Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia
Por: Médico Roberto López Campo (foto)
Neumólogo
Ex integrante Taller de Escritores de ASMEDAS Antioquia
Hacía más de una hora que llovía intensamente sobre la arenosa Barranquilla, cuyas calles se habían convertido en verdaderos ríos, que arrastraban consigo todo lo que encontraban a su paso.
Desde el ventanal de mi casa observaba, estupefacto, cómo el caudal arrastraba dos automóviles que permanecían estacionados en la calle y un pequeño kiosco que le servía a una mujer, entrada en años, para vender gaseosas, empanadas y otras chucherías. Montada sobre el andén gritaba desaforadamente pidiendo que alguien recuperara el único medio de subsistencia que poseía y que ahora se perdía entre las sucias aguas del arroyo, sin que nadie acudiera en su ayuda por el temor de correr la misma suerte del viejo kiosco.
Indiferente a la lluvia torrencial que caía en esa tarde de septiembre, el “loco” Filiberto, un demente que solía recorrer las calles del barrio, riendo y entonando canciones populares, permanecía en la esquina de la cuadra soportando aquel tempestuoso aguacero, que parecía causarle una gran satisfacción.
Media hora más tarde, cuando la lluvia había amainado, el caudal del arroyo seguía arrastrando diversos objetos que, desde un barrio más lejano, habían lanzado algunos habitantes.
En un solar cercano, dos pequeños, con sus ropas empapadas reían con alborozo, mientras que pateaban un balón. Cuando el mayor de los muchachos, con una patada, lanzó el balón al arroyo, Camilo, el menor de los niños, que apenas contaba con nueve años, sin premeditación alguna se lanzó al arroyo en procura de su preciado juguete.
Su compañero, al presenciar cómo la corriente arrastraba a Camilo, comenzó a gritar, pidiendo auxilio a las pocas personas que caminaban por la acera. Los gritos del muchacho llamaron la atención de Filiberto, que ahora danzaba, siguiendo las notas de la canción que él, con rostro alegre, entonaba en la esquina de la cuadra. Cuando se percató de que el cuerpo del pequeño era arrastrado por la corriente, aquel hombre, cuya mente trastornada parecía no tener conciencia de sus actos, corrió por la acera de la calle y cuando estuvo cerca del cuerpo maltratado del pequeño Camilo, se lanzó al arroyo. Tomó al niño entre sus brazos, pero la corriente los arrastró varios metros hasta las viejas ramas de un árbol, que se habían detenido en un recodo del arroyo.
Dos obreros de una construcción cercana que presenciaban la tragedia, prestos lanzaron sendas sogas al demente, quien aferrándose a una de ellas enrolló su cuerpo a la cintura, mientras que, llevando al niño entre sus brazos, se dejó arrastrar hasta la orilla. Extenuado, cubierto de lodo, entregó al pequeño a los obreros, mientras que reía, mostrando los escasos dientes que aún fijaba en sus encías.
Varios vecinos se acercaron a ayudar al pequeño, que respiraba con dificultad.
Filiberto, con rostro alegre, bailaba al compás de las notas de un viejo tango de Gardel, que él entonaba con suficiencia.
Medellín, abril de 2018
Tomado de: Oficina de Comunicaciones, Información y Prensa ASMEDAS Antioquia