Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Neumólogo
Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
Era época de vientos en el Caribe. Había escuchado que fuertes huracanes azotaban, sin clemencia, las islas de Puerto Rico, La Española y Cuba; pero yo jamás había presenciado un fenómeno de tal naturaleza.
Había sido, sí, testigo de ventarrones que golpeaban con rudeza las ciudades costeras, cubriéndolas de un manto de arena, que obligaba a sus gentes a protegerse los ojos con grandes lentes oscuras. En ocasiones, la intensidad de los vientos era tal que produjo la caída de algunos árboles, de los techos de zinc de las casas y de los alambres conductores de la energía eléctrica.
Las autoridades portuarias, como medida de prevención, cuando tales fenómenos se sucedían, prohibían la salida de pequeñas embarcaciones y aconsejaban, además del uso de las anclas, asegurar las naves a los pilotes que ocupaban, enfilados, los bordes del malecón.
Pero esa mañana del mes de octubre, como si el dios Poseidón se hubiese embravecido, el mar descargó su furia sobre el puerto.
Olas de más de 2 metros de altura golpearon, por más una hora, las bellas playas de la bahía, arrastrando consigo todo lo que encontraron a su paso. El viento, recorriendo impetuoso las calles cercanas al océano, causó un gran pánico a los residentes, obligándolos a protegerse en el edificio de la Aduana y en los bares y restaurantes asentados a lo largo de la avenida.
Algunos pequeños ventorrillos de baratijas y frutas tropicales fueron arrastrados con violencia, desparramando sus contenidos por las losas del malecón y la avenida cercana.
Embarcaciones de poco calado volaron por los aires ante la fuerza de las olas y ahora aparecían volteadas sobre la playa. Un velero, que solía llevar turistas a las playas cercanas, se mostraba ladeado luego de que las olas lo estrellaran contra el arrecife cercano.
Corrían rumores de pescadores desaparecidos y de tres cadáveres de jóvenes, que desafiando las fuerzas de las olas, permanecieron en las aguas agitadas.
Las sirenas aullaban anunciando el peligro y numerosos vigilantes del puerto ayudaban, con denuedo, a unos ancianos que, sorprendidos por la marejada, permanecían sentados en los bancos del malecón.
Algunos de los bares, cercanos a la bahía, se vieron inundados cuando las olas penetraron hasta ellos con violencia.
Las hojas mustias de los árboles de la avenida, que habían permanecido cubriendo las losas del malecón, ahora cabalgaban enloquecidas huyendo del vendaval.
El caos invadió la ciudad.
Tres carros de bomberos se hicieron presentes y su personal, con arrojo, bregaba a destapar los drenajes de las cañerías, que habían sido obstruidas por la arena.
En una esquina, una madre, aterrorizada, sostenía con sus manos a dos niños que lloraban inconsolables ante el espectáculo que presenciaban. Se habían subido a un pedestal que sostenía la estatua ecuestre de uno de los héroes de nuestra independencia, para evitar que fueran arrastrados por las olas.
Dos solícitos bomberos los rescataron.
Dos torres de madera, donde solían permanecer los jóvenes “salvavidas” cuidando a los bañistas, aparecieron tiradas en la playa, parcialmente destruidas.
La marejada, como si deseara compensar a sus habitantes los daños ya causados, lanzó cientos de peces, de pequeños y medianos tamaños, hacia la playa. Aún, la avenida mostraba algunos peces que se agitaban en la superficie del pavimento en su agonía de muerte.
Osados hombres y mujeres, desafiando el peligro, corrían de un lado al otro tratando de atraparlos. Era una buena oportunidad, en medio de la desgracia, para hacerse a un alimento.
Poco después, un piquete de policías hizo presencia en el lugar. Su propósito: poner orden ante los posibles desmanes de algunas personas que, aprovechando el desorden, pudieran hurtar artículos diversos de las tiendas vecinas, abandonadas por su empleados.
Cuando la mar se hubo tranquilizado, las autoridades iniciaron, con presteza, la limpieza de la ciudad. Muchos voluntarios colaboraron en tal gestión.
La marejada había estimulado en la ciudadanía su espíritu de colaboración.
14 de abril de 2010
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia