Nos tendremos que ver en las calles

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

Por: Médico Carlos Segundo Oliveros Peralta (foto)
Integrante Junta Directiva de ASMEDAS Antioquia

Ingresé a la Universidad de Antioquia en 1991. ¡Año nuevo, constitución nueva, proyecto de vida nuevo! Vivía en un barrio de Manrique Oriental de Medellín, sector en el que mis hermanas años atrás habían encontrado un lugar en donde existir escapándose de las desoladas tierras del Caribe; donde, como en las tejas Ajover no pasa nada con los años, únicamente la luz.

Luis Javier Giraldo, en ese momento decano de la Facultad de Medicina, nos convence de que estábamos en la antepuerta del paraíso, en el escalón que necesitábamos pisar para alcanzar el éxito en nuestras vidas; que si estudiábamos y nos sacrificábamos podíamos obtener nuestros sueños; ¡seriamos codueños del mundo!, mas si no nos quedábamos con el título pelado de médicos, sino que aspirábamos a ser especialistas.

Era 1991; los sueños de ascenso social no me acompañaban, por miedo de ellos, hasta el barrio en donde vivía, en donde reinaba un campo de guerra. Todos los días, muchachos y muchachas eran asesinados en las calles, eran mucho más jóvenes que yo. Pablo Escobar era el Robin Hood de esos barrios, los padres lo emulaban, los hijos lo escuchaban, los muertos por todos lados. Unos zapatos rotos y una sombra de hambre acompañaban mi camino.

Las palabras del Decano no llegaban a mis sueños, la cama no quedaba impregnada de sus visiones. Luego me di cuenta que los que mataban en los barrios habían asesinado 4 años atrás a Héctor Abad Gómez y a Leonardo Betancur, médicos y docentes de la Facultad. Luego vino la Ley 100 y la defensa institucional universitaria de sus bondades. El poder, que corrompía muchachos y muchachas por la casa, que pagaba las masacres, impulsaba una ley diseñada para el lucro de mafiosos, que pronto iban a acabar los sueños de ascenso social de los médicos en mi facultad sin derecho a protesta para “no patear la lonchera”.

Entendí que a la Administración no le interesaba que fuéramos importantes para la sociedad, lo que le importaba era que no hiciéramos nada contra la tempestad que nos mojaba. Que fuéramos tibios, aun cuando Dante advertía, en su libro “La Divina Comedia”, que los tibios teníamos un severo castigo en las puertas del infierno. Un mar de insectos nos comerían vivos, que no descansaríamos durante toda la eternidad, por todo lo que pudo ser y no hicimos, por la deuda que dejamos en la tierra en omisión total de nuestro compromiso con el mundo.

Y así fue; la universidad fue creando un ejército de clientes del diablo, para ser comidos vivos en la puerta del infierno. En 1994, un grupo de estudiantes decidimos denunciar en una revista llamada “Otra vía”, que lo que decía la administración era falso; la Ley 100 pretendía que renunciáramos a la condición de profesionales liberales, para convertirnos en mano de obra calificada de las EPS. Fue suficiente para que nos persiguieran, nos señalaran, nos llamaran a amenazarnos, nos intimidaran, nos apartaran. Hoy, que los colegas nos dan la razón, siguen enojados con nosotros por haber dicho esa verdad.

En clase le quitaron la pasión a estas verdades, le imprimieron pasión a la mentira; eso era lo que la gente quería escuchar. Renunciamos al sagrado deber de ser consecuentes con el conocimiento que la humanidad nos ofrece en las aulas universitarias, un privilegio que pocos tenemos. A los que fuimos honestos y cumplimos con la tarea de explicarle al mundo las injusticias y la corrupción, nos persiguieron, nos señalaron como los enemigos de todos; otros fueron ejecutados mientras acompañaban a sus amigos al cementerio; nos dejaron solos, la respuesta al asesinato de los profes fue tibia, por supuesto. Quisieron que la memoria de Héctor Abad y Leonardo Betancur muriera con las balas del traqueto, pero no se les cumplió. Año tras año fuimos conmemorando tibiamente su memoria, año tras año hicimos de sus vidas un recuerdo, hasta que uno de sus parientes creció y escribió libros e hizo películas que dejarán registro histórico de lo sucedido.

Y esa generación que vio nacer la Ley 100 no hizo nada desde las facultades de Medicina para impedir su desarrollo; perdimos la oportunidad de unir nuestras fuerzas con el dolor masacrado de los habitantes de los barrios y evitar un improperio de ley que causaría más muertos que los ejecutados por las bandas asesinas de Pablo Escobar. Ser tibio se convirtió en la formula natural de la existencia, y ser tibio por lo que vi es la cuota inicial para pasar a ser parte de las filas del fascismo. Nos acostumbramos tanto a la impiedad, a justificar cómodamente el dolor ajeno, que fácilmente tributamos por la continuidad de las más ásperas de las tiranías, mientras no nos toque a nosotros, que seguimos destruyendo y reconstruyendo el planeta, los más progresistas, desde las tabernas y las tertulias virtuales.

Hoy es más difícil ver bajar a pie, de las alturas de los barrios marginales, estudiantes ilusionados con el sueño de un mejor mañana, siquiera individual, ya que este sueño fue asesinado en alguna de sus estrechas sendas mientras tomaba el bus por la puerta de atrás. Ganaron los traquetos, hoy ellos son nuestros jefes, son los propietarios; los tibios estamos juiciosos bajo la dictadura de aquellos que no quisieron estudiar.

Hoy, los de mi generación sabemos que nos vendieron mentiras, pero vivimos en ellas, transmitimos el mito de una dignidad profesional perdida, nos negamos a aceptar que no somos tan inteligentes y tan intelectuales, que nos engañaron, que la pose que elegimos para enfrentar el mundo es equivocada, que persiguieron a sus colegas para apoyar a sus estafadores. Que el valor de nuestra profesión está enterrado en un campo santo en donde yacen los cuerpos de Leonardo Betancur Taborda y Héctor Abad Gómez.

Y no es justo que, por nuestra equivocación, desilusión por el mundo o pereza, les dejemos la tarea de cambiar las cosas a las nuevas generaciones; que tendrán que remar contra la corriente corrigiendo lo que hicimos o dejamos de hacer. Lo primero que toca es dejar de tener miedo a los cambios, si precisamente eso es lo que necesitamos; sobre todo el miedo a actuar libremente con todas las consecuencias que ello implique. Recuerden las veces que han actuado con libertad, siempre hay alguna autoridad que retar; más en esta época en que las instituciones se diluyeron en las cajas registradoras de los negocios monopólicos. Nos interesan salidas radicales a problemas profundos, medidas quirúrgicas a tumores descuidados; ser tibios ya no es elegante, es impunidad, es un acto de cobardía y traición a nuestro país, a nuestros seres queridos.

Cuando un médico dice que el tratamiento es quirúrgico no pretende ser extremo, busca la solución al problema, mira las cosas tal cual son. Los problemas tienen solución si no nos vamos por las ramas, si se toman a tiempo. Cuando un médico diagnostica, no lo hace con base en ocurrencias, lo hace conforme a un inmenso cúmulo de experiencias científicas demostradas durante siglos; por eso estudiamos tanto, por eso nuestro deber es investigar esta realidad para dar salidas reales y no ocurrentes frente a lo que sucede en nuestro país. La salida al ocaso nacional no son las protestas virtuales. Nos tendremos que ver en las calles con las fuerzas que impiden rescatar nuestra dignidad y el bienestar de nuestro pueblo, que es a lo que debemos nuestra misión vocacional, no a los negocios que enriquecen a pocos con la excusa de ofrecer servicios de salud explotando, enfermando y matando a todos.

Que la humilde gente ignorante en los barrios creyera en la benevolencia de Pablo Escobar era entendible; él se aprovechó de las carencias y la ignorancia, del baile de los que sobran; pero que años después mis colegas votaran y se volvieran devotos de los herederos del narco, eso no lo vi venir, eso es imperdonable. La culpa no la tiene el Pablo ni sus herederos, la tenemos nosotros que compramos con nuestra tibieza un puesto de honor para nuestro castigo en las puertas del infierno.

Y en las clases de Bioquímica, en un rincón de la facultad, anunciaban el sufrimiento de las almas en pena; escrito en las paredes un poema anónimo nos advertía del engaño, del infierno dantesco en las calles, mientras mis compañeros de estudio miraban fórmulas y calculaban.

Carta del incierto

No por incierto dejaré de escribir esta carta que habla de ausencias y de amores.
Siempre habrá un ausente en mi pellejo, un ausente que camina, con mis pasos lentamente.
Hablo de ese río de ausentes donde navegan a toda vela los sueños del incierto.
Sé que estoy en mi país, donde alguien decide desaparecer total o parcialmente,
para ser encontrado al borde del camino, adentro de una zanja.
Mi país que huye de sí mismo cual desatado tifón en plena noche.
No por incierto dejaré de escribir esta carta que habla de ausencias y de amores…
Mi país, el oscuro, nos está matando la alegría,
nos está matando a los que sueñan,
a los hombres que dan voz al limpio viento.
La paz es una arrugada palabra en los arrugados papeles
que arrojan en letrina los disfrazados querellantes.
La voz del gran mudo nada dice, ella espera instrucciones.
Y una ebria nación navega sosteniendo la rota bandera de la paz.
La bandera blanca sobre ríos de sangre.
No por incierto dejaré de escribir esta carta que habla de ausencias y de amores…
Llegado el momento de tener más amigos en las tumbas que en los bares,
me hago hermano del hermano de los muertos.
Enamorado de los que aman el amor de los vivientes.

(Anónimo)

Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia

 

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