Las masivas y continuas jornadas de protesta ciudadana que estamos viviendo en el país desde finales de abril son la manifestación de un descontento social acumulado que hace que la gente ya no aguante más, aún en medio del temor que produce la pandemia
Tomado de: www.unperiodico.unal.edu.co
Por: Médico Juan Carlos Eslava Castañeda (foto)
Magíster en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia
(Artículo publicado originalmente el 25 de mayo de 2021)
El vigor con que la población ha salido a las calles, sobre todo los jóvenes, y la alegría de sus movilizaciones, contrasta con la agresiva y criminal respuesta gubernamental, en cabeza de la fuerza pública1.
Vistas en perspectiva, las protestas de este año se pueden asumir como la continuación de las jornadas de protesta de finales de 2019, las cuales se vieron truncadas en 2020 por la emergencia de la actual pandemia por COVID-192. Y así pasó porque debido al comportamiento de la enfermedad y la inexistencia de tratamientos efectivos contra ella, las medidas preventivas fundamentales que se tomaron fueron la restricción de las aglomeraciones y el confinamiento de las personas.
Aunque aún persiste cierta controversia frente al manejo de la pandemia, y en una mirada retrospectiva se podría decir que el temprano confinamiento generalizado en el país pudo estar equivocado (o, por lo menos, ser prematuro), las medidas tomadas apelaban al acuerdo mayoritario entre expertos frente a la importancia de romper la cadena de contagio3, lo que implicó vaciar las calles y evitar las multitudes.
Con esto se coartó la posibilidad de continuar con las marchas, los plantones, los cacerolazos y las mingas. No era para menos, pues la expansión de la enfermedad pasaba de continente a continente y se alojaba de modo inclemente en América Latina. De manera muy rápida las cifras de casos y de muertes ocuparon la atención de todo el mundo, debido al obsesivo conteo divulgado por los diversos medios de comunicación4.
La propagación de la pandemia estuvo acompañada de un temor visceral, el cual se extendió aún más rápido que la propia pandemia, aplacó la agitación social y nos llevó a refugiarnos en casa. Por supuesto, no todas las personas han tenido la posibilidad de esto, aun así, el miedo a la calle se impregnó de modo manifiesto.
Y bajo el temor ante el contagio, el Gobierno nacional buscó restablecer su autoridad y recuperar una legitimidad maltrecha. Las medidas sanitarias desplegadas, las cuales se han mantenido hasta la fecha con altibajos y llamativos momentos de flexibilidad atendiendo a intereses económicos, han reforzado la sensación de vulnerabilidad y nos han mantenido en una tensión constante.
Seguramente, más adelante empezaremos a evidenciar las consecuencias psicosociales de este ambiguo estado de alarma, pero desde ya el tema de la salud mental y la gestión de los miedos ha comenzado a aparecer como preocupación creciente entre los profesionales de la salud y entre quienes manejan la salud pública. El miedo es una emoción útil y necesaria y ha sido utilizada para incentivar las estrategias preventivas, pero también puede generar trastornos importantes y tener repercusiones lesivas5.
Y claro, el miedo colectivo también es usado como recurso político. No hay duda de que en el manejo de la actual pandemia esto ha estado presente, aunque de una forma ambivalente. El miedo impulsa y apoya la instauración de medidas de protección, pero también constriñe, cohíbe y minimiza. También puede favorecer el establecimiento de medidas impopulares y, aun, antidemocráticas.
Algo así ha ocurrido en Colombia, puesto que en medio del temor al contagio y el confinamiento en que nos encontramos, se han propuesto reformas políticas que van en contra de los intereses de la mayoría de los colombianos. La tributaria ha sido la más visible y la que ha detonado el actual estallido social, pero junto a ella están las reformas de la salud y las pensiones. Además, también están presentes el incumplimiento de los Acuerdos de Paz, el asesinato sistemático de líderes sociales y la negativa de establecer una renta básica para afrontar la crisis económica que aqueja a buena parte de la población.
Motivos para la protesta hay demasiados en Colombia. No solo porque en la historia reciente hemos vivido situaciones terribles que nos han dejado heridas que aún están por sanar, sino porque padecemos, a un nivel escandaloso, los flagelos de la inequidad, la violencia y la corrupción. ¿Cuánto más podemos soportar? Esta es una pregunta que reiteradamente nos surge a los colombianos con cada nueva masacre, con cada nuevo feminicidio, con cada nuevo líder social asesinado, con cada nuevo político corrupto liberado y con cada nueva propuesta de reforma tributaria.
Pero el temor a la pandemia había mantenido a la gente distante, reacia a la movilización callejera y expectante ante un lentísimo proceso de vacunación. Por eso resulta tan llamativo lo que ha pasado en estos días, y tan diciente la decisión que han tomado miles de colombianos. Al parecer, la capacidad de aguante está llegando a su fin y la situación política y social resulta tan indignante, que las personas han perdido hasta el miedo a la pandemia.
No es un momento fácil, máxime cuando se tiene en mente que un poco más de 80.000 compatriotas han muerto a causa de la pandemia y que el país se encuentra al límite de su capacidad hospitalaria para afrontar lo que se considera el tercer pico de ella. La tensión social en que vivimos se acrecienta y la infame arremetida de la fuerza pública en contra de la legítima protesta, que le ha costado la vida a varias personas y la integridad física a muchas más, solo genera más rechazo e indignación6.
Por supuesto que el llamado a mantener las medidas de higiene y bioseguridad es, hoy en día, más necesario que nunca, pero no puede ser motivo para refrenar la protesta social y la lucha por los derechos ciudadanos. Vivimos, por tanto, en circunstancias que pueden resultar paradójicas para la salud pública. Por un lado está la preocupación por limitar el contagio del virus, refrenar la velocidad en que se expande la epidemia, garantizar la disponibilidad de insumos para la atención de los enfermos y mantener las medidas de distanciamiento físico de las personas, mientras que se avanza en su vacunación.
Por otro lado está la necesidad de restituir la dignidad de la gente, refrenar la voracidad de los negociantes de la salud, detener el ecocidio favorecido por la expansión de los intereses especulativos, garantizar la soberanía alimentaria y propiciar las condiciones adecuadas para que las personas disfruten una vida saludable.
Esa tensión la tendremos que afrontar con lucidez, pues tanto unas medidas como las otras son fundamentales para garantizar el porvenir de todos aquellos que estamos en riesgo de complicaciones por la enfermedad, pero también de todos aquellos que anhelamos un buen vivir. Porque, al final, una sociedad que propicia las condiciones para que prime el hambre, el desempleo, la violencia, la desigualdad social, el miedo y la impunidad es una sociedad insana. Lo opuesto al ideal de la sociedad saludable que procuramos construir.
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1 https://www.france24.com/es/am%C3%A9rica-latina/20210503-colombia-protestas-violencia-policial-duque
2 https://www.dw.com/es/colombia-siguen-protestas-en-v%C3%ADsperas-de-segundo-paro-nacional/a-51430462
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