Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Neumólogo
Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
─”Perturbado y muy confuso vagaba por aquellas calles estrechas del barrio Naranjal, sin rumbo fijo, meditando acerca de cuál sería mi destino, luego de la injusta muerte de “Napoleón”, a manos de un par de delincuentes, la noche anterior”─.
─Andrajoso, sucio, y en ocasiones pestilente, con sus cabellos rizados y escasos pelos que cubrían su barba y unos ojos inmensos que acentuaban sus facies de loco vagabundo, Juvenal, conocido con el remoquete de “Napoleón”, me había recogido meses atrás, cuando, igual que él, yo deambula por las calles de Guayaquil, buscando los deshechos de los restaurantes y ventorrillos de aquel popular y agitado barrio de la ciudad”─.
──”Mi madre había parido cuatro famélicos cachorros, semejantes a ella, en un rincón de un desaseado taller de mecánica, situado en una de las estrechas calles del viejo barrio, asiento de comerciantes, mecánicos automotrices, latoneros y vagabundos mendicantes”.
─”Ignoro cuál fue la suerte de mis tres hermanos. No había cumplido el mes de nacido cuando un camión, cargado hasta el tope, arrolló a mi madre causándole la muerte instantáneamente. Nos repartieron; no sé si mis hermanos tuvieron mejor o peor suerte que yo, pero fui adoptado por “Napoleón”, con quien recorrí las calles de Guayaquil, Barrio Triste, Naranjal y las cercanas al estadio, durante muchos días y parte de las noches”.
Juvenal había prestado el servicio militar en los Llanos Orientales. Tal vez por esa experiencia era obsesivo con el uso de prendas militares o semejantes. En ocasiones se le vio con una chaqueta azul oscuro, de puños rojos y botones dorados, que lanzaban destellos al encuentro del sol; un par de charreteras amarillas completaban su atuendo de fingido capitán. Así, se ganó el apodo de ”Napoleón”, el cual ostentaba con aparente orgullo.
Juvenal apenas pudo concluir su segundo año de bachillerato, cuando debió emplearse como ayudante de mecánica automotriz en los talleres de Barrio Triste. Aficionado a la lectura de poemas y temas filosóficos, se expresaba con cierta fluidez y solía declamar trozos de obras conocidas, aglomerando a su alrededor a otros vagabundos, mecánicos y algunos transeúntes de los sitios que frecuentaba.
Su adicción al licor, la marihuana y otros vicios inconfesables, obligó a su familia a expulsarlo de su casa, luego de varios intentos, fracasados todos ellos, para lograr su rehabilitación. Su aspecto descuidado le hacía ver como un hombre mayor de cuarenta, cuando apenas recién había cumplido los treinta.
─ “Con un costal al hombro, en el cual guardaba celosamente un pantalón, un desteñido overol, dos camisas y una cobija raída, cuyo color era difícil de identificar, lucía una cachucha marinera, que en algún tiempo debió ser blanca, pero que ahora mostraba visos oscuros, Juvenal recorría, desde muy temprano, las calle de Medellín y yo, fiel a su amistad y necesitado de sus cuidados, lo seguía a pocos pasos detrás”.
Como ayudante, realizaba cualquier trabajo relacionado con la mecánica de automóviles, por lo cual no era extraño verle embadurnado de aceite, tanto sus manos como su descolorido pantalón.
“─Cuando “Napoleón” realizaba tales labores, teníamos la ocasión de dormir en un rincón de algún taller, pero cuando, por causa de la bebida o de sus vicios, era cesado de su trabajo ocasional, debíamos emigrar y buscar refugio bajo algún puente, cercano a la estación del Metro o bajo un alero de alguna edificación. El frío laceraba nuestros cuerpos, pero Juvenal compartía conmigo su gastada cobija”.
─”Nunca supe con certeza por qué me dio por nombre “Tigre”, cuando soy pequeño, enjuto y nada belicoso; diría, más bien, que soy un poco cobarde. O mejor, no gusto de pelear. Tal vez ese nombre se me dio por mi color amarillento, con varias rayas y delgadas manchas negras en mi espinazo y en los costados, pero jamás porque tuviese un aspecto feroz. Ocasionalmente tuve que mostrar los dientes y lanzar aflautados ladridos, cuando algún sarnoso callejero intentó atacarme”.
─”Napoleón” cuidaba de mí como una solícita madre; compartía conmigo los alimentos que lograba comprar en restaurantes y sancocherías de aquellos sitios en donde solíamos pernoctar. De vez en cuando acostumbraba bañarme, con sumo cuidado, diciéndome frases cariñosas: empleaba una pastilla de olor agradable, que hacía espumas en mi pelo y me dejaba impregnado de un sutil aroma. Esa noche dormía más tranquilo, sin la picazón que me causaba la presencia de algunas pulgas, que recorrían mi frágil cuerpecillo, como si fuera una pista de carreras.
Si algún perro belicoso, de eso que andan sin dios y sin ley por las calles de la ciudad, intentaba atacarme, “Napoleón” lo amenazaba con un garrote que acostumbraba llevar pendiente de su cinturón. “Napoleón” era mi protector”.
Siguiendo los consejos de doña Rosa, una anciana residente en Naranjal, a quien Juvenal escuchaba con respeto, desistió del vicio de la marihuana y disminuyó la ingesta de licor. Mejoró su presentación personal. Se rasuraba varias veces en la semana y ahora usaba unos pantalones vaqueros, camisa floreada multicolor y zapatos tenis azul y blanco que lo hacían ver más agradable ante la gente que lo conocía.
─”Más puntual en su trabajo y con menos gastos en sus vicios, sus ahorros mejoraron, y pudo tomar en alquiler un pequeño cuarto, cercano al taller donde laboraba, el cual compartía conmigo, protegidos del penetrante frío de las noches. Recuerdo muy bien que me compró un tazón amarillo, en el que servía mi comida; también una brillante cadena metálica para sacarme a pasear durante algunas tardes”.
Una noche de viernes lo invitaron a departir en un pequeño café de la calle San Juan. El grupo charlaba jovialmente, hacía chistes en relación con los cambios observados en Juvenal. Él se mostraba amistoso y satisfecho, y festejaba las bromas de los compañeros. Cuando el alcohol hubo hecho sus nocivos efectos y sus temperamentos se alteraron, aparecieron las ofensas y las recriminaciones.
Le ofrecieron marihuana, que él no quiso aceptar. Dos expendedores de la hierba, enfurecidos, le propinaron sendas puñaladas en el cuello y en el tórax. La sangre brotó a borbotones, su rostro empalideció rápidamente y el cuerpo sin vida de Juvenal se inclinó sobre la mesa, en donde antes departiera muy festivo.
─”De esa noticia me enteré al día siguiente. Me había dejado encerrado en nuestro dormitorio. Lo esperé toda la noche, pero no llegó. Los dueños de la casa, ante mis aullidos, abrieron la puerta del cuarto y pude salir. Con inquietud y mucho empeño olfateé a los presentes; ninguno tenía el olor característico de “Napoleón”. Escuché rumores de que su cuerpo había sido llevado al anfiteatro del Cementerio Municipal, pero yo ignoraba en donde estaba situado».
─ “Solitario y apesadumbrado camino por las aceras que corren paralelas a las líneas del Metro. Tal vez no vuelva a encontrar a otro ser que me cuide como lo hizo “Napoleón”.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia