Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Neumólogo
Ex integrante Taller de Escritores ASMEDAS Antioquia
Fue un atardecer del mes de agosto, cuando el sol ya declinaba y las sombras de la noche comenzaban a cubrir el firmamento, que las vimos llegar amontonadas. Enloquecidas, muchas de ellas se estrellaban contra el anjeo metálico que protegía la casa campestre de las arremetidas de los mosquitos transmisores de enfermedades. Las había de diversos colores, pero predominaban las de color café oscuro con algunas vetas blanquecinas en sus dorsos, de más de doce o catorce centímetros de diámetro, que en conjunto formaban una mancha parda.
Muchas de ellas lograron penetrar al interior de la casa y, atropelladas, revoloteaban de un rincón a otro, causando un gran alboroto entre los habitantes.
Aún contábamos, mis hermanos y yo, con pocos años y habíamos llegado días antes, en compañía de mi madre, a pasar unas cortas vacaciones en Patuca, una población rodeada de extensos sembrados de bananos, en el departamento del Magdalena.
No faltaban en la región los agoreros que, con su labia, convencieran a muchos de los habitantes de la región de sus pronósticos catastróficos, así como de la existencia de brujas y demonios, salidos del más allá, para hacerles daño a los humanos.
Dioclesiana, la vieja doméstica de la casa, que parecía estar impregnada de tales creencias, ante la invasión de los insectos, apareció en la sala gritando:
− ¡Es el Demonio que, convertido en mariposa, ha venido a castigarnos por nuestras faltas!
Repetía tal letanía, a la vez que instaba a los presentes a decir una oración: «Al Señor y a la Santísima Virgen, para que los endemoniados bichos se alejen de la casa”.
La algarabía en el interior de la casa era notoria. Las mujeres, portando toallas y escobas, intentaban, infructuosamente, espantar los alados insectos que revoloteaban en la sala, el comedor y las alcobas.
Los niños, un poco temerosos, buscaban escondites bajo las mesas y detrás de las puertas, pero salían despavoridos cuando algunos de los insectos lograba penetrar a esos sitios.
La abuela, en tono más sosegado, recomendó:
– Pongamos unas poncheras con agua. Esos animalitos son inofensivos. Es posible que el reflejo de las luces en el agua las atraiga.
Y así fue. Muchas mariposas, de diversos tamaños, terminaron su existencia en las poncheras y varios cubos llenos de agua, que ocuparon diversos sitios de la casa.
Al día siguiente, los corredores y alrededores de la casa aparecieron cubiertos por centenares de mariposas que, encantadas por las resplandecientes luces de las bombillas, habían fallecido la noche anterior.
Dioclesiana, quien insistía en la presencia de demonios transformados en mariposas, con obstinación aconsejaba que se llevara a casa a un sacerdote para exorcizar la residencia.
Agosto de 2013.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia