Por: Jesús Dapena Botero (Foto)
Médico Psiquiatra y Psicoanalista
(Especial para ARGENPRESS CULTURAL y publicado originalmente el 21 de noviembre de 2009)
Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña:
-¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.
Gonzalo Arango
Allí está Medellín, la hermosa villa, muellemente tendida en la llanura.
Así eran los versos que entonaba Gregorio Gutiérrez González, el cantor del cultivo del maíz, en su Antioquia querida, como máximo exponente de una poesía entre romántica y realista, al ir bajando por la cordillera central al valle de Aburrá, donde se halla enclavada la ciudad, en una de las ramas de los Andes.
Eso sucedía en pleno siglo XIX pero… mucho ha llovido en aquella tierra desde entonces, y con las lluvias, han venido toda una serie de transformaciones sociales, que hacen que esa plácida villa se haya convertido en una paradójica ciudad, agreste y afanada, de la que pudiera decirse, como lo hacía de su pueblo natal, Antonio José Restrepo, un célebre intelectual antioqueño, al entonar los siguientes versos:
Tierra de parias, putas y gente noble ya que, al lado de la hidalguía convive la ruindad y, en medio de la anomia social, se ha añadido un nuevo protagonista: el sicario, personaje concreto y enigmático, producto de toda una serie de factores, que yo creo que aún ahora no alcanzamos a comprender a cabalidad, al que el novelista Fernando Vallejo define como un muchachito, a veces, un niño, que mata por encargo. (1)
Algún día, aquí en España, alguien me preguntaba por qué Colombia es tan violenta en relación con sus países vecinos y francamente no pude darle una respuesta, mientras el asunto todavía me sigue dando vueltas en la cabeza, ya que no acuerdo, con un psiquiatra biológico colombiano, quien dice que es debido a una condición genética pero tampoco los análisis socioeconómicos me lo explican todo, sin embargo intentaré en esta charla poder pensar un poco acerca de este ominoso asunto.
El abuelo de Gabriel García Márquez le contaba a su nieto, infinidad de historias de las guerras civiles colombianas del siglo XIX, lo cual quiere decir que el conflicto armado, que existe en ese país, no es un asunto nuevo sino que tiene sus raíces desde los orígenes mismos de la República, y casi, diría yo, es como si se escuchara la misma música con distinta letra, desde hace mucho, mucho tiempo, un hecho ante el cual no podemos hacernos los de la vista gorda ni los de los oídos sordos, en una atroz desmentida.
Ello se ha debido a la ambición de los líderes y los partidos políticos, que vieron en la guerra una forma de tener el Poder y mantenerlo, en un contexto de gran injusticia política y social, en el que se iba generado más y más pobreza.
Esa historia arranca desde los tiempos de lo que se denominó la Patria Boba, entre 1812 y 1816, cuando se enfrentaron federalistas y centralistas, los que propugnaban un estado federativo y los que querían un poder central en Santafé de Bogotá, cuando aún existía el peligro de que España acudiera a la Reconquista, mientras, a lo largo del siglo, estallarían siete guerras más, la mayoría protagonizadas por terratenientes conservadores, que se oponían a las reformas liberales, de tal forma que, en la primera aurora del Novecento, el sol se alzaría sobre los campos de batalla de la llamada Guerra de los Mil Días, en un intento del liberalismo radical por recuperar el Poder, guerras que dejarían un saldo de millares de jóvenes combatientes muertos, heridos o lisiados, un gran deterioro de las labores intelectuales, agrícolas y mineras que el país necesitaba con urgencia, hogares y riquezas deshechos, la creación de nuevos odios, que desencadenarían nuevas violencias, además de una ruina fiscal, con el empobrecimiento del país y un estancamiento del progreso, más la creación de una cultura política intolerante, que provocaría nuevos enfrentamientos ideológicos, que llevarían a otras violencias en el siglo XX, en especial, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un candidato a la presidencia del partido liberal, cuando tras un buen período de paz y de progreso, estallaría la llamada Violencia de 1948, que yo considero que es la que se mantiene aún hoy en día, así los protagonistas vayan cambiando de nombre; primero eran conservadores contra liberales; luego derechistas contra comunistas, a lo que se añadieron mafiosos y paramilitares y en esas estamos, en más de una misma cosa, en una eterna repetición de lo mismo.
¿Por qué remontarse tanto allá, si se supone que esta historia de sicarios es reciente, de ahora?
Precisamente, porque yo creo que hay una larga continuidad, gestora del fenómeno del sicariato.
En su magistral estudio sobre el tema, en No nacimos pa’ semilla, realizado en los años de juventud del actual alcalde de Medellín, Alonso Salazar Jaramillo, la madre de uno de los sicarios, entrevistada por el autor, nos cuenta que cuando estaba pequeña, a su familia le tocó salir huyendo de su pueblo natal, por causa de la violencia política, ya que su padre era allí, uno de los liberales más ruidosos, de los que más alto hablaban, y empezaron a llegarles boletas, correos amenazantes, y tuvieron que enfrentarse con los “pájaros”, la policía conservadora, ya que pensaban acabar con la familia, mientras en el país se iba organizando una guerrilla liberal, que más adelante, tras la Revolución Cubana, se haría comunista, y esos aconteceres particulares son cosas que no se olvidan, y que están dispuestos, como almas en pena, a reaparecer en cualquier momento, en tiempos ulteriores.
A otros, en cambio, el desplazamiento por esa violencia, los obligaría a convertirse en colonos de tierras agrestes, donde tenían el riesgo de que el clima o las serpientes los mataran; pero, tanta tensión hacía que se generara otra violencia, en medio de borracheras y parrandas.
Unas y otras agresiones hicieron que la gente se desplazara a la ciudad y se fuera conformando, en las montañas que rodean la plácida llanura de Gregorio Gutiérrez, verdaderos cinturones de miseria, a donde llegaban gentes de todas partes, de distintas regiones del violentado y violento territorio nacional, donde, a su vez, surgían tensiones y se iban constituyendo bandas enemigas, algunas dedicadas a actividades delictivas, con gentes del propio barrio en el que vivían, y otras que luchaban por la defensa de sus territorios, mientras se metían en un círculo infernal de terror e intimidación.
Los viejos le decían a Salazar:
– Si quiere hablar de violencia, le cuento mi vida, o la de cualquier vecino… Nosotros hemos vivido siempre de violencia en violencia, con muy pocos tiempos de paz. Cada uno de nosotros es una novela completa. (2)
Pero, en ese contexto social, caracterizado por los grandes vacíos, descritos por el jesuita Francisco de Roux:
1. Vacío de Estado.
2. Vacío económico.
3. Vacío de comunidad civil.
4. Vacío ético. (3)
La alternativa que la gente de las barriadas encontraba era la autodefensa, a las cuales vino la guerrilla a ayudar en su momento y que luego fueron auspiciada por la mafia y los grupos paramilitares, que encontraban, en los muchachos de esos sectores de la ciudad, verdaderas máquinas para matar, sin que los autores intelectuales tuvieran que mancharse de sangre, como bien podemos verlo en el relato del propio Salazar y en la película para televisión de Dalton Scott y Margarita Martínez, La Sierra, sobre un barrio de Medellín.
Y a esa historia real, a esa verdad material, comprobables empíricamente, se añade un correlato, una narrativa literaria o cinematográfica, que el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince ha dado en llamar la sicaresca antioqueña, como un nuevo estilo, surgido en la década de 1990, que parodia el subgénero de la picaresca española, en aquellos tiempos, en los que el pobre tenía que apelar a la picardía, a la ruindad, a la vileza, a la astucia y al engaño, como única manera de subsistencia. (4)
Así, cuando estábamos aterrorizados por la violencia que se desencadenara hacia 1987, con la masacre de los defensores de los Derechos Humanos, de la Unión Patriótica, un partido de izquierda, que se había acogido a un proceso de paz, de candidatos a la presidencia de diestra y siniestra y la guerra sucia, en un contexto en el que la crueldad parecía provenir de todas partes, apareció la película de Víctor Gaviria, Rodrigo D. – No futuro, que ponía el dedo en la llaga, para mostrar un profunda crisis de la ciudad y del país, cuando las mafias alimentaban la creación del sicariato, una institución subrepticia, en un macrocontexto social en que los jóvenes mataban por encargo.
Su protagonista, el joven Rodrigo, no tiene ni siquiera veinte años; es un joven melancólico, atormentado por la muerte temprana de su madre, y encuentra, en el salto al vacío desde un alto edificio, la posibilidad de la realización del pasaje al acto de una fantasía de reunión con su mamá, como expresión del deseo de reencontrarse con un objeto amoroso perdido por la muerte, tema que se repite en otra cinta del mismo director sobre la juventud abandonada, acerca de los chicos de la calle, La vendedora de rosas, estrenada en 1998 y seleccionada oficialmente en Cannes, ya que al final, la protagonista, a la manera de la niña de los fósforos de Hans Christian Andersen, se marcha a la otra vida con su abuela muerta, atravesada por una bala del Zarco, el villano de la película.
El filme sorprendía al ser realizado con actores naturales, con verdaderos muchachos de las barriadas, la mayoría, ellos mismos pertenecientes a bandas juveniles, de los cuales muchos murieron víctimas de aquella absurda violencia, de ahí que no haya realmente una mimesis, sino que simplemente los chicos despliegan su propia manera de ser, su propia idiosincrasia, su habla propia, el parlache, una especie de lunfardo medellinense, que apareciera como producción social, a finales del siglo veinte. Así el cine-ojo de Gaviria nos acercaría a un mundo que, por decir algo, estaba ahí a la vuelta de la esquina, pero que aterrorizaba. La cinta suscitaría críticas pacatas, que incluían su estilo en la categoría de la porno-miseria, ya que hería el narcisismo de una sociedad negadora de su propia realidad y que, sin duda, así la mirada de Gaviria fue creadora de mayor conciencia para muchos de aquellos que, desde una posición más depresiva, nos dedicamos a las ciencias humanas.
Para su realización, Víctor se adentró previamente en las barriadas y fue a partir de los testimonios de los mismos habitantes de esos asentamientos, que hizo el guión, de tal suerte que su producto sería todo un documento de antropología de la pobreza, en el sentido de Oscar Lewis(5), ese gran estudioso estadounidense de la marginación y de la exclusión social, que impide que sujetos individuales o grupos humanos puedan integrarse a los sistemas de funcionamiento oficial de una sociedad, de tal forma que quedan condenados a vivir como ruedas sueltas del sistema social, además de verse privados del goce de los Derechos Sociales, lo que, a su vez , es generador de una gran devaluación subjetiva, en un medio socioeconómico con un desarrollo distorsionado. Así las cosas, podríamos decir con Iria Puyosa que Gaviria nos ahorraría todo un curso de sociología. (6)
Si bien, muchos de los muchachos que participarían como actores en la película fueron asesinados, fue un bello destino el que tuvo Ramiro Meneses, quien representara al protagonista Rodrigo D., pues ahora no sólo es actor de cine y televisión sino que además pinta, escribe poesía, como otra forma de comunicarse, de volver palabras o imágenes sus sentimientos, y como actor, dice el propio Gaviria, está a la altura de los grandes: trabaja el papel, lo prepara y marca las diferencias entre los personajes que protagoniza, con una gran versatilidad, ya sea al hacer el papel de Valentino o de un teniente y lleva en su carrera unos veinte años, como alguien del que podríamos decir que es dueño de su destino, de su arte, de su sensibilidad y de su carácter, un hombre vital, soñador y talentoso, como si se hubiera dado un cambio abismal entre el muchachito de la comuna y el hombre que avanza, sin volver a atrás, quien, incluso, ha devenido él mismo director, en contraposición con lo que pasaría con el actor que encarnara al protagonista de la famosa película del director argentino-brasileño Héctor Babenco, Pixote: la ley del más débil, un niño de la calle, que pasaría a convertirse en una fugaz celebridad, con los sueños al hombro de llegar a ser un gran actor, pero, al que realmente nada se le ofreció, por lo cual no pasaría de volver a ser el chico olvidado y empobrecido de siempre, quien moriría atravesado por las balas de un policía, quien lo perseguía tras de la comisión de un robo, convertido en un pelaíto que no duró nada, como diría Víctor Gaviria, cuando apenas hubo recibido de su director un escaso pago por su actuación y luego una casita, para Babenco curarse en salud y que el muchacho no le pusiera una demanda legal, tras el éxito mundial de la cinta, explotación inmisericorde, semejante a la padecida por los actores de La Virgen de los Sicarios, quienes también recibieron pobres remuneraciones, con la distracción de que se los mantuvo, durante el rodaje de la cinta, en excelentes condiciones, con una vida a todo dar, en hoteles de cinco estrellas.
Más o menos, por ese mismo tiempo, La Corporación Región y el CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) publicarían la obra de Alonso Salazar No nacimos pa’ semilla, un estudio magistral, bastante rico y profundo sobre el problema del sicariato. Bajo la pluma de ese periodista y escritor de la antigua Antioquia Grande, hoy escindida en varios departamentos, podíamos acceder a un libro, que tuvo su génesis cuando su joven autor trabajaba en barrios, en los que una terrible violencia empezaba a surgir.
El autor, a la manera de Gaviria, se adentraría en las motivaciones y la lógica de los muchachos, que vivían una existencia asesina, para hacer una lectura de su racionalidad y su ethos, para intentar comprender el problema desde dentro, al tomar el fenómeno del sicariato como el síntoma de una sociedad enferma, de una colectividad, a la que la ha apurado el afán de lucro, impuesto por la sociedad consumo, y al hacerlo meterse con una madeja sumamente compleja, una verdadera antropología de la pobreza, sobre la base del testimonio no sólo de los chicos, sino también de sus madres, de sus vecinos y curas párrocos, todos aquellos testigos de la vida en las laderas del valle, donde muellemente tendida, está una gran urbe, en la que pareciera ser que la única ley que funcionara fuera la de la gravedad, según palabras de Víctor Gaviria, a las que hace eco, Alonso Salazar. (7)
Estos dos jóvenes valientes, uno nos ofrece una original película y el otro una brillante crónica, producto de un periodismo de investigación, para mostrarnos un asunto de interés público, a través de entrevistas, fuentes contrastadas, que permiten dar cuenta de un desgarrador fenómeno de la patología colectiva, con una indagación, que nos acerca a la etiología social del delito y algo más, en la línea del nuevo periodismo, con cierto estilo literario de gran realismo, con descripciones muy detalladas, para caracterizar el fenómeno urbano de la violencia en toda su complejidad.
Y más o menos, en ese mismo momento, un profesor de Alonso Salazar, Juan José Hoyos escribía una novela sobre una Medellín que sufre todo un entrecruzamiento de violencias, la del narcotráfico, la del sicariato, la de la militarización, para ubicarnos en el plano de la literatura propiamente dicha; así el autor de Tuyo es mi corazón(8), una narración de amores adolescentes, da cuenta de El cielo que perdimos (9) al situar su nuevo relato en la misma ciudad, ya no con un estilo romántico sino con uno realista, que muestra los cambios vertiginosos de la capital antioqueña, donde el ambiente pueblerino ha desaparecido, para convertirse en una urbe masificada, cargada de soledad, en la que los jóvenes tienen que improvisar nuevas estrategias para sobrellevar la existencia, en la que el protagonista, un periodista bastante sensible, tiene que enfrentar una cruda realidad para la realización de sus crónicas judiciales, con historias de asesinatos, masacres, torturas y toda clase de violaciones de los Derechos Humanos, mientras toda aquella debacle va quedando en la impunidad. De ahí la impotencia en la que se siente su personaje central, quien se torna inseguro y sin esperanza alguna. Hoyos nos ofrece entonces una obra escrita con un lenguaje escueto, sin adornos, milimétrico, cronometrado, aunque con algunos excesos sensacionalistas, en fin una novela realista, en la línea de la tradición de la novelística antioqueña, que bien podría considerarse un documento doloroso, pero que no tiene la profundidad del texto de su alumno en la indagación de la etiología de todos esos males. (10) (11)
Esta obra ha recibido fuertes críticas pero, también, se ha escrito sobre ella, con profundo respeto, ya que se dice que tiene un estilo diferente al de los escritores retóricos, con un estilo más cercano al de Hemingway y Capote que al de los imitadores de García Márquez, (12) y con esa creación se abre la sicaresca propiamente dicha en la literatura, que nos llevará a El pelaíto que no duró nada (13), un poético relato en prosa del cineasta Víctor Gaviria y otras que han obtenido el reconocimiento internacional, como lo son, La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo (14) y Rosario Tijeras (15) de Jorge Franco, de las cuales se han hecho sendas versiones cinematográficas.
El pequeño opúsculo de Gaviria es una versión lírica de la narración de uno de los chicos de las barriadas medellinenses, afligido por el duelo de un hermano sicario, Faber, el protagonista de la narración, una historia que choca, inicialmente, por la procacidad de las dicciones pero que nos acerca, de una manera profunda, a una elaboración de las congojas, que tienen que soportar estas criaturas, en entornos tan tenebrosos como en los que se mueven, en contextos de gran descomposición social, y así adentrarse más en el drama singular de un individuo, en el medio social, descrito por Salazar, que de todas formas haría parte del escenario, en el que se desenvuelve la tragedia.
Víctor Gaviria, antiguo estudiante de psicología, funciona ahí como una especie de tercer oído, que ayuda a ordenar el caos, que le transmite su interlocutor y, de esa crónica de una muerte anunciada, en un contexto, donde Tánatos marca su compás a ritmo de balas, dentro un complejo social, que algunos dieron en llamar la cultura de la muerte, ante la pérdida de los valores tradicionales de una Antioquia de la que cantara con gran antelación, de una manera bastante idealizada, el poeta Jorge Robledo Ortiz:
Hubo una Antioquia grande y altanera,
Un pueblo de hombres libres,
Una raza que odiaba las cadenas
Y en las noches de sílex,
Ahorcaba los luceros y las penas
De las cuerdas de un tiple.
para concluir con nostalgia:
Siquiera se murieron los abuelos,
Sin sospechar el vergonzoso eclipse. (16)
El relato de Wilfer, el muchacho al que escucha Gaviria, nos muestra el enfrentamiento de un duelo desde una posición depresiva, en términos de Melanie Klein, (17) en el que la aflicción no lleva a la venganza ni a la melancolía, sino a la asunción de una actitud distinta ante la vida, para romper con la compulsión a la repetición de lo mismo, de tal manera que se pueda asumir una responsabilidad ante el destino individual, para darle una salida distinta a la existencia.
Aparece entonces la novela La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, que se haría acreedora al Premio Rómulo Gallegos, un relato que contrasta con los anteriores por su tono cínico, en el que el narrador, un intelectual, un purista del lenguaje, se enamora de un sicario, para darnos una versión bastante singular, marcada por un goce que le permite el disfrute de una cruel gratificación vicariante, que pareciera disculpar los crímenes de su adorado Alexis, el protagonista, para dar expresión a un discurso de tipo fascistoide en el que el autor no se inhibe para expresar, la satisfacción de que su muchacho asesine a un gamincito, a un niño de la calle, que se rebela contra un policía callejero con palabras como éstas:
Si este hiju’eputica se comporta así de alzado con la autoridad a los siete años, ¿qué va a ser cuando crezca? Este es el que me va a matar… a este gonorreíta tierna también le puso en el susodicho sitio su cruz de ceniza y lo curó, para siempre, del mal de la existencia que aquí, a tantos, aqueja… Alexis era el Ángel Exterminador, que había descendido sobre Medellín a acabar con su raza perversa… Y la Muerte una obsesiva laboradora. No descansa… sin crear nuevas fuentes de empleo disminuye el desempleo, que, aquí, según los tanatólogos, es el que trae más violencia… Mi señora Muerte… es la que aquí se necesita… compitiendo con semejante paridera… (18)
Sobre la base de la literatura y la cinematografía de la sicaresca, realizada desde el filo de la navaja, con su título, Vallejo alude a la religiosidad de estos muchachos, auspiciados por la mafia y el paramilitarismo, sin que realmente sea una visión tan original, puesto que el tema ya había sido tratado ampliamente por Alonso Salazar en su trabajo magistral, fundante de todo este subgénero, cuando en la entrevista el cura de la barriada nos explica:
La cuestión religiosa de estos muchachos es muy complicada; ellos pecan y empatan, como dice el dicho. Vienen a las misas, comulgan, hacen sus promesas, llevan escapularios por todas partes y una que otra vez se confiesan. Eso hace parte de la tradición popular; nuestro pueblo ha sido muy creyente. Estos jóvenes lo son a su manera. Usted ve; hoy, que es el día de… la Virgen, la parroquia se llena… (19)
Jaime… era muy creyente, bajaba, casi cada ocho días, a Sabaneta – un pueblo cercano, al sur de Medellín – al santuario de María Auxiliadora a ofrecerle y pagarle promesas. (20)
La devoción mariana prevalece sobre la que se tiene a Dios; uno de los muchachos de Salazar, sin ambages declara:
Los presos le tenemos mucha fe a la Virgen de las Mercedes. A Chuchito – a Jesús – también, pero, sobretodo a la Virgen… La Virgen es la reina de los presos… por eso, la gente se hace tatuajes con ella; por la fe que se le tiene…. la que manda la parada es la Virgen… María es la madre de Dios y la Madre es lo más grande que hay… (21)
Sintagma al que el sacerdote no duda en darle una interpretación cuando señala, ya que bajo cualquier apelativo, de las Mercedes o Auxiliadora:
El conjunto Madre-Virgen, que es el binomio de oro del sicario, es sinónimo de fidelidad, de incondicionalidad, que no exige retribución…
Es un Dios femenino, tolerante y permisivo; hace, falta recuperar al Dios masculino, castigador y temido…
Si la Virgen es el ídolo del cielo, la Madre es el ídolo de la tierra. Ella es el argumento, simbólico o real, con el que justifican su acción. (22)
Desde el psicoanálisis, podríamos pensar a María Auxiliadora, como una madre fálica, con su bebé, su cetro y su corona, símbolos del Poder, una madre-toda, completa, virgen y madre a la vez, lo cual implicaría la forclusión de un Nombre-del-Padre humano y a la manera como sucedía con el psicótico Scrheber, ella es La Mujer de Dios, que media con la Divinidad, para salvar a la humanidad del cataclismo y engendrar una nueva raza humana; es una madre abnegada, mártir, sacrificada y sagrada, una mujer ideal, semidiosa, que, según Julia Kristeva, se asimilaría con el hijo para adjudicarle características de nobleza, una hembra asexuada, única en su género, que al ser madre de Dios, haría parte esencial de la Santísima Trinidad. (23)
En mis años puberales, los curitas del colegio, nos leían un cuento del famoso padre Rafael García Herreros, en el que la madre de Dios hace un contrabando de almas condenadas, a las que María entra por una puerta trasera del cielo, para señalar la bondad de Nuestra Señora, que bien podríamos pensar hoy como alcahueta, que desmiente la Ley.
Y bien sabemos que la familia antioqueña ha estado marcada por la figura de una madre fuerte, en una cultura en la que el hombre ha sido el rey de la calle y la mujer, la reina de la casa, donde abundan las madres-cabezas de hogar, y muchos de los jóvenes de la barriada provienen de hogares con padres ausentes, en la realidad material o en el imaginario de las familias, sin que puedan ejercer una función paterna, ante una madre completamente condescendiente y permisiva con el hijo, para quien no media ni Ley ni prohibición alguna, como si el vástago fuera un futuro protopadre gozón de la horda primitiva, que pudiera decir con Iván Karamazov:
– Si Dios ha muerto, todo está permitido.
Ya que pareciera ser que en la cultura de la sicaresca sin saberlo, siguiera la lógica del personaje de Dostoiewski, cuando expresa:
Como ni Dios, ni la inmortalidad existen, le está permitido al hombre nuevo, transformarse en hombre-Dios (24) , identificados con el Divino Niño, ese niño-falo maravilloso, que es el bebé en brazos de María, puesto que aunque Lacan aparentemente diga lo contrario, cuando de una forma paradojal expresa:
– Si Dios ha muerto, nada está permitido. (24)
Lo que también es cierto pues al ser como dioses, el gran anhelo de nuestros primeros padres, no habría Ley, ya que la divinidad no tiene ninguna y si hay un vacío de Ley, de Dios, lo que queda es la anomia, y sin reglas no tiene sentido ni la autorización ni la prohibición, siempre referidas a una autoridad.
Es evidente, que la religiosidad tiene mucho que ver con la moral, como nos lo demuestra el caso de la madre de Jaime, uno de los jóvenes muertos en los tiempos de No nacimos p’a semilla, como lo muestra el testimonio del sacerdote de la barriada cuando declara:
Su familia es muy sana. La mamá es una matrona paisa; el papá es un tipo muy trabajador y los otros cinco hijos son sanísimos. Cuando Jaime se metió en esos cuentos [de robo de autos y asesinatos por encargo], la mamá lo aconsejaba mucho. Pero, como él siguió en su cosa lo echó de la casa.. Le dijo un día que ésta no era guarida de delincuentes. Pero después le cedió; se dejó seducir por el dinero y los regalos que le llevaba. El le decía la Bella y para la Bella era lo mejor. Fiestas de madre muy elegantes, regalos, plata, hasta que la convenció. Ella le mandaba decir dos misas mensualmente, para que la Virgen del Carmen lo protegiera. Y él, que también era muy creyente, bajaba, casi cada ocho días, a Sabaneta, al santuario de María Auxiliadora, a ofrecerle y pagarle promesas. (25)
Es bien claro que en ese caso, la educación y socialización fallan, al no poner límites al educando, ni aplicar el tabú de la muerte del semejante, al transmitirse toda una moral de la ambigüedad, en la que, de un lado hay un código ético formal y del otro un código pragmático para la vida, donde uno de los grandes valores es la astucia, la audacia, el despabilamiento, bajo el lema:
El vivo vive del bobo.
Y si el objetivo en la vida es conseguir dinero, no importa contrariar ni la ética civil ni la moral cristiana, sobre todo en un pueblo, en cuyo origen hay una gran cantidad de contrabandistas, que están en el zócalo aún de las familias de más rancia estirpe, con mensajes transmitidos como aquél de una anónima madre de antaño, quien decía a su hijo:
– M’ijito, consiga plata honradamente y si no… consiga.
Doble mensaje, inductor de un superyó lagunar, concepto acuñado por Adelaida Johnson(26), para explicar la génesis de la psicopatía, que bien podemos distinguir del doble mensaje esquizofrenizante, descrito por Gregory Bateson(27), ya que no ofrece dos opciones malas, del tipo de:
Malo porque bogas y malo porque no bogas
sino que da cuenta de la inconsecuencia, que prohíbe una conducta, de un lado, y del otro la premia o estimula.
Pero el tabú de la prohibición del incesto, esa otra prohibición, que surgiera en ese contrato social, en el que en el mito freudiano, establecieran los hermanos después del asesinato del padre de la horda primitiva, también aparece borrado, de una forma ambigua, en el caso de Rosario Tijeras, cuando ésta le recrimina a la madre la desmentida frente a la seducción, por parte de su lascivo padrastro y ésta responde con inusitada violencia.
Rosario Tijeras es una especie de tigresa del Oeste, una protagonista de esa especie de Far West, que se ha vivido en Medellín, quien a partir de un trauma de seducción, castra y mata a su victimario y lo sigue haciendo por una suerte de compulsión a la repetición, al asestar tiros en el escroto y en el bajo vientre a todos aquellos de quienes, por una razón u otra, quiere vengarse, como si hubiera confundido el dolor del amor, con el de la muerte.
Ella es la protagonista de la novela homónima de Jorge Franco, llevada al cine, en un thriller brutal, dirigido por el mexicano Emilio Maillé, una especie de femme fatale, en el mundo y la subcultura de los sicarios, un filme bastante bueno, que se ha convertido en la película colombiana más vista de la historia, candidatizada al Goya, como la mejor película de habla hispana en su momento, con base en una obra literaria, que se considera una de las más relevantes de la narrativa colombiana y latinoamericana contemporáneas.
Su autor declara que la realidad en Colombia es un error, una falla, una herida, que no se puede tapar porque se produciría una infección, con una problemática que tiene que ver con el Primer Mundo, con el narcotráfico, con todo un sistema de oferta y demanda, pero detrás de todo eso, hay un drama, una tragedia humana puesto que detrás de la droga, que se consume alegremente en las discotecas, hay un montón de jóvenes desangrándose, viniendo a menos, que al perder sus principios han muerto. (28)
Es de ahí, que toda esta narrativa tiene sentido, no para hacer de ella, una porno-miseria, para hacer dinero y conseguir reconocimiento de una manera oportunista y cargada de sensacionalismo.
Me irrité sobremanera un día que un productor de cine colombiano me contó que las distribuidoras del Primer Mundo exigían que el único tema colombiano, que estaban dispuestos a comprar, era el de los sicarios, ya que el producto se vende muy bien, como películas tremendistas y de acción para un gran público, como un auténtico divertimento. Ya que creo que otro es el sentido que originalmente Víctor Gaviria y Alonso Salazar dieron al hacer público lo que ocurría en las barriadas de Medellín, en la mejor línea del Buñuel de Los olvidados o del Oscar Lewis de La antropología de la pobreza; yo creo que lo que se proponían era repensar una trágica y dolorosa experiencia, como un intento de elaboración de un trauma colectivo, que es obvio, debe ser campo de reflexión para quienes nos ocupamos de la psicopatología.
Por ello, no quisiera cerrar esta conferencia, sin hacer mención a lo que se ha intentado hacer desde el psicoanálisis en Medellín, con el problema del sicariato.
Alonso Salazar cita en su obra una ponencia, presentada por Rocío Jiménez, en un seminario sobre la violencia, realizado por las ONG’s de Medellín, en 1989, titulado Violencia y psicoanálisis(29), en relación con la ausencia de un padre que ejerza su función, lugar vacío, que el joven pretende ocupar al, a la manera de Luis XIV, al confundirse sino con el Estado, al menos con la Ley, como legislador arbitrario, como una reactualización del padre de la horda primitiva, en una especie de modalidad pretotémica, como una imago narcisista, con una potencia mortífera, a través de la intimidación, la dominación y el chantaje, con un impulso aniquilador, absolutista, con una visión del mundo maniquea entre la idealización y la denigración, como bien lo señalan Alina Ángel y colaboradores, quienes realizaron un bello trabajo con talleres en pequeños grupos de acompañamiento psicológico, en los procesos de paz, que se dieron en los barrios populares, donde los muchachos podían discutir las vivencias de su historia singular, de cada uno, lo cual, en algunos casos trajo como consecuencia que accedieran a una vida más tranquila, por fuera de las pandillas y hasta lograr una ubicación laboral, a pesar de su anterior vida asesina (30)
Pero esa violencia endémica en Colombia, va tomando otros rumbos, y como decía al principio de mi ponencia, continúa siendo la misma música con distinta letra.
Si los sicarios, en los tiempos de la guerra sucia, de los “barones de la droga”, encabezados por Pablo Escobar, llegaron como plaga de langosta, para sembrar el terror y ejecutar las venganzas, así se diga lo contrario, no han desaparecido con la muerte del gran capo de la mafia, de hecho, en junio de este año, una noticia nos asombra, ya que un adolescente y un niño de once años, penetran en el despacho de una abogada embarazada, la abalean y sólo puede salvarse el bebé y, bien sabemos, que las fábricas de sicarios los tiene para la exportación, vienen a España, hacen el mandado y vuelven a salir, como por arte de magia, como lo anunciara la prensa escrita en estos días, cuando un subordinado de Touriño encargó el crimen a un sicario colombiano. (31)
Pero los pistolocos, como los llaman en su jerga, encuentran nuevas modalidades de acción en el contexto del conflicto armado, que existe en Colombia, por más que se lo niegue, y con la violencia paramilitar, de derecha o izquierda.
De ello, dan cuenta, en un documental para la televisión, que realizaran el estadounidense Scott Dalton y la abogada y periodista colombiana Margarita Martínez, realizado en el barrio La Sierra, en las laderas de Medellín, donde un grupo de autodefensa se enfrenta con la guerrilla, en un contexto de miseria y desempleo, donde se acude a las viejas técnicas del cinéma-verité, con su naturalismo, para mostrar la durísimas condiciones de existencia de grupos juveniles, que luchan por el terruño y la supervivencia, al precio de la muerte misma, que es con la que se inaugura el filme, cuando vemos el cadáver del líder del movimiento, Edison Flórez, un joven con el que, los realizadores lograron hacer una gran empatía, tras las duras pruebas a los que los cineastas fueran sometidos por los muchachos, en una especie de rito de iniciación para darles cabida en la comunidad.
En ese magistral documental, asistimos a entrevistas que dan cuenta de la realidad subjetiva, en medio de una terrible realidad material, para enfrentar el serio problema social de nuestra lucha fratricida, en un país donde no se cumple con los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de sus gentes, de tal suerte que los realizadores presentaron al gran público una cinta que se ubica en ese espacio transicional entre la subjetividad y la objetividad, como podemos verlo en el relato de Jesús, uno de los muchachos que nos habla de su tragedia y de su dolor.
Allí se nos muestra la vida cotidiana del barrio, de tal suerte que la realidad fluye de un modo natural ante el objetivo de la cámara, de jóvenes, que de una manera heideggeriana saben que son seres-para-la-muerte pero su angustia los lanza a un proyecto demasiado inmediato, con un desenlace fatal demasiado precoz, pues la relación con la muerte de estos chicos sin futuro, que no nacieron p’a semilla, destinados a no durar nada, que jamás tuvieron un cielo, es uno de los aspectos que más llama la atención de los cineastas y de los estudiosos de sus formas particulares de existencia, ya que si vemos a Edison, tirado en la cañada, con las moscas rondando su cuerpo, en Rosario Tijeras asistimos a una macabra defensa maníaca, negadora de la muerte, con visos de realismo mágico, con la que terminaré mi ponencia.
De ahí, que sin negar el valor que tiene un libro y un filme como Gomorra de Roberto Saviano(32), considero que ese estilo ya ha sido bastante trabajado en nuestro país, paradigmático de toda una problemática del Tercer Mundo, pero a su vez de un problema universal, que no es el de Medellín solamente, ni el del sur de Italia, sino que tiene mucho que ver con una etiología social de la delincuencia y la violencia social, que sin duda encuentra eco en la singularidad de cada sujeto pero que amenaza con convertirse en una plaga apocalíptica en un mundo globalizado, ante la emergencia de esos personajes extraños, que hacen toda una liturgia de la muerte y la crueldad, con sus changones, pistolas, revólveres o metralletas, quienes aniquilan sin piedad a los otros, sin más explicaciones, en el macrocontexto de un mundo sobrecargado de negocios sucios que pretenden el dominio del planeta, para quienes el cine reporta la imagen de seres ideales, a quienes imitan, en su sueño de convertirse en los reyes del mundo (33), al estilo de los personajes de Chuck Norris y Sylvester Stallone, de Cobra Negra y de Comando, cuyas cintas miran con sumo cuidado para aprender a como no fallar ni un tiro. A ellos los miran en la pantalla para ver cómo cogen las armas, como hacen sus coberturas y como se retiran (34), en cuanto han dejado un cadáver, un “muñeco”, en su jerga, a la orilla del camino, como si fueran culebritas empolladas en el huevo de la serpiente.
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Notas:
1) Vallejo, F. La Virgen de los Sicarios. Alfaguara, Madrid, 2002, p. 9.
2) Salazar, A. No nacimos p’a semilla. Corporación Region-Cinep, Bogotá, 1990, pp. 65
3) de Roux, F. Los precios de la paz. Documento ocasional 39 de Cinep, Abril 29, 1988, 27 pp.
4) Calvo, G. La sicaresca como una de las bellas artes. http://www.caratula.net/Archivo/N17-0407/Secciones/Cine/cine.html
5) Lewis, O. Antropología de la pobreza. Cinco familias. Fondo de Cultura Económica, México, 1961, 303 pp.
6) Puyosa, I. Muñecos p’a semilla. http://www.zonamoebius.com/Iepoca_2003-2007/2004/000/ip_804_rodrigo.htm
7) Salazar, A. No nacimos p’a semilla. Corporación Region-Cinep, Bogotá, 1990, p. 191.
8) Hoyos, J.J. Tuyo es mi corazón. Editorial Planeta, Bogotá, 1984, 470 pp.
9) Hoyos, J.J. El cielo que perdimos. Editorial Planeta, Bogotá, 1990, 530 pp.
10) Torres Duque, O. El tiempo que perdimos. http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol28/tiempo.htm
11) Pineda-Botero, A. Juan José Hoyos: El cielo que perdimos. http://www.colombianistas.org/revista/pdf/09/hoyos.pdf
12) Mejía, J.D. Una generación con sueño en Abad Faciolince, H. y cols. La pasión de leer: frontera seductora entre el sueño y la vigilia. Segundas Jornadas de Literatura. Confama. Universidad de Antioquia, Medellín, 2002, p. 159.
13) Gaviria, V. El pelaíto que no duró nada: Basado en el relato de Alexander Gallego. Punto de Lectura, Santafé de Bogotá, 2005, 147 pp.
14) Vallejo, F. La Virgen de los Sicarios. Alfaguara, Madrid, 2002, 121 pp.
15) Franco, J. Rosario Tijeras. Mondadori, Barcelona, 2000, 160 pp.
16) Robledo Ortiz, J. Siquiera se murieron los abuelos. http://webalia.com/EP/poesia/conocidos/a8366.html
17) Segal, H. Introducción a la obra de Melanie Klein en Obras Completas de Melanie Klein. Paidós-Hormé, Buenos Aires, 1974, pp. 71-84.
18) Vallejo, F. op. cit. pp. 54-56.
19) Salazar, A. op. cit. p. 171.
20) Íbid. p. 173-174.
21) Íbid. p. 136.
22) Íbid, p. 197-199.
23) Kristeva, J. Historias de Amor. Siglo XXI editores, México, 1987, pp. 209-231.
24) Dostoyewski, F. Los hermanos Karamazov. EDAF, Madrid, 1983, p. 682.
25) Goldenberg, M. ¿Dios ha muerto? The Sympthom, 9, 2008 http://www.lacan.com/symptom/?p=33
26) Salazar, A. op. cit. pp.173-174
27) Johnson, A. Sanctions for superego lacunae of adolescents en Eissler, K.R. et P. Federn. Searchlights on Delincuency. New psychoanalytic studies dedicated to Pr. Aichhorn on the ocassion of this 70th birthday. International Press, New York, 1949, pp. 225-245.
28) Bateson, G. Pasos hacia una ecología de la mente. Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1972, pp. 223-308.
29) Salazar, H. Jorge Franco y el goce de escribir. http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_6193000/6193569.stm
30) Jiménez, R. Psicoanálisis y violencia. Ponencia presentada al Seminario sobre Violencia por las ONG’s de Medellín, septiembre de 1989
31) Ángel, A.M. y cols. Combos y cambios. Secretaria de Bienestar Social de la Alcaldía de Medellín, Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Antioquia, Medellín, 1995, 54 pp.
32) Un subordinado de Touriño encargó el crimen a un sicario colombiano. http://www.eldebat.cat/cast/notices/vuit_detinguts_per_l_assassinat_de_felix_martinez_tourino_51365.php
33) Saviano, R. Gomorra. Editorial Debate, Madrid, 2007, 328 pp.
34) Salazar, A. Op. cit. p.21
35) Íbid. p.29
El siguiente video nos lo envía el doctor Jesús Dapena y está relacionado con el tema tratado:
Por: Jesús Dapena Botero (Foto)
Médico Psiquiatra y Psicoanalista
(Especial para ARGENPRESS CULTURAL y publicado originalmente el 21 de noviembre de 2009)