Carta de un paciente a la enfermedad de Alzheimer

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico Bernardo Ledesma Gil (foto)
Ortopedista, Asmedista

«Dedicada a mi admirable compañero y amigo, neurólogo doctor Francisco Lopera, perseverante estudioso de la enfermedad de Alzheimer»

Mi nombre es Plácido, creo que nací en un pequeño pueblo del oriente o del norte antioqueño, en mi país Colombia; tengo entre 70 y 80 años, no estoy muy seguro, pero a veces tengo la sensación de estar de regreso a mi infancia:

Remotamente vislumbro que mis nietos y mis hijos corrigen con frecuencia mis conductas extrañas, me reprochan por mis frecuentes olvidos y la pérdida involuntaria de mis inhibiciones, como aquel día que confundí la puerta del baño con la sala de mi apartamento y, como si no hubiera nadie, oriné ante unos amigos que nos visitaban, sin mostrar ninguna vergüenza.  O aquel día que traté de pasar el ventanal de la oficina sin percatarme de que había de por medio un vidrio que volví añicos al cruzarlo.

A veces tengo momentos lúcidos y me acongoja que en mi familia me narren estas penosas situaciones, pero también en veces, solo les respondo con una sonora e inmotivada carcajada, como si nada hubiera ocurrido.

Tengo que confesar que mi memoria sucumbe paso a paso y así como mueren resecas las vistosas y hermosas hojas y flores en otoño, asimismo fallecen las neuronas en mi cerebro, estropeando mis capacidades cognitivas.

Quiero aferrarme a ellas, a mis neuronas, a las células de mi sistema nervioso, lucho infructuosamente porque no me abandonen porque no se marchiten pero es inútil; ya presiento que tú, alzhéimer, temible enfermedad, me has encontrado.

Estás invadiendo mi cerebro con tu terrible amiloide. Te arraigarás como un infame parásito, invadiendo mi cerebro poco a poco, al igual que lo has hecho con tantos de mis amigos y algunos de mis familiares.

Los médicos y científicos durante muchos años en todo el mundo, han luchado por vencerte, pero hasta ahora ha sido una batalla perdida, pareces invencible.

Has sido tú, terrible y traicionera enfermedad, la culpable de mi desgracia, me estás despojando de mi buen genio, de mi empatía, de mi buen humor, convirtiéndolos en unas risotadas estruendosas y sin sentido; me estás transformando en un ser huraño, egoísta y grosero.  Me estoy odiando a mí mismo.

Me estás robando a mis seres queridos, pareciera que no los reconociera y hasta se me olvidan sus nombres. Estoy confundiendo el azúcar con la sal, el sanitario con mi silla reclinomática y hasta he olvidado dónde está mi casa, ya me he perdido varias veces y he puesto en peligro mi vida.

Y lo que más me apena, terrible invasora, es que estoy convencido de que mi amada familia y los buenos amigos me están tolerando y que sufrirán más que yo cuando me domines por completo y me encuentre extraviado en la oscuridad y la bruma de la inconsciencia.

Mi angustia es máxima porque advierto, a lo lejos, que te acercas como un tornado, un tsunami, inatajable, indestructible, que se está alojando en mi cabeza, indefectiblemente, aunque trate de ocultarme, aunque me refugie en el búnker de mi escasa conciencia actual, de mi gimnasia cerebral, en mis lecturas y crucigramas inútiles y de los ya probados medicamentos que han frustrado a miles de científicos durante tiempos inmemoriales.

De modo que aquí estoy, mi terrible verdugo, esperándote para que arrases conmigo y con tantos condenados a perder la lucidez, a soportar tus daños irreversibles.

Pero no cantes victoria, perversa alienación mental, porque llegará el día en que los avances médicos y los perseverantes científicos podrán derrotarte y en un futuro no muy lejano serás vencida y tú también pasaras al olvido, como ha ocurrido con la memoria de tantas miles de víctimas que has destruido tú, perversa y siniestra enfermedad.

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia