Encerrar a los pobres para combatir la pandemia

Las medidas sanitarias han implicado el encierro de las personas que no eran. Por eso a Medellín le está yendo menos mal. Esta es la explicación

Tomado de: www.razonpublica.com

Por: Boris Salazar
Profesor del Departamento de Economía de la Universidad del Valle

Bogotá, Cali, Barranquilla, Cartagena…

Las medidas extremas adoptadas por el Gobierno para prevenir la expansión del virus parecen una consecuencia inevitable de la desobediencia deliberada de la cuarentena.

En el tercer fin de semana de mayo fueron intervenidas 333 fiestas en Cartagena, 250 en Cali, y otras tantas en Barranquilla y en los municipios vecinos de Soledad y Malambo. En Bogotá no hay fiestas, pero sí hay mucha gente rebuscándosela vendiendo cualquier cosa.

Por estos motivos se decretaron algunos cierres como el de Kennedy, la localidad más grande de la capital. Esto implicó el aislamiento de más de un millón de personas y el entorpecimiento de Corabastos, la plaza de mercado que provee de alimentos a toda la ciudad. Allí cientos de camiones esperan para descargar, mientras que los tenderos y mayoristas esperan inútilmente para comprar algunos productos. Miles de consumidores invisibles son testigos del aumento de los precios, a la vez que cuentan el dinero que falta para completar un mercado.

En Cali, el cierre de la plaza de mercado de Santa Elena y el toque de queda impuesto a los barrios vecinos de las comunas diez y once, y a los barrios de las comunas trece, quince y dieciséis, produjo restricciones al uso del espacio público, el corte parcial de la provisión de alimentos para el suroriente y oriente de Cali y el desplazamiento de los vendedores a barrios vecinos.

Para sectores pobres como Mandela y Ponzón, en Cartagena, o algunos barrios de Barranquilla se aplicaron medidas similares, pero los efectos no fueron los esperados: hubo más fiestas, más personas en las calles y más contagios.

Todo parece indicar que el mal comportamiento de las personas es la causa del disparo en los contagios.

Pero las causas verdaderas del desastre sanitario son otras.

El camino del virus

Desde el comienzo estas ciudades siguieron un modelo erróneo de expansión del virus. Todas adoptaron un modelo de reacción y difusión convencional para predecir la expansión de la pandemia, pero este modelo funciona mucho mejor si se acompaña con uno de redes que permita rastrear el contagio.

Al estudiar las pandemias del SARS y el ébola, los científicos encontraron que los datos agregados eran engañosos porque dependían principalmente de lo que estaba ocurriendo en un pocos puntos o nodos de transporte internacional.

Como es sabido, el virus entró a Colombia a través de los aeropuertos de las ciudades con mayor flujo de vuelos internacionales: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena. Después de los vuelos internacionales, la pandemia se expandió mediante los contactos sociales de los viajeros, luego a través de los contactos de aquellos, y así sucesivamente.

La cuarentena sin seguimiento a los viajeros internacionales contribuyó a multiplicar el contagio: entre más grande era el contacto, mayor era el número de personas enfermas, lo que llevo a la muerte de familias enteras.

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Las personas que llegaban del exterior —típicamente de estrato alto o medio— fueron las portadoras iniciales del virus. Pero a través del transporte público, las ventas callejeras y otras actividades laborales, el virus llegó hasta los barrios más pobres y con mayor número de habitantes, donde los contagios aumentaron con mucha rapidez.

En Cali, los mapas de calor que la Secretaría de Salud Municipal publica desde abril corroboran lo anterior. Desde las comunas diecinueve y diecisiete (clase media), y dos y veintidós (ricas), hacia la comuna quince (pobre), y desde allí hacia las comunas diez, once, trece y catorce, en la que se mezclan barrios de clase media y pobres.

Medellín

Al comienzo lo correcto era detectar a todos los viajeros que llegaban de Europa y Estados Unidos, aislarlos durante dos semanas, y practicar las pruebas correspondientes, monitoreando por vía telefónica su evolución y la de sus familiares. De esta manera, el número de contagiados disminuiría y no habría necesidad de las severas medidas que se efectuaron.

Estas ideas las aplicaron las autoridades de Medellín, con resultados muy distintos de los de las cuatro ciudades mencionadas anteriormente.

Medellín tiene pocos contagios en relación con su tamaño y flujo de viajeros internacionales, y su coeficiente de reproducción está por debajo de uno, lo que quiere decir que por cada persona enferma puede contagiarse menos de una persona, en promedio.

Hubiera sido más fácil encerrar a unas pocas personas al llegar a los aeropuertos, que encerrar a millones de personas de los barrios más pobres como sucede hoy.

El encierro de los pobres

Una vez aumentaron los contagios, se decretó la cuarentena. Pero las personas que habitan estos barrios no pueden cumplir las medidas de aislamiento, debido a que no cuentan con el espacio físico, ni los ingresos, ni la forma de trabajo necesarios para cumplir esas normas.

En la ciudad de Cali, malviven diez o doce personas en espacios de 40 m2 en barrios como Potrero Grande. Cada persona cuenta con 4 m2, y este sencillo hecho los obliga a salir a la calle. Las familias bogotanas compuestas por cuatro o cinco personas viven en cuartos de inquilinato de 15 m2 en Ciudad Bolívar, Kennedy u otras localidades de la capital.

Bajo estas circunstancias, exigir el aislamiento es simplemente un disparate. Pero esto es lo que hacen las autoridades locales con los habitantes de los barrios populares, quienes tendrían que confinarse en sus hogares, sin recibir ingreso, y rogando por un mercado que el Gobierno está comprado a sobreprecios.

Dice la alcaldesa de Kennedy que repartieron 19.369 mercados y que preparan la entrega de 25.000 más: ¡para una localidad con 1.200.000 habitantes, la mitad de los cuales pertenece al estrato dos!

El triste espectáculo de soldados en traje de fatiga vigilando las entradas y salidas de Kennedy o imponiendo el toque de queda en el distrito de Aguablanca en Cali, mientras sus habitantes se debaten entre el hambre y la frustración, nos recuerdan que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

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No es falta de disciplina

No fue el mal comportamiento de los habitantes lo que produjo la rápida expansión del virus, sino una combinación de informalidad, espacios precarios y políticas equivocadas de unas administraciones llenas de energía, pero faltas de conocimiento.

La vibrante vida social y económica de esos barrios estigmatizados transcurría en las calles, porque sus espacios privados son reducidos y el intercambio callejero de servicios y productos es su única fuente de ingresos.

Construyeron sus vidas sin la ayuda del Estado, pero ahora él les prohíbe hacerlo, y les ordena encerrarse en sus 4 m2 por persona sin garantizarles un ingreso básico.

En Cali las autoridades presentaron al “Grupo Élite” y el “Equipo caza Covid” para encontrar y judicializar a los que “multiplican el virus con su comportamiento”. En vez de emplear las tecnologías digitales para encontrar y aislar a los contagiados, se usan la policía y el ejército para que persigan al virus.

Los despotismos benevolentes no dejan de ser despotismos y son peores cuando agravan la injusticia y la desigualdad.

Tomado de: www.razonpublica.com

 

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