Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Roberto López Campo (Foto)
Médico Neumólogo
Ex integrante del Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
Alto, fornido, moreno claro, en reiteradas ocasiones lo vi tallar la madera, dándole formas arabescas a los muebles de estilo que irían a adornar las residencias de personas pudientes de la ciudad.
En muchas tardes sabatinas lo contemplé reposando en una hamaca, mientras leía una extensa obra de Tolstoi, bajo la mata de parra que le servía de techo y que ya mostraba pequeños gajos colgados de sus ramas.
De vez en cuando, degustaba un trago del brandy que solía adquirir en los buques transatlánticos que arribaban al puerto de Santa Marta.
En ocasiones, durante mis vacaciones de la escuela, lo acompañé a una pequeña finca que poseía en las laderas de la Sierra Nevada, sembrada de cafetos, cerezos y unos pocos árboles de mango, cerca de la cual alegre corría un arroyo de aguas cristalinas. Durante muchas tardes pude disfrutar de los susurros musicales que entonaban las aguas, cuando raudas descendían de la montaña. Era delicioso introducir los pies descalzos en las gélidas corrientes y observar pequeños peces que veloces se desplazaban aguas arriba.
Cuando a pie o a caballo recorríamos parte de la finca, lo hacíamos con sumo cuidado, esquivando los espinosos cactus que poblaban la sierra.
Pequeños lagartos de variados colores corrían despavoridos a nuestro paso, así como conejos de piel marrón que allí formaban sus madrigueras. Petirrojos y colibríes abundaban en aquellos sitios, adornando de colores el entorno. Por las ramas de los árboles veíamos desplazarse a las ágiles ardillas en busca de los frutos que allí abundaban.
En muchas mañanas, el abuelo, con su rostro risueño, me invitaba a tomar un baño, muy temprano, en las heladas aguas del arroyo. Un temblor menudito recorría todo mi cuerpo y el abuelo, en un acto de piedad, me permitía que saliera del agua y cubriera mi cuerpo con una gruesa toalla.
Mientras yo tiritaba, el abuelo reía, mostrando sus dientes manchados por el tabaco, y con sorna me decía:
—Deberás adaptarte a los cambios de la naturaleza para que puedas sobrevivir. Tú estás acostumbrado a las altas temperaturas de estas tierras costeras: algún día, si fueras a las tierras montañosas, tendrás que soportar temperaturas más bajas.
—Es bueno que vayas acostumbrándote –decía–, mientras que aspiraba un enorme habano, de los que solía guardar en sus alforjas.
Años después, cuando me vine a estudiar a tierras antioqueñas y, en ocasiones, las noches se enfriaban, recordé los consejos del abuelo.
De él aprendí el hábito de la lectura y a comprender, a medias, el contenido de algunos textos en francés, que él leía con deleite.
Cuando descubría mi interés por algún libro, con gesto serio afirmaba:
—Si quieres conocer el mundo y el comportamiento de las gentes en diversos sitios del planeta, no hay mejor medio que la lectura reposada de un buen texto. El conocimiento es el mejor avío que puedes llevar contigo para lograr alcanzar tus sueños y desempeñarte más holgadamente en la sociedad.
Y… a fe, que mi abuelo tenía razón.
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia