Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Carlos Segundo Oliveros Peralta (foto)
Integrante Junta Directiva de ASMEDAS Antioquia
Véannos aquí, sin caras, sin nombres; tratando de mantener el navegar apacible de la barca en la mitad de un tifón.
Los jefes, látigo en mano, con voz civilizada y corazón de Tablet, niegan el contexto y exigen el cumplimiento de los objetivos empresariales, confiando más en su autoridad que en los empleados desprotegidos y mal pagos, jugando a ser democráticos con la palabra, pero autoritarios en el desconocimiento de derechos.
El trabajador, puntual y callado, mirando la máquina, o el cliente, dan lo mismo. Engranado a la productividad, a la generación de riquezas que jamás le toca, poniendo paños tibios a cánceres avanzados, silenciando a murmullos la realidad de lo que afuera sucede; el día se lo come, ese día y el otro, de no pasar nada, forja un destino de impunidad existencial, de miseria vital, de corazones fríos que, como dioses, ven a su prójimo no como su igual, sino como la obra defectuosa que debe ser destruida por un diluvio universal.
Los sindicatos, más especializados que un otorrinolaringólogo con énfasis en Glotis, describen la realidad nacional cual la leyenda de aquellos ciegos que, queriendo conocer un elefante, les permiten tocar uno y, según la parte que palpan, se hacen una idea radical del mismo: que es como una alfombra. ¡NO! Es como la cuerda de una campana. ¡NO! Es como una serpiente, etc. Cada quien defiende lo suyo, cada quien interpreta y se compromete en lo que le conviene, todos tocan su particularidad y se olvidan del país, pero no son ciegos, son calculadores. No falta quién levante las banderas de la lucha virtual contra el patrón, forma interesante de ser gallina sin mostrar las plumas.
Los campesinos son los únicos que en esta película de Quentin Tarantino tienen motivos de quedarse quietos, a ellos la educación les ha tocado poco, la de las aulas; la guerra ha sido la universidad más prolija de los campos y selvas. Masacres diarias, violaciones de todo tipo, desplazamientos masivos; son motivos más que suficientes para callar hasta al putas de Aguadas, que ya no vive en Aguadas, ya vive en Bogotá en una casa alquilada por San Cristóbal, también desplazado.
¡Que esfuerzo por mantener una “Normalidad” inexistente!, por negar la realidad de la crisis. La normalidad en medio del asesinato masivo, la amenaza masiva, el desempleo y el hambre masivos. La normalidad en medio de hospitales quebrados y una pandemia asesina, la normalidad en medio de bombardeos a niños y elecciones compradas, la normalidad en medio de la corrupción vendida como aire deseable para nuestros pulmones, la normalidad mientras la obra a imagen y semejanza de Dios se electrocuta en público, se le muele el cráneo, se le revienta el hígado.
¿Quién dijo que la educación en Colombia no sirve para nada?
Somos hijos del qüiz y la exposición en el salón, mientras en las calles se escuchan los tiros y las bombas. El maestro, aguzado y eficiente, nos quita el examen y pone un uno de calificación al que levantó la cabeza y miró por la ventana. Somos hijos de la normalidad perversa, sostenida en nombre de un futuro incierto, de un mañana igual al ayer o forzado a serlo por los que temen que el mundo cambie y se note con ello que son como el asesino del “Nombre de la Rosa” dispuestos a matar para que la sonrisa no desdibuje la reverencia al poder.
La “normalidad” nos ha dejado a los padres y madres sin discurso. Hoy suena a mentira decirle a los hijos que estudiando podrán alcanzar sus sueños; es verdad, y no podemos decirlo, que quien peor se comporta más lejos llega. Es mentiras que el conocimiento en nuestro contexto nos hace libres, más bien nos hace sospechosos de terrorismo, a menos que hagamos del saber una cosa estéril, que solo se use para tertulias etílicas y producto de venta a los clientes de turno.
Cual perversos y terroríficos “Dementores”, como en la película Harry Potter, RCN y CARACOL nos roban el alma, cuando elevan a la condición de sagrado los CAI destruidos en las protestas del 9 de septiembre por encima de las vidas humanas cegadas por la policía.
Son “Dementores” cuando nos normalizan que las cosas valen más que las personas. Que las cosas son más deseables que la vida humana; que la vida, nuestra vida, es valedero cegarla si atenta contra la propiedad, sea cual fuere, pública o privada.
Quién dijo que la educación en Colombia no sirve para nada?
Si somos hijos directos del terror disfrazado de prudencia, si somos obreros de un orden que se ha forjado con la violencia.
Qué malos cristianos, católicos se es cuando les parece natural pecar y empatar; nos creemos dioses con el derecho de destruir a los pobladores de un país que se arrepiente de haber elegido al gobernante de turno. Pena de muerte por no aceptar el pago del trabajo por horas, pena de muerte por no querer perder las pensiones y no renunciar a la paz. Nos han robado el alma, ya no nos interesan nuestros hijos, porque no nos interesan los hijos de los demás. No nos interesa el país, si nos importa poco el devenir de sus pobladores. Si eso no es vivir sin espíritu, entonces ¿cómo es?
Esta falta de vida en nuestro pedazo de planeta cotidiano, evidente en nuestras herméticas miradas, solo puede tratarse con el compromiso consciente y real con los demás, expresado en los hechos, rompiendo la rutina, acabando con la falacia de una normalidad inexistente que solo nos hace ver ante los hechos como unos desadaptados incapaces de ponernos como otras ciudadanías del mundo a la altura de las condiciones reales, enfrentar las cosas como vienen y tratarlas con las medidas que son, no con las que más cómodas nos parezcan.
Toca salir a las calles a denunciar la crisis de la salud, la pésima gestión de la pandemia, la quiebra de los hospitales, la contratación y salario miserables de nuestros “héroes”, la masacre en calles y campos, el pago de trabajo por horas, el robo de casas de ancianos disfrazado de pensiones, el robo de los ahorros, más impuestos, la ruina de la pequeña y mediana empresa.
No podemos esperar nada de una institucionalidad inexistente, del gobierno de los malos estudiantes; es nuestro deber salir a las calles masivamente, sin importar colores políticos ni hinchadas de equipos de fútbol, con nuestros amigos y familia, que son también víctimas de este porvenir de la incertidumbre, para intentar borrar entre todos el sino trágico de los jóvenes de cuerpo o alma que, por el solo hecho de mantener encendida la esperanza, llevamos marcada en nuestra frente la cruz de ceniza indeleble. Los creadores de pesadillas nos identificarán y perseguirán, a menos que nos opongamos y construyamos juntos un camino distinto.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia