La felicidad de Susana

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Neumólogo
Ex Integrante Taller de Escritores ASMEDAS Antioquia

Es joven aún; tal vez cuente con unos treinta o treinta y dos años. Durante muchas mañanas, durante muchos días, la he visto deambular por el separador central de la Avenida 80, que alegre recorre en un trayecto de más veinte cuadras. En sus oídos, unos pequeños audífonos que se desprenden de una radio, también pequeña, fijada a su cintura. No escucho la música, pero ella sí.

Por el corredor que separa las dos vías de la avenida, se balancea, llevando el compás de las notas musicales que penetran hasta lo más íntimo de su cerebro; su rostro sonriente refleja la felicidad que la embarga, mientras que a cada lado del trayecto, autobuses, camiones y automóviles circulan, raudos, despidiendo sus nocivos gases que invaden el ambiente, sin que ella se dé por enterada.

Su rostro regordete, ruborizado por efecto del sol que la besa con frecuencia, se ve adornado por una amplia sonrisa, mientras que entorna sus párpados, como si estuviera disfrutando de la felicidad que le causan la vida y las notas melódicas de la radio.

En ocasiones adorna su larga cabellera, de un negro intenso, con una flor carmesí que lleva prendida en la parte lateral izquierda de la cabeza. En otras, lleva su pelo recogido, formando dos largas trenzas, liadas con cintas de colores.

Suele usar unos pantalones caquis muy anchos, de bocas muy estrechas, que le dan la apariencia de un jinete que ha olvidado su corcel. Una blusa verde oliva, de mangas largas y una pañoleta de color salmón enrollada en el cuello, completan su indumentaria. Luce unos zapatos mocasines marrón oscuro, sobre los cuales danza sin fatigarse, recorriendo la avenida desde la calle treinta hasta un poco más allá de calle Colombia. Cuando ejecuta su danza ritual, entrecierra los ojos mirando hacia el cielo y sonríe jubilosa, como si en su mente despistada desfilaran figuras celestiales o vivencias hermosas que alimentaran su espíritu.

Ella parece no entender de guerras, de conflictos armados, ni de violencia callejera. Solo la música parece llenarla toda y sigue danzando a lo largo de la avenida.

El sonido estridente de una sirena se repite sin cesar. Procede de una ambulancia, pintada de blanco y azul, que presurosa se abre paso en medio del tráfico copioso, en aquella mañana. Algunos carros se orillan para facilitar su circulación; la gente, expectante, dirige su mirada hacia el vehículo que continúa haciendo sonar su sirena. Ella, apenas mira de soslayo y continúa su marcha danzarina, sumida en sus locas fantasías.

De pronto se detiene en la rotonda de la confluencia de la Avenida 80 con la calle 35; allí, bajo los pinos que la adornan, baila desaforadamente; se balancea, da unos pasos hacia delante, otros tantos hacia atrás, levanta sus brazos como implorando al cielo y ríe alegremente, colmada de felicidad. Pasan los minutos y ella continúa su danza. Mueve su cabeza hacia los lados, llevando el compás de la música que solo ella escucha, mientras que los caminantes soportan estoicamente el ruido ensordecedor de los motores. Su rostro ha enrojecido mucho más y unas gotas de sudor humedecen sus mejillas.

Una tarde de miércoles, mientras que caminaba por las calles cercanas a la línea de El Metro, me la encontré en un pequeño parque. Vestía una falda campesina, de vivos colores, adornada de flores amarillas y rojas; unas botas café, de cuero blando, que le llegaban hasta un poco por encima de sus tobillos; un bonete turquí cubría su cabeza. Se le notaba un poco fatigada.

─ Ha estado bailando sin parar por más una hora ─, me dice una señora que la conoce de tiempo atrás.

─ Su nombre es Susana y suele venir con frecuencia a este lugar –,afirma la mujer.

─¿En dónde vive? ─, le pregunté.

─¡No lo sé! Me dijeron que vivía en el barrio La Floresta, pero no estoy segura de ello.

─ Debe tener alguna pena ─, agregó.

─ Parece ser que no gusta de los hombres, porque reniega de ellos ─, siguió informándome la mujer.

Ahora estaba sentada en una banca del parque. Murmuraba algunas frases. Con disimulo, me le acerqué por la parte posterior de la banqueta, tratando de comprender lo que decía. En voz muy queda renegaba de una hermana que, según ella, la había ofendido; mencionaba a un niño que le habían quitado hacía algún tiempo. Por vez primera noté su rostro melancólico y tenía su mirada clavada en las hojas secas que cubrían el suelo. Me pareció verle correr algunas lágrimas por sus mejillas. Una joven, vecina del lugar, se le acercó con un vaso de agua, que ella recibió con regocijo.

Pocos instantes después, como movida por una fuerza interior, se levantó y empezó a danzar con soltura y elegancia; mientras que alzaba sus brazos y entornaba sus ojos, una amplia sonrisa embellecía su rostro. Bamboleando sus caderas y su coloreada falda al compás de la música, que solo ella escuchaba a través de la radio, se alejó de lugar.

El cielo se tornó brumoso y una gotas de lluvia comenzaron a remojar el parque.

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia