Más de cien mil personas murieron en 2017 por sarampión, enfermedad que había pasado a la historia
Tomado de: www.eltiempo.com
El sarampión ha vuelto. Los casos informados de esta enfermedad –que había prácticamente desaparecido por décadas– se han elevado en Europa y Estados Unidos, causando 110.000 muertes en todo el mundo en 2017: un aumento del 22 por ciento con respecto al año anterior. Y los niños y niñas deliberadamente no vacunados son las principales víctimas de la epidemia, y su causa primaria.
El activismo antivacunas ha existido casi por tanto tiempo como las vacunas mismas. Pero se ha intensificado desde 1998, cuando en un caso histórico de ‘noticias falsas’ en el ámbito médico, Andrew Wakefield y sus coautores publicaron un artículo en ‘The Lancet’ en el que afirmaban haber encontrado un vínculo entre la vacuna del sarampión, las paperas y la rubéola (SPR) y el autismo.
Una acuciosa investigación subsiguiente reveló que el artículo era falso. Lamentablemente, para cuando ‘The Lancet’ se desdijo en el 2010, ya había dado nuevo impulso al movimiento antivacunas.
La reacción no se limitó a la vacuna SPR. En sitios web, blogs y redes sociales comenzaron a circular acusaciones infundadas acerca de los efectos supuestamente perniciosos de otras vacunas. Para muchos, estas tenían más peso que la evidencia científica, el consejo de expertos médicos o las recomendaciones de las autoridades de salud pública, a quienes los activistas antivacunas acusan de estar sesgadas por conflictos de interés, no obstante las estrictas normas que existen al respecto.
Los estados se movilizan
Aunque la situación más grave se vive en países de ingresos bajos como Nigeria, según Unicef, la lista de países de altos ingresos cuyos niños no recibieron la primera dosis de la vacuna entre 2010 y 2017 la encabeza EE. UU. con más de 2,5 millones. Le siguen Francia y Reino Unido, con más de 600.000 y 500.000 lactantes no vacunados.
Pero, peor aún, la cobertura es hoy insuficiente en EE. UU. y varios países europeos para alcanzar la llamada ‘inmunidad de grupo’, es decir, cuando hay una proporción suficientemente alta de población que ha sido vacunada –más del 90 % en el caso del virus del sarampión– como para interrumpir la cadena de transmisión. La inmunidad de grupo protege a quienes no han sido vacunados todavía o no pueden serlo por motivos médicos bien fundados. Por ejemplo, por estar inmunocomprometidos.
En este sentido, la vacunación es más que bienestar individual: es una acción de solidaridad social. Por eso, varios estados de EE. UU. y países europeos (los más recientes son Italia y Francia) han promulgado leyes que hacen obligatorias varias vacunas y prohíben la matrícula de niños sin vacunar en centros preescolares y salacunas.
Australia ha ido un paso más allá al aplicar, además de lo anterior, una política de ‘Sin inyección no se paga’, la cual retiene los beneficios infantiles a los padres que no vacunen a sus hijos.
Esto ha ayudado, pero solo modestamente. Desde diciembre de 2015 (cuando se introdujo esta política) a marzo de 2017, la tasa de inmunización para niños de un año aumentó solo un punto porcentual.
Pero con miles de niños sin vacunar aún, parece evidente que la vacunación obligatoria no bastará para recuperar y mantener la cobertura de la vacunación en el largo plazo. La clave radica en la educación, en especial de los jóvenes.
Los programas educativos sobre los beneficios de la inmunización suelen apuntar a padres y profesionales de la salud, pero los jóvenes pueden tener un papel decisivo en revertir el fenómeno del rechazo a las vacunas. Y la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), la enfermedad de transmisión sexual más extendida, es una gran oportunidad para ello.
El VPH, que por lo general se adquiere durante la adolescencia y la adultez temprana, causa la mayoría de los tumores cervicales en las mujeres y muchos tumores bucofaríngeos en hombres. Sin embargo, desde 2006 existen vacunas contra el VPH seguras y eficaces que podrían evitar más de 300.000 muertes por cáncer al año.
En la actualidad, se recomienda administrar vacunas para el VPH a chicas y chicos preadolescentes, pero la tasa de inmunización global contra este virus es insuficiente para alcanzar la inmunidad de grupo debido a la resistencia de algunos padres. Por eso, la educación debería apuntar también a los adolescentes, que pueden así convertirse en partidarios y promotores de las vacunas.
Los adolescentes son muy capaces de entender la importancia de la vacuna para el VPH para ellos mismos, sus parejas sexuales y su comunidad. De hecho, este es el periodo de la vida en que se forman sus creencias y actitudes sobre asuntos de salud. Solo necesitan que se les dé información precisa y a través de los medios y canales adecuados, para lo cual es clave aprovechar al máximo las tecnologías digitales.
En la lucha contra el cambio climático o por el control de las armas, los movimientos juveniles ya están cambiando mentalidades y dando forma a las agendas políticas. Ahora es el momento de movilizar a los jóvenes para que superen la resistencia a las vacunas y así podamos dejar enfermedades como el sarampión en el pasado, donde pertenecen.
MICHEL GOLDMAN*
© Project Syndicate
Bruselas
* Michel Goldman es codirector del Instituto de Innovación Interdisciplinaria en Salud de la Universidad Libre de Bruselas
Tomado de: www.eltiempo.com