Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Médico neumólogo
Ex integrante Taller de Escritores ASMEDAS Antioquia
En las postrimerías del mes de diciembre, Jesús María Saldarriaga, próximo a ocupar la alcaldía del poblado que lo vio nacer, meditaba acerca de lo que había sido su existencia, cuando estaba por cumplir sus cuarenta años.
Hijo de un campesino que poseía una parcela, que labraba con denuedo, y de un reducido hato de ganado lechero, con el título de doctor en Leyes y Licenciado en Ciencias Políticas, había regresado a su terruño para postularse al puesto más importante: la alcaldía.
Satisfecho por los resultados electorales, apoyado por más del 70% de los votos de los sufragantes, por su mente circulaban muchos planes que soñaba realizar a partir del día primero de enero, fecha de su posesión.
Impregnado de nostalgias, recordó el Colegio Francisco de Paula Santander, donde realizara sus estudios elementales, antes de que su familia emigrara hacia la capital, huyendo de la violencia que asolaba la región, donde, mediante la ayuda de un tío de la madre, pudo cursar su bachillerato y, más tarde, sus estudios de Leyes en la Universidad.
Cuando, ocasionalmente, solía visitar el poblado, en el cual residían algunos familiares, quedaba sorprendido de los escasos progresos alcanzados desde la época de su niñez. Entusiasmado por el triunfo electoral, soñaba con lograr, con la ayuda del Concejo Municipal, la construcción de un colegio en el cual, además de los estudios elementales, los jóvenes pudieran cursar su bachillerato. También, viajaba por su mente, la construcción de una biblioteca bien surtida, que sirviera a toda la comunidad, así como mejorar la planta de purificación del acueducto, para brindar a los pobladores un agua de mejor calidad.
Esa noche, en su alcoba, recordó los dolorosos acontecimientos, de los cuales fuera testigo cuando apenas contaba nueve años de edad y asistía a la Escuela Francisco de Paula Santander. Era domingo. Cuando apenas el canto de las aves anunciaba el amanecer, un gran estruendo sacudió al pueblo. En diversos sitios se sintió el fragor de las metrallas que, con sevicia, disparaba un grupo de guerrilleros que en anteriores ocasiones había asolado la población.
Misiles y tanques de gas, incendiados por los subversivos, volaron en mil pedazos algunas viviendas cercanas a la Estación de Policía. Ni siquiera el Colegio Santander se escapó del ataque irracional de los bandidos. Sus habitantes, con lágrimas en los ojos, vieron cómo, la institución donde soñaran que educarían a sus hijos, quedó convertida en escombros; el fuego la consumió.
El cuerpo de don Eusebio, el viejo celador que cuidaba la escuela, quedó irreconocible. Restos de sus miembros se hallaron a más de veinte metros de distancia. Su fiel compañero, un pastor alemán muy añoso, apareció incinerado en la puerta principal, como si hubiera querido huir de aquel infierno. Hasta el viejo jamelgo, que le sirviera a Eusebio para acarrear el agua del río cercano, fue víctima del impacto de las balas disparadas por los subversivos.
Recordó cómo los niños, entre los cuales estaba él, contemplando aquel desagradable espectáculo, lloraban, inconsolables, la desaparición de su escuela. Durante más un mes no recibieron clases.
Las autoridades adecuaron el viejo coliseo, en el cual se practicaban varios deportes y, ocasionalmente, se presentaban espectáculos populares, para que los muchachos recibieran su educación bajo la dirección de doña Helena, una vieja maestra que había instruido a un buen número de párvulos por más de veinte años.
Allí, en las gradas del coliseo, más de cuarenta niños recibieron las enseñanzas de sus maestros por el resto del año, hasta cuando las autoridades pudieron adquirir una vieja casona, muy cercana al poblado, que perteneciera a un rico ganadero de la región. Los herederos, cuando no soportaron más la extorsión por parte de los delincuentes, decidieron emigrar hacia la capital. Entonces, remataron la propiedad, a menor precio, para así contribuir con la educación de los muchachos.
Pero aún, más desgracias estaban por llegar. Tres años después, cuando Jesús María cursaba su quinto año elemental, cuando su padre regresaba de la parcela hacia su casa, fue abordado por dos delincuentes que, sin mediar palabras, le segaron la vida. El cuerpo, tajado a machetazos, fue encontrado más tarde por uno de sus trabajadores. Nunca se supo quiénes fueron los autores de tan vil asesinato. Solo un pasquín, escrito con letras muy pueriles, que decía: “Por no colaborar con la lucha armada. Seguiremos con su familia”, hizo sospechar sobre los autores de tan execrable crimen.
Fue, entonces, lo recordó con lágrimas en los ojos, cuando su madre, con rostro de pavor, decidió irse a la capital llevando consigo a sus tres hijos.
La adaptación de esta familia campesina a la vida tormentosa de la ciudad resultó verdaderamente traumática. Las costumbres de sus vecinos, en la comuna donde se asentaron, les eran adversas, comparadas con la tranquilidad experimentada en la pequeña población donde residieran. Solo la zozobra generada por la presencia de los violentos les había obligado abandonar su querido terruño.
Tales sufrimientos disminuyeron cuando un tío de la madre, enterado de sus adversidades, les tendió la mano. Dadivoso como el que más, le costeó el estudio a los tres muchachos, en su etapa inicial. A Rodrigo, el menor, al vincularlo a una pequeña empresa de su propiedad, lo enseñó a trabajar con responsabilidad. A Delfina, la segunda de los tres hijos, le colaboró hasta cuando alcanzó su título de Enfermera en la Universidad.
Jesús María, por su parte, pudo cursar su bachillerato en el Colegio San José, de los Hermanos Cristianos, gracias al apoyo del tío Miguel.
Fue así como, el camino se le hizo expedito a Jesús María para poder ingresar a la Universidad de Antioquia. Mientras cursaba su carrera de abogado, voluntarioso y responsable, se desempeñó en diversos oficios para poder costearse sus estudios. Aún no los había terminado, cuando un profesor, quien había descubierto la gran capacidad del joven para litigar,, lo invitó a hacer parte de su bufete de abogados, en la ciudad de Medellín.
Sus ingresos y su disciplina le permitieron adquirir una casa de dos plantas, en la Barrio San Joaquín, adonde llevó a vivir a su madre y a sus dos hermanos.
Hoy, recluido en su alcoba, prepara el discurso de posesión, que disertará una vez que el presidente del Consejo le tome el juramento. Solo una idea llena su mente: trabajar por el bienestar de los ciudadanos del poblado que lo vio nacer.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia