El último encuentro
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Bernardo Ledesma Gil
Ortopedista
Hace varios meses celebramos el último encuentro, aunque prefiero llamarlo el más reciente encuentro, porque espero que sean muchos más.
El evento fue programado por mi grupo de médicos egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia para celebrar nuestros 40 años de graduados.
Este agradable encuentro con los compañeros de carrera, que desde que terminamos nuestros estudios celebramos cada quinquenio, me obligó a reflexionar sobre la realidad evidente del paso implacable de los años.
El evento estuvo colmado de regocijo, con abrazos efusivos y sinceros a diestra y siniestra de rostros inolvidables y compañeras y compañeros procedentes de varias regiones de nuestro país, así como algunos que laboran fuera de Colombia, como México y Estados Unidos. A algunos de ellos no los había vuelto a ver desde que terminamos estudios hace 40 años.
Me impactó mucho observar cómo la gran mayoría de nuestros colegas parecían embalsamados, porque no les entran los años, con todo el ánimo juvenil intacto, extrovertidos, con algunos cambios en su físico, pero con su espíritu intacto, después de tanto tiempo transcurrido.
Me asombré y me alarmé cuando tuve que preguntarle con mucho sigilo el nombre a un extraño señor al que yo no podía identificar, porque no se me parecía a ninguno de mis antiguos compañeros, añoso, amable y feliz como todos, con cabello blanco y de mirada apagada, con sus correspondientes arrugas producidas por el implacable rigor de los años y dueño de una abultada barriga.
Cuando me entere de su nombre, quede confundido. Esa figura no concordaba con la de ese «joven» que decía ser; su foto del mosaico y la figura grabada en mis recuerdos no encajaba con la del compañero que me estaba saludando efusivamente, pronunciando mi nombre.
Y lo que más me perturbó y me afligió al conocer su identidad, fue recordar que ese compañero había sido uno de mis mejores amigos en la Facultad de Medicina, pero nunca había vuelto a saber de él.
Y, lo más cruel e irrefutable, es que seguramente así mismo nos perciben los demás a muchos de nosotros, que pretendemos que el riguroso paso de los años no nos invada.
La realidad es que muchas veces cuando observamos a una persona de nuestra misma edad, sin percibirlo parecemos estar frente al espejo, viendo nuestro propio rostro.
En una reunión previa al evento central en el Club Unión, asistimos al auditorio de la Facultad de Medicina en donde, en un acto muy conmovedor, el actual decano de la Facultad renovó nuestro grado y nuestro juramento Hipocrático como médicos y cirujanos graduados hace 40 años.
Fue muy emocionante y encantador retornar a nuestra Alma Máter a renovar nuestro título profesional.
En esa ceremonia se recordaron los nombres de los compañeros fallecidos por los que hubo un minuto de silencio, recordándolos con gran tristeza. Brotaron lágrimas y también expresiones de pesar y de gratas reminiscencias ante esta sin igual conmemoración.
Después de este acto de re-graduación, hicimos un recorrido por la Facultad de Medicina, siendo lo más conmovedor la visita al edificio de Morfología, ese mismo donde iniciamos realmente nuestros estudios de medicina, después de un largo y tortuoso paso por la Facultad de Ciencias y Humanidades durante más de dos años.
En ese imperecedero edificio, que conserva gran parte de su estructura y arquitectura, estudiamos las materias de anatomía y de histología con excelentes profesores y algunos muy estrictos que nos hicieron sudar sangre, especialmente con sus evaluaciones en vivo y escritas.
Rememoramos con especial evocación esas primeras clases de anatomía; en una sala con varios cadáveres colocados en grandes mesas de cemento y granito, impregnados de formol, un olor que llevábamos a nuestros hogares, pegado a nuestras ropas, y hasta en nuestras juveniles mentes, hasta que se terminaron las prácticas.
Recuerdo con gran desconcierto que, en las primeras clases de anatomía, mi impresión fue tan grande que en las noches tenía pesadillas y veía cadáveres en el techo, debajo de la cama y en todas partes, y llegué a preocuparme pensando que no iba a ser capaz de continuar mis estudios; pero pudo más la vocación por llegar a ser médico, que logré apartar esas imágenes y borrarlas con los días, para luego convertirlas en parte de mi rutina diaria.
Muchas veces me reunía con algunos de mis compañeros en la cafetería El Raudal, contigua al edificio de Morfología donde hacíamos las prácticas con los cadáveres, y comprábamos empanadas y nos sorprendíamos cuando nos percatábamos de que estábamos comiendo las empanadas sin habernos lavado las manos después de una práctica, tocando los cadáveres, incluso sin haber utilizado guantes.
Esos cuerpos inertes correspondían a personas fallecidas que recogían las autoridades y que rotulaban como NN porque nunca fueron reclamados por sus familiares. Les inyectaban formol para momificarlos y así, reunidos en pequeños grupos, nos entregaban una mesa con su respectivo cadáver, convirtiéndonos en los dueños y responsables de nuestro propio muerto durante varios meses que duraba la rotación.
Luego de la emocionante visita a la Facultad de Medicina, nos trasladamos caminando a nuestro venerado e inolvidable Hospital Universitario San Vicente de Paúl, testigo de nuestros primeros pinitos como pichones de médicos. Con nostalgia, visité los pabellones en donde realicé mis primeras prácticas, no solo como estudiante de medicina sino, también, después de graduado como residente de Ortopedia, durante cuatro largos años y luego como docente de la especialidad en ese inolvidable y erudito centro académico, el hospital universitario.
El hospital, con su espectacular y hermosa arquitectura conservada, es un ambiente de paz y tranquilidad, salvador de vidas y claustro de la ciencia y la tecnología; me dejó como herencia miles de remembranzas, muchas de ellas imborrables que me sobrecogieron excesivamente porque me trasladaron a los tiempos de estudiante y a las grandes vivencias durante nuestro recorrido por sus instalaciones…
El día de la reunión en el Club Unión, la felicidad se revestió de remembranzas y también de nostalgia; contamos historias y chistes, bailamos, fuimos de mesa en mesa saludando y conversando con todos los asistentes, renovamos esos años pasados inolvidables, rememoramos anécdotas y vivencias agradables, esos episodios que nos marcaron durante toda nuestra vida y que estuvieron presentes en los diálogos con nuestros apreciados compañeros reunidos en pequeños grupos.
En uno de los grupos se ubicaron los compañeros costeños, como siempre, alegres dicharacheros, procedentes de Montería, del Cesar y de Valledupar, quienes bailotearon y cantaron haciendo gala de su idiosincrasia fiestera.
En otro grupo se hicieron los paisas, afectuosos y gozadores, mis amigos más apreciados y allegados. Algunos de ellos asistieron con sus elegantes y alegres esposas.
Con apuntes y recuerdos de nuestra época de estudiantes, sobresalía un grupo más recatado, compuesto por nuestras adoradas compañeras médicas, la mayoría de ellas especializadas, que pusieron su cuota de elegancia y decoro.
Y en otra de las mesas, muy integrados, animados y felices, estaban algunos de nuestros excelentes y respetados profesores, científicos inolvidables por sus enseñanzas y dueños de un carisma y una empatía especial que le aportaron mucha seriedad y calidad a la celebración…
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia