Notas de Anatomía Patológica
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Carlos Enrique Escobar Gónima (Foto)
Ginecoobstetra
Al principio pensé que la tarea era fácil; sin embargo, en definitiva, hay que ponerle mucho ojo al ojo. ¿Qué quiso decir el tratadista cuando señaló que hiciéramos guiños con el rabillo del ojo? ¿Acaso el ojo tiene rabo, así sea chiquitico, por lo de rabillo? Creo que es mejor hacernos los de la vista gorda, no perder tiempo y dedicarnos a otros campos de mayor provecho.
El ojo, mis amigos, es terreno de niñas que son pupilas, humores y llantos limpiadores, epitafios medio ocultos e historia de ave de pata lesionada. Pero, antes de mirar estos temas, bueno es señalar que, en términos oculares, los desprendimientos no son actos de generosidad. El desprendimiento del vítreo nos pone a ver mosquitos, el de la retina no nos deja ver esos animalitos y, si nos descuidamos, quedamos sin ver un carajo. Ahora, si cae otro puente como el de Chirajara, eso nos va a costar un ojo de la cara.
Ya entrando en materia, digamos que un buen día comienza con una humeante taza de café, una visión veinte sobre veinte y tres buenos humores. Un adecuado humor vítreo, un humor acuoso bien acuoso y un buen humor como estado de ánimo, a pesar de todos los intentos del fulano Carrasquilla por dañarnos el humor a punta de exprimirnos y dejarnos hasta con el ojo seco. A este personaje le deseamos que bien rápido lo nombren en una embajada un poco más allá de la cuarta porra.
Acerca del llanto, hay que recordar que antes de que saliera la licitación para las glándulas lagrimales, existían unas mujeres encargadas del oficio, las plañideras. Cuando entraron las glándulas a funcionar, esas mujeres quedaron desempleadas; las más expertas fueron contratadas por las empresas lácteas para llorar sobre la leche derramada, otras fueron enviadas en búsqueda de la mirada perdida y las restantes, luego de una reingeniería, las llevaron para aplaudir en los consejos “Construyendo país” cuando Iván (el nuestro) se arreglara el sombrero o rascara las de Meibomio. El informe de gestión aún está por evaluar.
En tierras muy distantes, en la bella Florencia, la de los Medici, en una de tantas pequeñas capillas de la ciudad existe una tumba al interior de la iglesia con un epitafio que dice “Aquí yace el inventor del espejuelo”. Se refiere al italiano Salvino D’Armati, muerto en 1317. Muchos siglos trascurrieron y el espejuelo pasó a gafas hasta que el médico inglés Harold Ridley, durante la segunda guerra mundial, observó cómo los pilotos de aviones a los que se les estallaba la cabina y se les incrustaban pedazos de acrílico en el ojo, los toleraban muy bien. Con esta observación y en ese material, elaboró el primer lente intraocular. Cinco generaciones de lentes intraoculares han pasado hasta convertirse en uno de los avances más importantes de la oftalmología, aun cuando en los sanandresitos del hueco dicen que las gafas chinas de doce mil pesos, para leer de cerquita, que no se evalúan con la carta de Snellen sino con una biblia de letra chiquita, es el máximo avance en óptica. Vaya uno a saber.
En otro orden de ideas, y recordando la célebre frase del filósofo de la bicicleta, Cochise Rodríguez, “en Colombia la gente se muere más de envidia que de cáncer”, quiero recordarles, y a manera de ilustración, que la envidia ha sido la causa principal del mal de ojo. Provocar males a una persona con la mirada es la creencia más antigua y más extendida por todo el mundo. Crónicas de diverso origen relatan cómo las personas han encontrado protección para el maleficio. En Colombia, donde la envidia es endémica, el ojo de venado, semilla de un bejuco trepador, Mucuma mutisiana, es considerado un poderoso protector contra el mal de ojos. Habrá que regalarle algunos al senador Mockus, pues lo tienen “ojiado”. Ahora, no sabemos si por un mal de ojo o sufrir de los ojos, que no es lo mismo, una lechuza se dio un tortazo contra una ventana de la casa del niño Ignatz Von Peczely. Éste la recogió, le entablilló una pata quebrada y durante varias semanas la cuidó hasta que curó. Nuestro niño nunca olvidó el incidente en el cual observó cómo en el iris de la lechuza apareció una mancha que, al ir mejorando el animal, poco a poco cambió de tamaño y color. Muchos años después, médico en Budapest, Von Peczely, en su práctica se dedicó a observar el iris en diversas enfermedades y en 1880 publicó el primer tratado de iridología. Hoy, en Europa y Canadá, es aceptada como una importante medicina alternativa.
NOTA FINAL: A diez meses del nombramiento, Iván (el nuestro) hace los primeros y trascendentales cambios de su período. Cambia el saludo que los soldados hacían en las carreteras a los viajeros. Cambia y agrega nuevos pasos al baile del porro sabanero (ver videos de la red). Intenta cambiar las consultas a las comunidades para evitar que éstas se opongan a mineras trasnacionales.
¿Cómo les quedó el ojo?