misterio en el diálogo entre el que fue y el que ahora es, como reincidiendo en su condición de demonio y de ángel a un mismo tiempo, en una doble biografía personal que le permite ser uno y otro, alternadamente, como quien visita un espejo fragmentado o pastorea a su otro.

Esa dualidad que hay en X-504 (o Jaime Jaramillo), también se da en el carácter y hasta en el aire mismo del poeta. Nadie en un comienzo imagina que escondido en ese aspecto de funcionario, de cochero de pompas fúnebres o de notario, habite un poeta tan temible y feroz.

Resulta innegable la importancia de “Los poemas de la ofensa” en el ámbito latinoamericano. Sus versos irónicos, que son como la araña que cae en la sopa de uno de sus poemas -en compañía de alguna veta ironista de Jotamario Arbeláez-, me parece que es el mayor aporte del nadaísmo.

He aquí un poema emblemático de Jaime Jaramillo Escobar o, mejor, de cuando se dio unas vacaciones mentales para volverse el amanuense de X-504.

COMENTARIO DE LA MUERTE

Os preocupáis demasiado de que vuestra casa esté limpia
y de que vuestros negocios estén sucios.
Lo importante es mantenerse ocupado todo el día,
porque no sabéis qué hacer con el tiempo libre.
Y por eso vivís inventando cosas permanentemente.
Pero yo os digo:
hay que hacer esta noche una fiesta privada en casa
de cada cual,
porque hoy es víspera de la muerte. Apuraos.

Jaime Jaramillo Escobar en sus propias palabras:

“El secreto de mi estilo está en que escribo siempre desnudo”.
(Texto en «Galería de espejos». Serie Roja, Alfaguara, 2012).

 

EL POETA DESNUDO
Juan José Hoyos

Al poeta Jaime Jaramillo Escobar lo conocí desnudo. Quiero decir sin ropa. Ni en el cuerpo, ni en el alma. El poeta Rogelio Echavarría estaba en Medellín y quería saludarlo. Yo me ofrecí a acompañarlo. Jaime vivía en el segundo piso de un edificio de apartamentos de Belén. El timbre no funcionaba, de modo que lo llamamos a gritos. Él abrió las puertas del balcón. Salió sin ropa. Apenas reconoció a Rogelio, bajó a abrir la puerta del edificio, desnudo, como estaba.

Rogelio y él se abrazaron. Se habían conocido en el periódico El Tiempo, en Bogotá, en la década de 1960, cuando el suplemento literario Lecturas Dominicales era el mejor de la prensa colombiana. Rogelio era el editor cultural de El Tiempo. Jaime era uno de sus colaboradores.

Subimos al segundo piso. El apartamento estaba tan desnudo como él. No había una silla, ni una mesa. Solo una alfombra sobre el piso. Parecía una casa japonesa, pero sin, siquiera, la mesa del té. Las paredes también estaban desnudas: ningún adorno, ningún cuadro. Solo unas cuantas materas con plantas pequeñas.

Jaime nos invitó a sentarnos sobre la alfombra y no hizo ningún gesto para traer alguna silla, por lo menos para Rogelio, que ya tenía más de 70 años. No era, pues, que hubiera salido del baño, afanado, a abrir la puerta. El poeta vivía así. Su cuerpo se había acostumbrado a la misma desnudez de su poesía. Entonces recordé la frase que le dijo a Gonzalo Arango en Cromos, hace muchos años en el reportaje “X ̶ 504: un poeta con placas de carro”: “El secreto de mi estilo no tiene ningún secreto, pero está en que escribo desnudo; un hombre desnudo es sincero y vulnerable. En cambio, el poeta que escribe vestido deja de ser puro, se vuelve un literato”.

La visita fue corta. Jaime nos sirvió café en una vajilla impecable de porcelana. Antes de despedirnos, Jaime nos llevó hasta su estudio. Allí, la desnudez era igual. Los libros eran muy pocos. Solo había lápices y unas cuantas hojas de papel. Era la única habitación con cuadro: el de un poeta, amigo de Jaime, que había muerto hacía varios años.

Años más tarde volvimos a vernos. Jaime estaba de saco y corbata, con un traje impecable, listo para la sesión de su Taller de Poesía en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Parecía más un inspector de Policía que un poeta. En el taller se juntaban cada semana aprendices de todas las clases y todas las edades. No había más método que la ausencia de método. Jaime sostenía que nadie podía aprender a ser poeta, y mucho menos en un taller. En los talleres uno puede aprender mecánica, me decía, pero jamás puede aprender a escribir. “Los poetas, como los futbolistas, nacen y no se hacen: nadie puede hacer de un pelele un Pelé”.

A lo largo de nuestras vidas nos unieron en silencio muchas cosas: la edición de “Sombrero de ahogado” en la Editorial Universidad de Antioquia; las traducciones de Geraldino Brasil y otros poetas brasileños en la Revista Universidad de Antioquia; la revisión de las ediciones de los libros de algunos de los poetas jóvenes de su taller y una larga, callada e incomprensible amistad.

La última vez que lo visité vivía en otro apartamento, en medio de un laberinto de calles del barrio Laureles. También estaba desnudo. Lo acompañaban algunos amigos. Me ofreció un trago de coñac. Esta vez repasamos los libros de su biblioteca. Nos pusimos a contar juntos los libros. No pasaban de treinta. Estaban perfectamente alineados. Entonces dijo: “Me he pasado leyendo toda mi vida y, al final, me he dado cuenta de que, en estos treinta libros, uno más o uno menos, está toda la literatura.”

 

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia