Semblanza del médico recién fallecido (der. en la foto)
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Bernardo Ledesma Gil (izq. en la foto)
Ortopedista
Columnista de Momento Médico
En mis años de juventud tuve la fortuna de compartir muchas de las actividades de mi vida con varios compañeros de estudio de mi profesión médica; algunos de ellos, más que amigos, mis hermanos y mis aliados en las largas faenas de estudio, así como también en muchas actividades lúdicas inolvidables, atiborradas de humor y de felicidad que conservo como un recuerdo sempiterno, imborrable.
Esas vivencias continúan grabados en mi memoria y en mi vida a pesar de que el paso del tiempo y el destino inexorable de cada uno de nosotros nos alejaran físicamente, pero de ningún modo han podido opacar nuestros sentimientos.
Carlos Escobar Gónima, un muchacho jovial, de contextura magra y figura quijotesca, no solo en su apariencia física sino como lo que fue el famoso personaje de Cervantes, un hidalgo, jovial, noble, inteligente y generoso, fue uno de esos amigos que han permanecido ligados a mi espíritu, a pesar de que, por las circunstancias de la vida y por las falencias de su salud, por una enfermedad que toleró pacientemente durante los últimos años, rara vez tuviéramos la oportunidad de reunirnos para compartir y recordar tantas historias y aventuras de nuestra juventud.
Las inolvidables y gratas tertulias en la casa de la familia Escobar, ubicada en el centro de Medellín, contigua al Club Medellín, los viajes nocturnos a la finca de sus padres en La Ceja, esa casa – finca llamada la selva donde celebrábamos las salidas a vacaciones o después de una evaluación de la Facultad de Medicina, en compañía de nuestros carnales (los que ahora se denomina parceros), esos entrañables amigos Óscar Montoya, Ómar Méndez y Guillermo Molina.
Recuerdos perennes de Carlos Escobar en las reuniones en su casa cuando, después de ingerir unos pocos tragos, se dedicaba recitar poemas, encaramado en una silla o en una mesa, en español -como la perrilla-, «no era una perra sarnosa sino una sarna perrosa con figura de animal»- y algunas de las veces utilizando graciosos matices de francés, para recibir los aplausos de nosotros, su embriagado público.
En casi todas nuestras reuniones entonábamos la canción “Lamparilla” que se había convertido en el himno de nuestro grupo de amigos de farra que cantábamos alegremente hasta altas horas de la noche.
Analizando en este momento doloroso de su partida, recuerdo la letra de esa canción que tanto le gustaba y que lamentablemente podría acomodarse a la manera estoica como soportó el precario estado de salud de sus últimos años:
“Grato es llorar
cuando afligida el alma
no encuentra alivio
en su dolor profundo…
Son las lágrimas
jugo misterioso
para calmar
las penas de este mundo…
Con el profuso
aceite de mis lágrimas
yo ablandaré
el rigor del cruel destino…
Lamparilla ardiente de mis ojos
no desmayes
jamás en mi camino…»
Imborrables también las celebraciones en nuestro pueblo Fredonia, después de una evaluación o al final de un semestre de estudio.
Viajábamos a cualquier hora de la noche, por lo regular en el campero Nissan verde de Carlos Escobar, quien se acompañaba en muchas de las veces, no por su novia eterna, Berta Nelly, sino por su mascota, una gigantesca perra negra a quien él adoraba y la llamaba «Leidy Valkis de Escobar».
Con mi querido amigo Carlos Escobar y con su admirable, aguantadora, y sempiterna novia Bertha Nelly, disfrutábamos muchas de las fiestas y tertulias en las que nuestro querido amigo nos cautivaba con su fino y a veces sarcástico humor.
No se me olvida un diciembre cuando, con mucho esfuerzo, siendo todavía estudiantes de Medicina, le compraron a su pequeño hijo Luis Miguel el traído del niño Jesús: Un carrito, con una pita para arrastrarlo, y un par de zapatos.
Carlos se secaba de risa y desconsuelo contándonos que el niño ni siquiera le había parado bolas al carrito y, por el contrario, se la paso todo el día arrastrando uno de los zapatos halándolo de uno de los cordones.
Por siempre admiré la gran capacidad intelectual, la sencillez y el fino y espontáneo humor de Carlos Escobar, así como también el trabajo callado pero académicamente meritorio de Berta Nelly, su esposa. Su tolerancia, su amor incondicional y la resilencia ante la penosa enfermedad de nuestro gran amigo, son dignos de admiración, ejemplo y gratitud.
Carlos Escobar Gónima se destacó como un sobresaliente profesor de Ginecología, como historiador médico, como escritor y académico, con publicaciones en muchas revistas nacionales e internacionales; y, para ocupar un poco “sus ratos libres”, también era un excelente pintor.
Muy valiosos tanto él como su esposa, a quienes la vida premió por su entrega y tenacidad, con cuatro ejemplares e inteligentes hijos, así como con sus especializaciones en Ginecología él, y en Medicina Tropical ella, que han sido motivo de orgullo y admiración de todo nuestro grupo de médicos egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, hace ya 40 años.
Exquisitos y divertidos los artículos de Carlos en su columna «Cocina y Cultura» del periódico Momento Médico de ASMEDAS Antioquia, en los que hacía gala de sus conocimientos profundos sobre los temas a tratar y de su buen humor y creatividad.
El año pasado estuve en su casa, invitado por ellos, para hacerme entrega del libro titulado “Fogones y cocinas”, que había publicado con la recopilación de muchas de sus columnas del periódico Momento Médico y con su amabilidad de siempre me comentó que mi nombre aparecía en el libro en una de las columnas haciendo el comentario libre a un gracioso libro que yo le había regalado: “Tratado de culinaria para mujeres tristes”, de Héctor Abad Faciolince.
En su libro recopila muchos de sus sabrosos y apetitosos artículos.
En memoria de mi amigo del alma, escribo estas notas como homenaje póstumo al ejemplar representante de nuestro grupo de médicos egresados de la Universidad de Antioquia en 1977.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia