‘Era médico residente y como castigo me pusieron de mesero’

EL TIEMPO recibió decenas de denuncias de médicos en formación que decidieron romper el silencio

Tomado de: www.eltiempo.com

(Artículo publicado el pasado 30 de agosto de 2019)

La intimidación verbal, física e incluso sexual afecta al 48 % de los especialistas en formación en los centros hospitalarios, dependiendo del nivel de formación en que se encuentren e incluso del país y la raza.

Así lo acaba de revelar una investigación publicada en Journal of the American Medical Association (Jama), que encontró, a partir de encuestas, que estas intimidaciones y atropellos que reciben los médicos residentes en los hospitales son tan generalizados que producen efectos indeseados en la salud de los estudiantes, con efectos en la atención a los pacientes.

Frente a síntomas específicos, casi una tercera parte de los afectados manifestó señales de depresión y algunos llegaron a quejarse de problemas de pérdida de peso, tendencia al alcoholismo y al consumo de drogas ilícitas.

Aunque el estudio que analizó más de 24.000 encuestas fue hecho con profesionales radicados en Estados Unidos, la Asociación Nacional de Internos y Residentes (Anir) confirmó que prácticas de abuso como estas son igualmente frecuentes en Colombia.

“Pareciera la regla, y no la excepción, sufrir acoso laboral durante la residencia”, le dijo a este diario Juliana Moreno, presidenta de la Anir, quien señaló que la exigencia de laborar en horarios excesivos con respecto a las jornadas legales y acosos de tipo sexual son las formas de abuso más comunes.

De golpes y maltratos

Invitados por la Unidad de Salud de este diario a contar sus historias de abusos, residentes relataron diversas formas de maltrato de las que dijeron ser víctimas, desde ser usados como meseros a modo de castigo, pasando por discriminación regional, hasta violencia verbal y cargas laborales inmanejables sin posibilidad de descanso.

A continuación presentamos algunos apartes de los testimonios que nos llegaron y los presentamos de forma anónima, por petición de los propios médicos. Omitimos nombres y lugares para proteger su identidad.

El mesero

Durante las juntas de morbimortalidad que se hacían en el hospital, el residente que había cometido algún error en la semana estaba obligado a llevar y servir el almuerzo.

Era dar de comer a 60 personas aproximadamente, un gasto importante teniendo en cuenta que un residente no devenga salario alguno. Además del castigo económico, el día que llevaba el almuerzo era obligado a servirlo a todos los integrantes de la junta. En esas horas se pasaba de ser un médico residente a ser un mesero. Recuerdo en múltiples ocasiones a los cirujanos que fueron mis profesores levantar la mano para decirme frases como “cámbieme la Coca Cola por Colombiana”, “tráigame servilletas” o “el arroz está frío”.

Al finalizar la temida junta, debíamos hacer aseo al auditorio donde minutos atrás se había efectuado este espectáculo académico.

Un costeño en Cali

Soy del Caribe y vivo en Cali, una ciudad de la cual estoy profundamente agradecido, pero donde también he vivido malos momentos como médico. Entré como muchos muy entusiasmado por cumplir un sueño muy difícil de ser residente en uno de los sistemas de formación más excluyentes del mundo, pues no todos pueden especializarse.

Quedé en el primer lugar de la convocatoria que solo brindaba cuatro cupos, pero el sueño poco a poco se empezó a convertir en pesadilla, una pesadilla que se acentuaba por mi origen. De repente comencé a percibir un regionalismo racista por parte de algunos de mis profesores que ponían en tela de juicio mi pericia solo por mi lugar de origen. Me decían todo el tiempo que los de mi región éramos perezosos, vagos, inútiles y que la medicina que aprendíamos era, de cierta manera, arcaica y primitiva.

Fui objeto de burlas por mi acento más veces de las que quisiera recordar. Al principio lo naturalizaba, me decía, con un poco de resignación más que de resiliencia, que ese trato duro me forjaba el carácter y que sin duda debía recibirlo por haber nacido en una región atrasada. Llegué incluso a sentirme culpable por haber nacido en la costa.

Alguno de mis profesores me dijo una vez que yo era el mejor R1 (es decir, residente de primer año en el argot médico) y otra de mis profesoras decía que en mi era en quien más rápido se veía el crecimiento; sin embargo, al momento de calificar las notas que son en su mayoría apreciativas, mis calificaciones eran las más bajas.  Así y todo, yo me negaba a rendirme y trataba de dar lo mejor porque de algún modo me había acostumbrado a estar en desventaja.

Al final, todo el estrés, la presión, el maltrato y la falta de dinero me empujaron a la depresión. Llegaba a mi casa pensando en si realmente quería continuar, incluso pensé en el suicidio en muchas ocasiones. Me sentí completamente solo, pero en el fondo aun pensaba que podía continuar. Les comente a los directores del programa y su única respuesta fue algo como “por ser de tu región tienes ese estigma y tienes que acostumbrarte a eso, más bien demuestra que no eres así”. ¿Que demuestre qué? ¿Acaso es pecado nacer en determinado lugar? ¿Por qué tengo que aceptar ese bullying por algo que ni siquiera yo decidí? ¿Quién decide dónde nace?

