La tenaza entre el pánico sanitario y las políticas

Es hora de gastar, no de controlar el gasto como, le obsesiona al Minhacienda; hora de inundar de liquidez la economía bajo la forma de servicios sociales que han sido diferidos

Tomado de: www.las2orillas.co

Por: Juan Manuel López (foto)
Analista político-económico

El peor de los mundos: un pánico infundado que crea condiciones para que se requiera un apoyo económico excepcional para los afectados, y un modelo de manejo de la economía que pretende que la sanidad fiscal es lo prioritario. En otras palabras, la salud del Estado a costa de la del ciudadano.

Creación de pánico: el desarrollo de la pandemia es inexorable. Seguirá pues se ha ‘aplanado’ y postergado pero no combatido ni disminuido. Por eso seguirán subiendo cada vez más los contagios y las muertes hasta que se llegue a la inmunidad de rebaño o se encuentre un tratamiento (la posible vacuna servirá para prevenir la repetición pero es poco probable que aparezca antes de que se pasen los picos -que ya se están pasando-).

Para el VIH no se ha logrado desarrollar vacuna y van más de 40 millones de muertos directamente por el SIDA; sin embargo, nos adaptamos a vivir con ese peligro. Para el SARS y el MERS, que son enfermedades virales de coronavirus -con letalidades del orden del 10 % de los contagios-, no se produjo vacuna pero se considera contenidos en su propagación. Es posible el convivir con enfermedades virales sin vacuna. No dependemos de ella para volver a la normalidad.

En términos estadísticos, la morbilidad por el covid-19 es muy alta (fácil y masivo el contagio) pero en términos de pandemia una bajísima letalidad (del orden de 1 por entre 3.000 y 5.000 habitantes). Pero, siendo las excepciones Lombardía, Guayaquil y muy puntual y transitoriamente Nueva York donde se sobrecargaron los sistemas de salud, acabaron siendo usadas como referencia para las decisiones.

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Las medidas han producido parálisis y quiebra de centenares de pequeñas empresas con el desempleo más alto de nuestra historia y acabado con las condiciones de supervivencia en un país con 50% de informalidad.

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La enfermedad es menos terrible de lo que presentan (en su inmensa mayoría son casos leves, y tanto que muchos ni siquiera se reconocen). Las muertes totales no han aumentado, luego la mayoría que se atribuyen al coronavirus son las que tenían otras causas (vejez, enfermedades respiratorias y crónicas) y se aceleraron o agravaron. Según el profesor Bhakdi de la Universidad de Mainz (Alemania), un muestreo en Francia con diez mil infectados y diez mil pacientes sanos mostró la misma cantidad de muertes en ambos grupos. Entre nosotros, lo dijo el Director del Dane: “No tenemos posibilidad de (…) afirmar que estemos ante una situación de exceso de muertes en el país”, explicando que la proyección de muertes basada en las tendencias de los últimos 5 años era de 6% y la actual ha sido de solo 3.8%.  O sea que, a menos que se asuma que evita muertes por otras causas, solo agrava otras pero no es letal en sí misma.  Un enfermo de diabetes o de problemas pulmonares puede morir con coronavirus pero muere es de esa enfermedad aunque tenga el covid-19.

Las medidas han producido la parálisis y quiebra de centenares de pequeñas empresas con el desempleo más alto de nuestra historia, acabado con las condiciones de supervivencia en un país con el 50% de informalidad, y destruido la tranquilidad y la estabilidad emocional de toda la ciudadanía. Como lo dijo el nobel de química Michael Levitt, “el verdadero virus fue el de pánico”.

Puede reconocerse que la ignorancia inicial y los primeros ejemplos parecían justificar esas medidas. Pero, con la misma validez se hubiera debido entender y atender la tendencia a esas consecuencias como el desarrollo lógico de ellas. El complemento justamente debería haber sido destinar todos los esfuerzos posibles a compensar y corregir esos efectos colaterales de las medidas.

Eso no sucedió. La visión neoliberal característica del gobierno y encarnada en el Minhacienda siguió con el pensamiento de que la austeridad fiscal para salvar las finanzas del Estado era la prioridad y no que lo era salvar la economía manteniéndola activa.

Aún hoy se niega a reconocer la necesidad de dejar de defender los déficits fiscales y más bien usarlos tanto para reactivar la economía como principalmente para aliviar las penurias de la población.

Entre maromas (traslados de otras fuentes) y mentiras (que se han gastado 11.7 billones) se ha negado y/o desconocido lo catastrófico de la realidad resultante y, en consecuencia, olvidado lo que deben ser las políticas contra los otros efectos de la pandemia. Hoy todavía habla de crecimientos del 6.6% para el próximo año e intenta subsanar los déficits con ventas de activos. Es hora de gastar, no de controlar el gasto, como le obsesiona al Minhacienda; hora de inundar de liquidez la economía bajo la forma de servicios sociales que han sido diferidos; de multiplicar por cuenta del Estado y no de los particulares los servicios de Salud, de Educación, de Vivienda, etc.; de invertir en proteger y recuperar la naturaleza y el medio ambiente; de rescatar empresas no mediante subsidios y gabelas, sino mediante la suscripción de Capital para convertirnos al Capitalismo de Estado y que los ingresos de esas participaciones accionarias nos eviten otra reforma tributaria; que la capacidad de los empresarios sirva para producir para el interés colectivo y no solo para ellos.

Tomado de: www.las2orillas.co

 

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