Empecé a rendirme definitivamente cuando la depresión era tal que ni siquiera se me daba pararme de la cama. En una ocasión me incapacité porque tenía pavor de ir al hospital. En ese momento sentí que ya no quedaba nada por qué pelear, que había dado todo tratando de alcanzar un estándar que cada vez me ponían más lejos, un estándar que no le colocaban a nadie más. Fue entonces cuando decidí colgar las botas. Hace un mes me retiré de la residencia y ahora estoy trabajando nuevamente para recuperar en algo el dinero y pagar las deudas de todo ese año sin trabajar. Me siento más tranquilo, pero muchas veces siento el fantasma de la depresión y el estrés rondando a mi alrededor.

Desayunar a las 9 de la noche

Comienzo aclarando que los médicos residentes somos todos profesionales que satisfactoriamente cursamos 6 años en la escuela de medicina y que además nos presentamos a un riguroso proceso de selección para especializarnos. En mi caso, todos pagamos la misma matrícula de más de 15 millones el semestre y tenemos el mismo derecho de aprender.

En mi primer día fui a consulta con el doctor más antiguo. No recuerdo exactamente el motivo, quizás fue por no usar textualmente las palabras que él quería en la historia clínica, pero delante de la paciente me llamó “estúpida”, pese a que hoy sé que lo que hice no fue una estupidez ni un error significativo que comprometiera la salud de nadie. Ese fue solo el comienzo.

Nuestros días transcurrían con miedo, con niveles de estrés indescriptibles, sin derecho a sentarnos a almorzar dignamente en muchas ocasiones. Un día desayuné a las 9 de la noche: una salchipapa fría que me habían traído a la hora del almuerzo. Esa vez sí lloré de la ira, pues sentí que no era justo.

Aunque los profesores digan “eso no es nada, en mi época era más duro”, en realidad no me importa. Estamos en otro siglo y las condiciones deben ser diferentes.

Pollo en descomposición

Hablo desde el exterior.

El maltrato al especialista es el pan de cada día. Los turnos llegan a ser de 36 a 48 horas. ¿Usted se dejaría operar de alguien sin dormir? Ocurre en todos lados.

Ni qué hablar del trato de los especialistas, que usan palabras como inútiles, bastardos, petardos, animales y otros improperios. Y del acoso sexual descarado y favorecimiento a las mujeres bonitas con menos turnos.

Al residente que trabaja de sol a sol muchas veces no le guardan ni su comida, o le dan platos de crispetas para comer. Yo llegué a comer pollo en descomposición y pizza, pero supuestamente esto hace parte de “formar el carácter”.

¿Descanso? Esa palabra no existe en residencia, nadie la conoce.

La salud en Colombia y en especial el programa de residencias médicas y de internos de universidades dudosas es una vergüenza.

Golpes con las pinzas

Hola. Soy médica especialista y después de acabar mi residencia terminé con un diagnóstico de síndrome de agotamiento crónico. La constante presión por parte de los especialistas y de las responsabilidades delegadas en el residente generan agotamiento, al punto que al llegar al hospital sentía mareo solo por el hecho de estar ahí.

En la residencia ocurren muchas cosas. Desde golpes con pinzas mientras operas y te piden que no te quejes y seas fuerte, hasta dejarte de turno solo y si llamas te gritan y dicen que estás llamando porque no fuiste capaz de hacerlo solo o simplemente no te contestan el teléfono. O los mismos compañeros mayores te hacen ir al hospital porque están de fiesta y no quieren madrugar al día siguiente. Es como estar en una cárcel.

Pero creo que lo peor que me ocurrió y que me hace llorar cada vez que lo recuerdo es cuando operaron a mi papá por fractura de cadera. El día de la cirugía hice mil maromas para poder ir a acompañarlo durante la cirugía, a pesar de los comentarios que supuestamente dejaba abandonados a los pacientes. El punto es que al día siguiente le dieron el alta y no había nadie que lo pudiera recoger, pedí permiso para sacarlo de la clínica y volver nuevamente al hospital. Los especialistas me dijeron que no era posible, que la única forma era que consiguiera otro residente que me reemplazara (no era posible, era la única de esa especialidad en el hospital). Me dijeron entonces que lo sentían mucho por mí y mi papá, pero que no podía ir.

Salí al parqueadero del hospital y lloré. Después de muchas llamadas logré que un amigo lo acompañara para la salida. ¿De qué sirve estudiar medicina si justo cuando mi familia me necesitaba no iba a poder estar?

Hablan las facultades

Gustavo Quintero, presidente de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), reconoció que se trata de un problema real que afecta a diferentes programas de formación y se sigue presentando a pesar del tiempo. “Algunos lo desconocen o lo niegan, y eso hace más difícil su abordaje”, asegura.

“Desde Ascofame estamos dispuestos a abordar el problema a través de acciones concretas en la transformación de la educación médica en Colombia. De hecho –aseguró–, ya se está trabajando con las regionales del gremio para hacer pedagogía y concientización de este tipo de maltratos, y así acabar de una vez por todas con estas malas prácticas”.

Tomado de: www.eltiempo.com

 

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